“Y me preguntan
¿dejarías la mar en algún momento?
Cuando pienso en el
primer cumpleaños de mi hija
y no estaba.
Cuando murió mi padre
y no estaba.
Cuando mi barco se quedó
sin motor en el Gran Sol.
Cuando mi mujer está mala
y yo aquí encerrado”.
A Ricardo Villar Martínez (Vigo, 1973) nunca le faltan las palabras. Le brotan como un géiser, incisivas y saladas. Duras, encerradas en la pantalla de un móvil, con la cabeza prendida en un barco de pesca. “Siempre está así, escribiendo”, dice Míriam, su mujer. Y asiente su niña Carmen, que tienta al padre a escribir un poema dándole solo tres palabras como inspiración. Ricardo lo traza en dos minutos.
“Carmen era seu nome
pintado no costado
do meu corazón,
un acordeón soa
e eu digo adeus,
Carmen meu ben
o barco que me leva hame de voltar
pra retomar de novo
todo teu soñar...”
Ricardo es marinero, conocido en las redes sociales como El poeta de los mares. Aunque él dice que también es como un sacerdote. “A bordo, en la cocina, soy el cura. Me vienen todos a contarme sus problemas”, ríe. “O un enfermero, eso también”. Con un libro de poemas editado el año pasado, y escrito desde las entrañas de un palangrero de Gran Sol, acaba de recibir los ejemplares de su segundo trabajo. Lo ha titulado 21 heridas de sal. Un océano de locos muy cuerdos.
Veintiuno fueron los días que duró su primera marea, entre septiembre y octubre del año 1992. Fue a bordo de una nave de madera, de 22,5 metros de eslora, con el nombre Pino Ladra en el casco. “Fue el último que anduvo en pareja. Nosotros íbamos a Canarias, a la palometa”. Ricardo era el novato. “El infierno. Tenía el tubo del váter encima de la cabeza, no teníamos armarios para colocar la ropa seca y nos duchábamos con el agua de un bidón que poníamos al sol”.
Tanto en este libro-crónica como en sus poemas, a este cocinero –no empezó como tal– le empujan muchas cosas además de su familia. Reivindica el trabajo en alta mar y la mejora de las condiciones de los marineros. “Lo que ha cambiado es la tecnología, sí, pero la mentalidad sigue siendo la misma. Como de cortar internet, con la explicación de que es para que no digamos dónde estamos pescando”. Por eso Ricardo clama en prosa ahora, y en verso siempre, desde que era pequeño. “Llevo 35 años escribiendo, empecé con poemas”. Fue un amigo, desde Argentina, el que lo animó a relatar ahora cómo fueron los comienzos del poeta de los mares.
“Conociendo lo imposible
albergando esperanzas
en una tierra yerma de sueños,
me hice marinero”
“Cómo un padre de familia puede estar ocho o nueve meses sin estar con los suyos”. El pasado verano no pudo tocar a su mujer y a las dos niñas –va a tener un niño ahora– durante diez días. “Las saludaba desde el balcón”. Terminaron montando una especie de campamento en Darbo, la parroquia de Cangas do Morrazo donde viven, para celebrar el reencuentro. Otros compañeros no pueden hacer lo mismo. “Hay algunos que se echan uno o dos años sin ir a casa, indonesios y así. No hay derecho”. Espanta el tinte romántico del oficio por vocación, y desnuda la dureza del trabajo y algunas armadoras para explicar la estampida de profesionales. “Empezaron a buscar gente de fuera hará unos veinte años. Después de mi generación, ¿qué marineros de aquí van a seguir?”.
El trabajo
El oficio en Gran Sol permite tocar tierra con frecuencia, pero no maquilla las vilezas del caladero. Y unas rutinas que poco han cambiado en treinta años. “Te despiertas a las 4:45 para una largada, desayunas, y después la virada. Hay barcos que están así todo el día hasta la una de la madrugada”.
Ricardo puede escribir en cualquier parte, pero es a la hora de dormir “cuando funciona el cerebro”. No siempre para bien, no siempre para escribir. “Piensa también en la soledad que hay en el puente”, dice refiriéndose a donde va el patrón de pesca a los mandos, por ejemplo. “¿Cuántas horas puede echar ese hombre solo? Porque hay de todo”. Hay armadoras muy buenas y muy malas, como en cualquier oficio. “A mí me gustaría [con sus publicaciones] dar voz a los marineros. Porque sentimos, lloramos... Hay mucha cultura e ignorancia, gente que no sabe sus derechos y tolera demasiado por las familias, por llevar el pan a casa. No hay marinero que no tenga una cicatriz de este trabajo”.
“Nacín para berrar o que ti calas, mariñeiro”
Villar presentará su nuevo libro en Moaña, el 24 de septiembre. Pero este viernes participará en un recital de poesía en las fiestas de Darbo.
“Acariciar la muerte
en su lomo plateado
no es una diversión
es una necesidad,
para ello me educaron”
“365 días
270 navegando,
que corre por mis venas
como laten mis manos.
Frío extremo,
calor asfixiante,
olas de 12 metros,
noches con sol.
Pobreza, tristeza,
sonrisas al sol,
un ciento de público,
decenas de idiomas
bailados a un son;
llantos de corazón;
rabia contenida;
risas de sinrazón;
amistades sinceras,
puras, ausentes,
de sangre; lágrimas;
alguna que otra razón”.