Este domingo será el décimo tercer aniversario.
“El día 22 de febrero de 2009, el pesquero Monte Galiñeiro se encontraba faenando a 235 millas al este de Terranova. Estaba arrastrando en fondos de unos 900 metros de profundidad y a tres nudos de velocidad. En esos momentos, la mayor parte de la dotación, que sumaba 22 personas en total, se encontraba en sus camarotes, descansando”. Así arranca el informe de la Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes Marítimos (Ciaim) el informe sobre el accidente de este pesquero, de Grupo Valiela. Un siniestro tan distinto y tan parecido al del Villa de Pitanxo. En el Monte Galiñeiro no hubo víctimas.
La jornada había comenzado pronto, a las seis de la mañana. El capitán había ordenado a todo el personal, incluido el de máquinas y cocina, que fueran al parque de pesca para ayudar en el procesamiento del pescado y el cartonaje. Volvería a largar aparejo más tarde, con la tripulación descansando tras haber almorzado.
Cuando se produjo una explosión en la sala de máquinas, y salvo tres marineros y la observadora científica, todos dormían. Eran las 14:22 horas. Ese compartimento se colmó de humo negro y empezó a subir el agua; el capitán dio la orden de avisar a toda la dotación para abandonar el pesquero. Tardaría 28 minutos en hundirse.
Al contrario que en el Pitanxo, que naufragó de noche, la señal de alerta del Monte Galiñeiro fue recibida por varios barcos que se encontraban “en las inmediaciones”. “El buque guardacostas canadiense Leonard J. Cowley, que se encontraba en las cercanías, se dirigió al lugar del accidente”. En el Pitanxo, como publicó ayer FARO, Juan Padín, Samuel Kwesi y Eduardo Rial (los únicos supervivientes de las 24 personas que iban a bordo) aguantaron durante cinco horas en el mar, con una sensación térmica de -17 grados, entre olas de más de seis metros y vientos de 40 nudos. A oscuras. Con cuatro compañeros fallecidos a su lado.
La tripulación del Monte Galiñeiro pudo acceder al pañol, ubicado debajo del puente, para vestir –excepto dos de los marineros– los trajes de inmersión. También, de echar al agua las dos balsas de babor y arriar la escala de embarque. El abandono del barco no fue plenamente reglamentario, de ahí las recomendaciones de mejora lanzadas por la Ciaim, pero funcionó. Pese a la prontitud en la operación de rescate, por la proximidad de los guardacostas y otros pesqueros, un tripulante tuvo que ser trasladado en helicóptero a un hospital de San Juan de Terranova con un cuadro severo de hipotermia. Aquel mediodía de febrero del 2009, en la zona había olas de hasta seis metros, como las de esta semana, pero vientos menos intensos (rachas de 25 nudos).
El naufragio del Villa de Pitanxo fue, a falta del detalle que aporte la investigación, más repentino, y se produjo durante la maniobra de virada del aparejo. Por este motivo eran ocho las personas que tenían que estar en cubierta, además del capitán y su segundo, en este caso en el puente de mando. A los demás les sobrevino el fatal desenlace en camarotes, sala de máquinas, cocina, bodega y parque de pesca.