Molusco gallego, un diamante en el mar
La masiva mortandad registrada en 2024 en las rías asfixia al sector, que trata de hacer valer su escaso producto ante las importaciones «low cost» y protegerlo de los saqueos del furtivismo
«De día trabajamos, de noche vigilamos», denuncian las mariscadoras de Vilaboa en su última jornada del año
El molusco es mucho más que un producto del mar para Galicia: es la vida y el sustento de miles de familias. El problema es que las rías, caprichosas, se han acostumbrado a dar y quitar con la misma intensidad, algo que por desgracia conocen de primera mano las mariscadoras de a pie. Como era previsible, la comunidad cierra otro catastrófico año para el sector, golpeado por la masiva mortandad de bivalvos que, como la almeja o el berberecho, este 2024 han escaseado tanto que se han convertido en auténticos diamantes. Sus recolectoras —con rastrillos y sachos que se asemejan a los picos de los mineros, algunas incluso con linternas frontales que recuerdan a las que llevan los espeleólogos para adentrarse en las cuevas— encadenan un día a día de madrugones para hacerse con unos pocos kilos, preciados, que después deben hacer valer frente a la mercancía low cost importada desde el extranjero. Eso antes de que se ponga el sol, tras excavar en orillas que se han vuelto completamente improductivas pese a todos los esfuerzos depositados en sembrarlas, tratándolas con cariño para que el recurso se porte bien. Más tarde, por la noche, protegen todo aquel que todavía no han logrado encontrar de los saqueos del furtivismo. La lacra que cada invierno, como es habitual, trata de ponerse las botas a costa de la economía y la sostenibilidad de nuestro litoral.
¿Qué balance se puede hacer de este ejercicio? «Que ha sido muy malo», resume la patrona mayor de la Cofradía de Pescadores de Vilaboa Pedra da Oliveira, María del Carmen Cortegoso. Como en muchas otras localidades, este municipio pontevedrés ha sentido en su propia carne los efectos de la desalinización de los bancos, como consecuencia de las fuertes trombas de agua que han caído directamente del cielo y también han incrementado el caudal fluvial vertido.
Al marisqueo gallego le queda, por ahora, el consuelo de contar con el respaldo de la calidad de su producto; unas condiciones óptimas que justifican el encarecimiento que ha experimentado a lo largo de los últimos años —además de por su menor oferta, evidentemente, y en plena escalada inflacionista— pero que no compensa ni mucho menos las cantidades de molusco que se están dejando de recolectar. «Estamos extrayendo entre cuatro, cinco y seis kilos de japónica y dos de berberecho al día cada una», señala Cortegoso, que este lunes vivió su última jornada del año junto a una treintena de compañeras. Todas se dejaron la piel —y espalda— en su trabajo.
¿Cenarán ese marisco las mariscadoras este Fin de Año? ¿Se llevan a casa parte del producto? La respuesta este año es, si cabe, más obvia que nunca: «No hay duda, lo venderemos todo». Aún en el ecuador de la Navidad, fecha clave para la comercialización de los bivalvos, «los precios se están comportando bien». Mejor incluso que otras temporadas, dada la falta de materia prima. «Pero hay que pensar en todos los meses», recalca la patrona mayor. «No es lo que podamos ganar en diciembre. Esto es día a día», añade a renglón seguido sobre la incertidumbre que afronta el gremio en cada faena. De cara al 2025, las mariscadoras no pierden la esperanza: su plan es seguir sembrando concha, aunque las pérdidas sean una posibilidad. «Tenemos que intentarlo siempre. Si no sembramos, será igual o peor», indican: «Hemos asimilado que las cosas van poco a poco, aunque es complicado».
A la lucha por sacar adelante la producción se suma el constante enfrentamiento con el furtivismo, cuyo impacto se agrava con las fiestas y especialmente de noche, cuando los saqueos se multiplican. «De día trabajamos, de noche vigilamos. Tenemos un grupo de cuatro o cinco personas y viene un vigilante con nosotras», dice Cortegoso, que explica que se organizan turnos de patrullaje nocturno que se extienden durante todo el año. «Dependemos de las mareas. A veces vamos a las ocho de la tarde, otras a las dos de la madrugada, y echamos cuatro horas. Es duro, pero necesario», sentencia.
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