Fe de errores
El negacionismo de la muerte
Los inmortalistas están convencidos de que, si bien estirar la pata seguirá siendo opcional, quienes no opten por ello podrán vivir eternamente

El científico venezolano José Luis Cordeiro, organizador de la Cumbre Internacional sobre Longevidad, en Madrid. / José Luis Roca
Ya que están de moda los libros de autoayuda, no me extrañaría nada que de darle más publicidad, el titulado Cómo orientarse en el pensamiento llegase al alcanzar un éxito semejante al del Oráculo manual en Wall Street. Baltasar Gracián lo escribió a mediados del XVII, por lo que no resulta quimérico que esta obra de Immanuel Kant, escrita cien años después, pueda ayudarnos. Por ejemplo, con esta máxima: «No neguéis a la razón lo que hace de ella el bien supremo sobre la tierra, a saber, el privilegio de ser la última piedra de toque de la verdad».
Considero un grave atropello a la razón el negacionismo científico. No solo ignorar, sino sobre todo contradecir las conclusiones a que han llegado los investigadores. La comunidad internacional lleva años advirtiendo que la opinión pública está dejando de confiar en las verdades proclamadas por ellos. La Fundación BBVA ha difundido una encuesta según la cual dos de cada 10 españoles no creen que de los científicos provenga el conocimiento más objetivo. Tom Nichols, autor de una obra sobre la «muerte de la pericia», analiza y denuncia la campaña contra el conocimiento establecido desde fuentes fiables, nacidas de la ciencia y del testimonio de los expertos, vicio que no es novedad sino que ha estado jalonado por hitos programados al servicio de la política y los intereses económicos.
Sesgo de confirmación
Algunas de sus expresiones más populares de este error, como el llamado terraplanismo y los movimientos antivacunas, parecen obedecer exclusivamente a puras pulsiones irracionalistas en virtud del conocido como sesgo de confirmación, por el que renunciamos al razonamiento inductivo a favor de una interpretación de los hechos conforme a nuestras informaciones y suposiciones previas, imbuidas de emocionalidad. Pero en cuanto a la negación del cambio climático y el calentamiento global, detrás de las actitudes más irresponsables se oculta una deliberada programación para impugnar la verdad en aras de intereses económicos.
La primera de estas campañas comenzó en 1953 con la confabulación de los productores de pitillos para hacer frente a la amenaza del doctor Ernst Wynder, del Sloan Kettering Institute for Cancer Research. Y la secundaron las grandes petroleras, vendedoras de combustibles fósiles. De todo esto trata Lies incorporated. The world of post-truth politics publicado en 2016 por Ari Rabin-Havt.
Es de notar la implicación en todo ello del presidente Donald Trump. Nada sorprendente, por otra parte, en quien antes de su encumbramiento se había hecho eco de las teorías negacionistas de Andrew Wakefield, quien comenzó a relacionar la vacuna triple vírica con el autismo. Sus tomas de posición le depararon la retirada de su licencia facultativa como médico, pero fue creciendo el número de padres que lo consideraban un auténtico héroe gracias a su presencia en las redes.
Sus mentiras provocaron un descenso de 20 puntos en los índices de vacunación, y en 2008 el sarampión volvió a ser endémico, pese a que el Informe McCormick había demostrado científicamente que aquella conexión era un bulo. Lo que no impidió que una famosa de la televisión, Jenny McCarthy, madre de un niño afectado por el trastorno del espectro autista, negase esa refutación basándose en su «instinto materno» y aduciendo que «mi ciencia se llama Evan y está en casa» y «yo me licencié en la Universidad de Google». No se olvida tampoco que, en una comparecencia en la Casa Blanca acerca de la pandemia, Trump sugirió que los médicos deberían estudiar su idea de que ingerir o inyectarse lejía o «golpear el cuerpo con una luz tremenda, ultravioleta o simplemente muy potente» podría ser una buena solución.
Trump acaba de volver a la carga con la especie de que el autismo viene del paracetamol ingerido por las embarazadas, como demuestra que, en Cuba, donde no hay Tylenol, no se registren casos. Y ahora lo secunda en su calidad de ¡¡secretario de Sanidad!! Robert F. Kennedy Jr.. Entre otras declaraciones suyas polémicas, siempre ajenas cuando no contrarias a las evidencias científicas, se cuentan que el antidepresivo Prozac es responsable de los tiroteos masivos en las escuelas de los Estados Unidos, o que los chinos y los judíos son inmunes al covid.
De Putin a Milei
Ha dado mucho que hablar la filtración de la charla que, de paseo por Tiananmén, mantuvieron Vladímir Putin y Xi Jinping. Según el líder chino, hoy a los 70 se sigue siendo un niño, y enseguida la expectativa de vida será de 150. Esa es la promesa, comentada incluso en Nature, del movimiento, muy presente ya en la anglosfera, de la longevity, propalado por el grupo Don’t Die capitaneado por el biohacker Bryan Johnson. El ruso, por su parte, fue más allá: con el desarrollo de la biotecnología, los órganos humanos pueden ser trasplantados continuamente y las personas incluso alcanzarán la inmortalidad. Hipótesis que sin duda hubo de agradar al tercero en concordia, el presidente norcoreano, hijo y nieto de presidentes, Kim Jong-un.
Alineado con Putin, nos llega de Buenos Aires, con el aval de Javier Milei, un apóstol del negacionismo de la muerte que tampoco se queda corto. Se trata del «inmortalista» caraqueño José Luis Cordeiro, autor de La muerte de la muerte. La posibilidad científica de la inmortalidad física y su defensa moral. Ha venido a Madrid para organizar aquí la Cumbre Internacional sobre Longevidad. Y su propuesta es que, si bien estirar la pata seguirá siendo opcional, quienes no opten por ello vivirán eternamente. Los lectores de Kant somos escépticos, pero me imagino el estremecimiento en su tumba en Bath de aquel gran ilustrado que fue Thomas Malthus.
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