Los novios se prometen
Se publica una nueva traducción de la gran novela de Alessandro Manzoni

Retrato de Alessandro Manzoni. / FDV
Las nuevas traducciones de algunos clásicos han cambiado incluso los títulos con los que tradicionalmente se habían venido identificando en los manuales de literatura. Ha ocurrido con Por el camino de Swann de Marcel Proust, traducido como Por la parte de Swann o con La metamorfosis de Kafka, ahora La transformación, en las últimas y más certeras traducciones. También con la Divina Comedia de Dante, desposeída de su adjetivo religioso.
Nos llega ahora una nueva edición de Los novios de Alessandro Manzoni, traducido más adecuadamente como Los prometidos del original I promessi sposi. La primera traducción en España, de Félix Enciso en 1833, se titulaba Lorenzo o los prometidos esposos. Aparte las polémicas que pueda suscitar la traducción del título, lo que hay que mantener es que esta novela, publicada ahora por Galaxia Gutenberg en traducción de Marilena de Chiara, es una de las grandes obras maestras de la literatura europea del siglo XIX.
El gran escritor lombardo Alessandro Manzoni (1785-1873) era de una conducta humanamente intachable, hasta el punto de que fue bautizado irónicamente por sus contemporáneos como «el mausoleo de los buenos sentimientos», aunque su vida transcurrió entre sinsabores y miserias familiares agravadas por sus taras físicas y por sus debilidades sicológicas, una incurable agorafobia y la manía de cambiarse de ropa varias veces al día.
Durante su vida corrió el rumor de que su padre no era Pietro Manzoni sino Giovanni Verri, hermano del economista Pietro Verri. Y cuando era un niño, su madre Giulia Beccaria lo abandonaba en un severo colegio religioso durante las temporadas que pasaba en París con el conde Carlo Imbonati. A pesar de lo cual Manzoni siempre la consideró como una especie de diosa a la que adoró toda la vida, hasta el punto de aceptar como esposa a Henriette Blondel solo por su recomendación. Con Henriette tuvo diez hijos de los que sólo sobrevivieron dos. Tras la muerte de su madre Manzoni no volvió a escribir nada de valor.
Católico progresista, Manzoni era muy cuidadoso del idioma (junto con Leopardi, con quien mantenía contactos sobre el tema de la lengua) hasta el punto de que Dante Isella, prestigioso experto en Manzoni, llega a afirmar que «inventó la lengua italiana» cuando aún la ópera de Verdi y el Risorgimiento que culminará en 1870 con la unidad italiana estaban en sus albores. Por cierto que el compositor dedicaría una misa de «Réquiem» a Manzoni al año de su muerte.
Los estudiantes de su época calificaban a Los prometidos de «aburrimiento mortal» (Pío Baroja confesó que tampoco pudo terminar su lectura) tal vez porque para el sistema educativo de Italia era una novela de lectura obligatoria en los institutos, y el catolicismo la convirtió en uno de sus breviarios religiosos.
Aunque los primeros escritos de Manzoni, entre ellos el poema «El triunfo de la libertad», eran claramente anticlericales, y sus lecturas de juventud versaban alrededor de las obras de Voltaire y Diderot, más tarde se reconcilió con la Iglesia y se entregó a la lectura de la Biblia, practicando un cristianismo próximo al jansenismo.
Umberto Eco dijo que la primera página de Los prometidos está hecha por los ojos de Dios y no por los de los hombres
En poesía escribió los Himnos sacros, en los que identifica el cristianismo con el espíritu de su tiempo. Por eso Los prometidos ha sido interpretada en clave religiosa más que en su significación ético-política, más frecuente a partir del siglo XX, conocido su compromiso con la lucha por la independencia y la unidad italiana. Allessandro il Grande, como lo bautizaron los italianos, podría ser considerado como un «padre de la patria»; de hecho llegó a ser nombrado senador en 1860.
Una novela fundamental
Umberto Eco dijo que la primera página de Los prometidos está hecha por los ojos de Dios y no por los de los hombres, aludiendo a la visión aérea (cinematográfica) de la región que describe Manzoni. Para Leonardo Sciascia, que escribió un ensayo sobre «La columna infame» de esta obra, Manzoni era un autor difícil.
El escrito de Sciacia, de 1981, se refiere al apéndice que Manzoni introduce en la novela con el título de «Historia de la columna infame», donde reconstruye la condena a dos presuntos propagadores de la peste que fueron ejecutados. Para otros se trata de un escritor político que en su obra se ocupa del conflicto entre los humildes y los poderosos, del hambre, de la guerra y de la peste.
Hay en la novela, publicada por primera vez en 1827 en tres volúmenes, una serie de personajes inolvidables, desde los protagonistas, el joven obrero Renzo y la campesina y devota Lucía (obligados a una separación de dos años en medio de la peste que arrasaba Milán), a don Abbondio (un temeroso párroco mediocre incapaz de frenar la autoridad y las injusticias de don Rodrigo), la monja Gertrude (inspirada en el personaje de Marianna de Leyva, descendiente de un conde español), el cardenal Federigo, fray Cristóforo, protector de los humildes, Inés, Perpetua (la criada de don Abbondio), y el Innominado, inspirado en el señor feudal Bernardino Visconti.
Envueltos en los acontecimientos de la guerra de los treinta años y sus secuelas en Italia y sobre todo en las calamidades que trajo la peste en Milán en 1630, que Manzoni recrea espléndidamente con admirable rigor documental en unas páginas dignas de pasar a la mejor historia de la literatura. Ambientada en la Lombardía del siglo XVII, junto a la trama argumental, el afán de Manzoni por la documentación histórica hace que también describa minuciosamente las costumbres sociales, las ideologías políticas de la época y los conflictos a los que se enfrentaba la Italia del siglo XIX.
En España la novela causó una gran impresión ya en su época, como recogen testimonios de Bonaventura Carles Aribau, Josep María Cuadrado, Milá y Fontanals, Valera y Pedro Antonio de Alarcón entre 1823 y 1854, una influencia atenuada por la dominación española en el milanesado, nada favorecedora para la potencia ocupante, considerada por Manzoni como un reflejo de la opresión austriaca sobre su país en el momento en que escribe la novela. Aún así, en el siglo XIX se hicieron seis traducciones al español. En Alemania, Goethe elogió la obra y Edgar Alan Poe hizo también una reseña muy positiva de la traducción inglesa.
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