La mirada parece que se pierde cuando les preguntan por el momento más duro que recuerdan. Son tantas las actuaciones al año, cada una con sus particularidades y dificultades, que por momentos parece que cuesta centrar el tiro. Pablo Piñeiro y Javier Losada actuaron en decenas de rescates en el mar y las escarpadas costas de Galicia. Lo que sí tienen claro es que para su trabajo necesitan tener “la cabeza fría” y, sobre todo, estar “focalizados en la misión que toca”. Son rescatadores de uno de los dos helicópteros que tiene en la comunidad el Servizo de Gardacostas, el Pesca 1, cuyas labores se concentran en la inspección pesquera y, sobre todo, el auxilio a todo aquel que lo precise. Son, junto al resto de los integrantes, los ojos que vigilan permanente desde el cielo gallego, principalmente en la zona sur, y los primeros que insuflan esperanza a aquellos que necesitan una mano amiga que los ayude. “El simple hecho de estar allí, aunque finalmente no actuemos, ya es una ayuda, un apoyo”, recuerda el comandante David Cobertera.
El aeropuerto de Peinador es el hogar del Pesca 1. En un hangar están todos los equipos de emplean las tripulaciones, desde donde se realizan las gestiones necesarias y el espacio en el que el mecánico, Álex Hermida, mima la máquina. El Sikorsky, operado ahora por la compañía Babcock, está ya listo para una de las misiones rutinarias de inspección pesquera. A bordo sube Fernando Berride, para tomar nota de los barcos que se encuentren. Es, también, el encargado de recibir a FARO.
Tras los trámites necesarios con Aena, Losada acude con una furgoneta para poder acceder al hangar a través de la pista. Piñeiro, Cobertera y el otro comandante, el francés Philippe André, esperan para poder despegar. Finalizado el cursillo para saber actuar en situaciones de emergencia, conocer la aeronave y subir a bordo, el Pesca 1 pide permiso para despegar. Lo hace al mediodía, con el objetivo de peinar la Ría de Vigo, el entorno de Cíes y hasta Ons.
“Apuntamos los nombres y matrículas de los barcos. Luego comprobamos si podían estar en esa zona, con ese arte y demás”, comenta Berride. Para su labor, cuenta con el trabajo del piloto y copiloto para observar los barcos y aproximarse. Piñeiro, a través de un potente objetivo (similar a los que emplea la DGT para vigilar las carreteras), observa los barcos desde lejos. Losada, cámara en mano, los fotografía cuando están cerca. En una hora, y tras avistar una decena de pesqueros, el trabajo está hecho.
La mañana transcurre con tranquilidad, aunque siempre con la tensión de una llamada que puede trastocar todos los planes. “Si pasase algo habría que parar, dejaros en tierra”, apunta Cobertera. De hecho, al mismo tiempo que sobrevolaban la ría el otro helicóptero, el Pesca 2, tenía que intervenir ante un aviso de naufragio de un pesquero –sin heridos– frente a Cedeira, en A Coruña.
El comandante, de 50 años y madrileño, es el que más tiempo lleva en Gardacostas de los cuatro tripulantes, desde 2004. De hecho, salió del Ejército para incorporarse tras el desastre del Prestige. “Era necesario transportar a los relevos que se encargaban de extraer el fuel del barco”, recuerda.
Al igual que apuntan los rescatadores, Cobertera explica que el número de salidas que tienen que hacer al mes “es muy irregular”. “Hay meses que tienes 10 o 12; este llevamos ocho”, comenta. De hecho, en algunas van y finalmente no tienen que intervenir. “No siempre hay que sacar a alguien”, concreta ante la mirada del otro comandante, Philippe André, de 54 años, en el Servizo desde 2012. Este mismo mes tuvieron una jornada en la que salieron tres veces en el mismo día y en ninguna llegaron a intervenir.
Sin embargo, hay muchas otras en las que sí. En este sentido, recuerdan una muy reciente, en tierra y en la ría de Muros, en la que tenían que rescatar a una persona que se había fracturado tibia y peroné. “Fue muy complicada, hacía mucho calor y había un manto de árboles. Parecía imposible sacarle”, explica el comandante madrileño.
Para ellos, la tarea más difícil es la de tener que actuar de noche y, particularmente, en invierno, por el mal tiempo y la escasa visibilidad. “Hay menos misiones, pero son más feas”, explican los comandantes. Lo confirman también los rescatadores. “Tener que ir aleteando, con mal tiempo... Acabas reventado, pero tienes que resetear y pensar en el rescate”, indica por su parte Piñeiro.
El rescatador pontevedrés, el más joven (40 años cumplidos esta misma semana), lleva desde 2008. Empezó como socorrista de playas y, tras unas pruebas, entró en Gardacostas. “Cuando sales vas con la cabeza focalizada en la misión”, resume Piñeiro, que recuerda alguna escena dura, con fallecidos, que le tocó presenciar. También a Javier Losada. “Evalúas y ves lo que se puede hacer”, apunta el grovense de 45 años, “lo que se te pasa por la cabeza en ese momento es hacerlo todo lo más rápido posible”.
Rescatadores, comandantes, inspectores, conductores... Tanto en el aire, como en la tierra o el mar, Gardacostas de Galicia se dejan la piel. Son, en definitiva, los ojos en el cielo que trabajan. Y lo hacen hasta dejarse el corazón en el mar.