En estos tiempos pandémicos de recomendado distanciamiento social surgen bajo las aguas de nuestras rías relaciones excepcionales. Escenas que todo apasionado del mundo submarino soñó alguna vez con protagonizar desde que siendo niño se sentaba ante el tele a ver "Flipper". Roger Suárez, un mariscador de Noia, acaba de vivirla casi 47 años después de quedar cautivado por la popular serie.

Este recolector submarino de Noia todavía sigue fascinado por lo ocurrido cuando buceando para recoger navajas en aguas someras de la ría de Muros recibió la visita de un delfín mular. No le asustó la presencia de este ejemplar de unos dos metros de largo ya que desde principios de año venía merodeando por donde trabajaba su grupo de navalleiros. Daba igual que cambiasen de zona de buceo, el delfín rondaba su embarcación. Fuera emergiendo alrededor de ella o manteniendo cierta distancia, casi nunca nunca dejaba de observarles mientras mariscaban. De tan acostumbrados a tenerlo cerca acabaron poniéndole un nombre: "Manoliño".

Por eso Roger dice que su relación con Manoliño "fue un amor por el que tuve que pelear mucho". De las visitas constantes al contacto transcurrieron meses. En medio de este tiempo, desde la Consellería do Mar, al tanto ya del insistente acercamiento de este cetáceo a los mariscadores de esta ría, lanzó una recomendación para que no interactuaran con él, pero tal y como lo explica el protagonista de esta historia, poco podía hacer por sortear la interacción: "Estoy en mi zona de trabajo, en mi horario laboral, y es él quien viene a mí. Y aunque cambiemos de zona, nos encuentra".

Salvo que el encariñamiento del animal obedezca al traje de neopreno que usa para bucear, -por otra parte, muy parecido al de sus compañeros- o que sus miradas se cruzasen provocando en su sonar un chispazo de significado solo traducible para el delfínido,_Roger carece de una explicación lógica sobre la obsesión del animal por él. "Es que a saber por qué viene a mí. Surgió todo como una cuestión de confianza mutua. Igual que un perro, primero se acercaba como oliendo, cuando cogió confianza se rascaba con las aletas y ahora ya se deja abrazar", resume.

Así tal cual ocurrió el viernes. Como en otras tantas ocasiones mientras rasgaba el fondo del mar en busca de navajas Manoliño permanecía a escasos metros. Solo que Roger creyó que una vez más se limitaría a la conducta habitual, a observar. Hasta que notó el primer contacto. "Cuando me di la vuelta tenía su cabeza entre mis aletas, se rozaba con ellas, así que lo acaricié, primero debajo del morro, e igual que un perro, se ponía contento y subía para arriba y luego volvía abajo. Y al final lo abracé", relata entusiasmado.

Una escena llena de ternura que duró tiempo suficiente para hacerla inolvidable. Y podría repetirse muy pronto. Roger espera que el próximo lunes, el último día de la campaña de la navaja, un día que está deseando que llegue: "Lástima que se acabe el trabajo pero quizá me lo vuelva a encontrar cuando salga a nadar por la ría".