A partir del 1 de enero de 2019 todos los barcos que faenan en aguas comunitarias deberán desembarcar todas las capturas que realicen en alta mar, independientemente de si tienen o no cuota y de si alcanzan el tamaño mínimo. Cuando los armadores no puedan darle salida comercial (si no alcanzan el tallaje, no disponen de cuota o la han agotado) deberán destinarlo a consumo humano no directo, como la harina de pescado. Para hacer frente a esta normativa, que para especies demersales ya entró en vigor el pasado enero, el sector trabaja con la administración y los científicos a fin de encontrar una manera para limitar al máximo el impacto del descarte cero. Pero la conclusión certera, de momento, es que ni existe una fórmula perfecta para seleccionar las especies que entrar en las redes ni hay salida comercial para muchas otras. Cada pescado que sube a la bodega consume cuota, lo que no está claro es que genere rentabilidad.

La Cooperativa de Armadores de Vigo (Arvi) analizó ayer la normativa y su implantación en unas jornadas en las que se desgranaron estrategias para mejorar la selectividad de las artes de pesca y expusieron distintas experiencias en País Vasco, Noruega y Países Bajos. "Tenemos que avanzar para que el 1 de enero de 2019 no sea el caos que algunos predijeron", comentó el jefe de Área de Caladero Nacional, Ignacio Fontaneda, del ministerio. Con Javier Touza y José Antonio Suárez-Llanos como anfitriones (presidente y gerente de Arvi, respectivamente), a la inauguración de la ponencia acudieron también la conselleira Rosa Quintana; el presidente de la Autoridad Portuaria de Vigo, Enrique López Veiga; y el director xeral de Pesca, Juan Maneiro.

Julio Valeiras, del IEO de Vigo, certificó que el problema del descarte cero es de mayor impacto en pesquerías mixtas con artes de arrastre, como en Gran Sol o en Cantábrico Noroeste. Distintos proyectos acometidos hasta la fecha acreditan de momento una "baja efectividad para atajar los descartes", e incidió en la necesaria "colaboración de todos" para reducir el impacto derivado de arrojar al mar el pescado. Luis Arregui, del centro tecnológico vasco Azti, coincidió al señalar la dificultad de la flota para adaptarse a este reglamento. Mencionó como posibilidad el slipping, que consiste en elevar el copo a bordo y devolverlo entero al mar (en menos de cinco minutos) si está colmado de especies para las que el barco no tiene cuota. Pero aún es una vía accesoria para cumplir el descarte cero.