«No rendirse» por el futuro en el mar

La situación del marisqueo gallego todavía es crítica en recursos, pero aún así hay jóvenes que lo intentan. Jonathan es uno de ellos, una «rara avis» en un sector falto de relevo y abanderado por mujeres. Con ellas, muchas madres de sus amigos, trabaja día a día: «No es tan duro como parece, y la gente es un amor»

El poiense Jonathan Costa junto a sus compañeras en el banco marisquero de Combarro.

El poiense Jonathan Costa junto a sus compañeras en el banco marisquero de Combarro. / Gustavo Santos

Vigo

Un sinfín de proyectos de vida se vinieron abajo en Galicia con el crac del ladrillo de 2008. Se derrumbaron las promesas de un empleo estable en la construcción, y con ellas las certezas de muchos trabajadores que buscaron en el mar un refugio desesperado. El marisqueo, históricamente en manos de mujeres, vivió entonces un viraje. A falta de obra, llegaron los hombres. Algunos con tradición familiar en las rías, otros sin más anclaje que la necesidad. En ese contexto de transformación forzada nació una nueva etapa para el sector, aunque muy pocos de esos recién llegados se quedaron más allá de lo imprescindible.

Pero la historia de Jonathan Costa no tiene nada que ver con aquel éxodo de capataces, albañiles o azulejeros ni con la urgencia de quienes se refugiaron en el mar como último recurso. A sus 22 años, es uno de los mariscadores de a pie más jóvenes de Galicia, y una rara avis en un gremio donde predominan las mujeres y escasean las nuevas generaciones: «Empecé porque me viene de familia. Mi abuelo fue jefe de máquinas, mi abuela mariscadora. Iba con ella a la playa desde pequeño. Ahí fue donde comenzó todo».

Lejos de ser una elección casual, deja clara su vocación: «Trabajé de camarero, de forestal… Pero no me gustaba. A mí lo que siempre me gustó fue el mar. Cuando vi que había cursos, empecé a formarme. En el marisqueo trabajas pocos días, eres tu propio jefe. Me lancé». Fue hace apenas dos años, con solo 20. Su familia le apoyó desde que comenzó, pero con una condición clara. «Si lo vas a hacer por dinero, no lo hagas; si lo haces porque te gusta, adelante», recuerda.

Y le encantó. Disfruta del litoral, del ambiente, de la playa: «Jamás me encontré con ningún prejuicio. La gente que está en la Cofradía de Pescadores San Telmo en Pontevedra conmigo es gente que conozco desde pequeño. Una vez me sentí muy estresado porque no era capaz de coger el cupo, y dos señoras se acercaron y me dijeron que si no llegaba, estaban ahí para ayudarme, o que me daban del suyo».

«Aquí me comprenden»

El día a día de Jonathan transcurre entre el barro y las mareas. Se levanta temprano, se enfunda el buzo, mete el material en el coche y llega a la playa antes de que se abra: «Cuando llego noto una tranquilidad… Me gusta estar aquí, me siento comprendido». Las jornadas arrancan entre las siete y las nueve de la mañana, y conforme avanza el sol se hacen más duras: «Mucha gente piensa que en el mar pasas frío, que te cansas mucho, pero si te gusta, no lo sientes».

Pese a ello, lamenta, la situación del sector está lejos de ser halagüeña: «El marisqueo está mal. Es muy triste, pero seguramente me tenga que buscar otro trabajo». La mortalidad masiva de bivalvos ha dejado la costa bajo mínimos. «Estamos ganando 500 o 600 euros al mes. Yo, que vivo con mis padres, me apaño. Pero alguien con una familia… Es imposible», indica. La mayor parte de los mariscadores pontevedreses, como sus dos tíos, compaginan el mar con otros trabajos. Él en la construcción, ahora de nuevo en auge por la gran demanda de vivienda en España, y ella como empleada doméstica.

A pesar de las dificultades, Jonathan no pierde la fe: «Este es un trabajo de 14 o 15 días al mes, solo de mañana, y te deja las tardes libres. Y los años buenos son espectaculares». Hubo días de facturar 500 euros en una mañana: «Es más duro irte a alta mar en un barco que mariscar aquí». Rodeado de mujeres que lo vieron crecer, muchas madres de sus amigos, es el ejemplo del escaso relevo joven pero valiente: «A las nuevas generaciones les diría que lo intenten, que prueben. No pierden nada. No es tan duro como parece, y la gente es un amor. Si no sabes, te ayudan. Te dan esas fuerzas. Lo importante es no rendirse».

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