Gabriele D’Annunzio, condotiero y seductor
Se publica una nueva edición de «Nocturno», una de las obras más representativas del escritor y poeta italiano

D'Annunzio, de joven. / FDV
El 16 de enero de 1916, durante la Primera Guerra Mundial, el poeta y escritor Gabriele D’Annunzio pilotaba un caza durante una misión de reconocimiento sobre Trieste. El aparato recibió disparos desde tierra y desde dos aviones austríacos que lo perseguían. En un amerizaje forzoso D’Annunzio resultó herido y quedó temporalmente ciego. Durante su convalecencia escribió un texto que con los años se ha convertido en una de las obras fundamentales de su producción literaria. La editorial Fórcola publica ahora «Noctuno» en una edición que reproduce las ilustraciones del original, de Adolfo de Carolis, y se completa con un abundante aparato de notas y una amplia biografía del escritor.
Temporalmente ciego, D’Annunzio escribió «Nocturno» en unas finas tiras de papel para seguir con el tacto las líneas de escritura (una en cada tira) sobre las que deslizaba un lápiz: «escribo mi pasión con sangre». El texto ocupó más de diez mil de aquellas tiras que le preparaba su hija Renata, que lo cuidaba en su retiro de la Casetta Rosa de Venecia, un palacete cedido por su amigo el príncipe Fritz von Hohenlohe donde habían vivido también el poeta Rainer Maria Rilke y el pintor español Mariano Fortuny, amigo de D’Annunzio. Por eso «Nocturno» es un reconocimiento a Renata y a las mujeres que cuidaron de él durante los meses oscuros y también a su madre, a quien dedica la obra y que murió durante su convalecencia. Pero sobre todo es un homenaje a la guerra patriótica cuyos ideales D’Annunzio había exaltado en sus obras literarias y que para él era como una nueva poesía. En coherencia con ellas arriesgó su vida participando como piloto y como marino de guerra en una lancha torpedera. Y por eso también honra aquí a los pilotos a quienes admiraba y con quienes compartió batallas, algunos fallecidos durante el combate: son conmovedoras las páginas dedicadas a su amigo el aviador Giuseppe Miraglia, cuyo avión se estrelló cerca del Lido y cuyo cadáver, que describe con detalle (p. 87) veló durante tres días: «su muerte y mi vida son una misma cosa», escribe aquí.
«Nocturno» recoge la larga soledad del escritor durante los meses de aquella ceguera, acompañado siempre de la música (Beethoven, Franck, Ravel, Wagner) que, según dijo, lo salvó de la desesperación durante el calvario de su convalecencia: «la música es como el sueño del silencio». Recibe visitas de amigos y camaradas, recuerda a los muertos y elogia el valor de los soldados que arriesgan la vida en la guerra mientras recuerda escenas de batallas en las que participó. En sus largas horas de insomnio D’Annunzio reflexiona sobre el acto de escribir, trae a su memoria melancólica sus años de infancia, la casa de sus padres, las mujeres a las que amó. También recupera imágenes de la guerra, de los campos de batalla arrasados, y sobre todo de la muerte, «presente como la vida, cálida como la vida, bella como la vida, embriagadora, prometedora, transfiguradora».
D’Annunzio y el Futurismo
Desde una estética simbolista y decadente, y a pesar de que nunca admitió su afiliación al Futurismo, la obra y la vida de Gabriele D’Annunzio están ligadas al movimiento de Marinetti tanto por su estética como por los valores que defendía, relacionados con la guerra (a la que llegó a calificar de ‘divina’), la violencia y la adoración por las máquinas, los automóviles, los aeroplanos, las ametralladoras y los torpedos. D’Annunzio se identifica con lo que Marinetti definía en el manifiesto de 1909, la «despiadada nueva era de la máquina». En aquel texto se proclamaba la «belleza de la velocidad» y se decía que la guerra era la única «higiene posible» para la salvación del mundo. Este ideario fue la base de la estética que D’Annunzio aportó al fascismo: las camisas negras, el saludo romano y toda la parafernalia de los desfiles militares adoptados por Mussolini.
Poeta, escritor, dramaturgo, político nacionalista italiano, soldado y aviador, D’Annunzio llevó hasta el extremo su ideario con el experimento que desarrolló en la ocupación de Fiume (la actual Rijeka, en Croacia) desde septiembre de 1919 a diciembre de 1920, donde creó una república para la que escribió una Constitución con el fin de reivindicar la italianidad de Dalmacia. Con soldados del ejército italiano creó un régimen en el que reinaba la anarquía, la violencia, el libertinaje, la prostitución y las drogas. Tuvo que renunciar a la anexión de Fiume a Italia presionado por el rey y por Mussolini, y obligado a terminar con aquella aventura después de que el acorazado Andrea Doria cañonease el Palacio del Gobierno.
Hijo de un terrateniente de Pescara, D’Annunzio publicó su primer libro de poesía, «Primo vere», a los 16 años, y su primera novela, «El placer», a los 26. Estudiante heterodoxo y mujeriego, se casó con María Hardouin di Gaselle con la que tuvo tres hijos. Se separaron a los tres años y se unió a una condesa siciliana, María Anguissola Gravina, madre de Renata, a la que también abandonó (las dos mujeres intentaron suicidarse). El amor de su vida fue la actriz Eleonora Duse, cinco años mayor que él, con la que tuvo una relación tormentosa («detesto a Gabriele pero le adoro, le amo, le amo tanto, le odio tanto»). En su vida sentimental tuvo otras parejas, como la pintora Romaine Brooks, la pianista Luisa Baccara, la amazona Elvira Fraternali, a quien llamaba ‘Barbarella’, aristócratas como Beatrice Álvarez de Toledo, las marquesas Luisa Casati y Alessandra di Rudimi, la condesa Giuseppina Mancini, ‘Amaranta’, que terminó en un siquiátrico. Huyendo de sus acreedores (un empresario argentino llegó a pagarle un millón de liras por unas conferencias que nunca llegó a pronunciar), D’Annunzio se refugió en París con su esposa María Hardonin di Gallese. Allí continuó con su actividad de seductor: según Natalie Barney, «Cualquier mujer que no se hubiese acostado con él era motivo de burla».
En sus últimos años de vida se retiró a escribir a su villa Il Vittoriale, una casa del siglo XVIII que aún existe como museo, en el municipio de Gardone Riviera, a orillas de lago Garda, donde ordenó plantar diez mil rosales y se hacía servir por quince criados. Oculto a la mirada de la gente, maniático hasta la náusea, llevó mal su ancianidad, consumido por las enfermedades venéreas y su adicción a la cocaína. En su despacho de esta residencia lo encontraron muerto el 1 de marzo de 1938. Tenía 74 años. Mussolini presidió el funeral.
Suscríbete para seguir leyendo
- Ni dolor de espalda ni hernia discal: los signos de alarma para sospechar de un tumor vertebral
- Evacuados en helicóptero una niña y un adulto de urgencia desde las Islas Cíes
- Hallan los cuerpos de Txell Fusté y Esteve Carbonell, desaparecidos en los Pirineos hace seis meses
- La Guardia Civil localiza a una niña pequeña deambulando sola por una calle de Nigrán
- Ahora muchos lo ven claro en el PSOE: Lastra fue 'borrada de Ferraz' por la denuncia del 'puterío' de Ábalos... y Cerdán tomó el poder
- «No podemos vivir el uno sin el otro», afirmaba Marisol, la víctima de Campo Lameiro
- Ilaix firma por cuatro temporadas
- Síntomas para descubrir a tiempo la enfermedad más mortífera y difícil de diagnosticar