El Lalandii 1, arrastrero construido por Armón Vigo para Novanam, de Nueva Pescanova, estaba ayer por la mañana –según los datos satelitales– en el entorno de la Orange Basin, una cuenca situada en la frontera marítima entre Namibia y Sudáfrica.
Camino al caladero, el buque navegaba libre, con otros pesqueros de ambos países situados a millas a la redonda y varios mercantes, petroleros y quimiqueros que transitaban por allí siguiendo sus rutas. La imagen que ayer veía el patrón desde el puente del barco, sin embargo, podría cambiar radicalmente en los próximos años.
El caladero namibio, en el que faenan unos 40 buques de capital gallego, está amenazado por dos actividades, una vieja y una nueva, que generan un efecto en el medio y las especies que captura la flota: la obtención de fosfato en el fondo marino que sigue pretendiendo la minera Namibian Marine Phosphate (NMP) y, ahora también, la extracción de petróleo. Las firmas Shell, Qatar Petroleum y Namcor anunciaron el descubrimiento de un yacimiento mar adentro que apunta a contener entre 250 y 300 millones de barriles de crudo en la misma cuenca en la que ayer navegaba plácidamente el Lalandii 1.
Las aguas de Namibia representan uno de los caladeros más ricos de la costa africana y la presencia de las armadoras gallegas es ya histórica en la zona. Sin embargo, estas aguas también albergan otros recursos en el subsuelo marino que atraen a grandes corporaciones. Una ya trabaja allí, el gigante De Beers, que remueve los fondos en busca de diamantes, la única empresa que lo hace en el mundo. De hecho, su filial Debmarine recibió recientemente el primer buque creado específicamente para extraer la piedra preciosa: un imponente barco de 177 metros de eslora, el Benguela Gem, que ayer estaba en la zona de trabajo, en el área donde desemboca el río Orange, cuya ciudad más importante en la zona, Oranjemund, fue levantada para esta industria.
Nuevo comienzo
El trabajo de la minera De Beers es el único que figura en el mar namibio, aunque en los próximos años podría no estar sola. Al menos eso es lo que quiere Namibian Marine Phosphate (NMP), que pese al revés judicial del pasado verano vuelve a la carga para lograr llevar a buen puerto los trabajos en el área de 2.233 kilómetros cuadrados (equivalente a más de 312.000 campos de fútbol) que tiene licenciada a 120 kilómetros mar adentro al sudoeste de la ciudad pesquera Walvis Bay y a unos 60 kilómetros de la costa namibia.
La firma, propiedad del multimillonario omaní Mohammed Al Barwani (85%) y del namibio Knowledge Katti (15%), recibió la licencia sobre el área en 2011, pero no fue hasta 2016 cuando causó gran controversia en el país. Su proyecto, denominado Sandpiper, quería taladrar el fondo marino para extraer fosfato durante 20 años.