Un largo siglo de cultura
El historiador Ruiz-Domènec publica un libro sobre los duelos culturales del siglo XX, ganador del Premio Nacional de Ensayo

José Enrique Ruiz-Domènec. / FdV
Domènec lo llama un largo siglo porque que para él comienza en 1871 y se prolonga hasta ayer mismo, con la invasión rusa de Ucrania.
Así, el autor registra los prolegómenos del siglo XX en la Comuna de París en 1871, en paralelo al enfrentamiento cultural entre Wagner y Nietzsche, cuando el filósofo acusó al compositor de entregar la música a los gustos de las masas. Son los años en los que triunfaban los principios de la Ilustración y aparecían los ensayos de Voltaire cuestionando el papel de la religión y de Montesquieu sobre la división de poderes, y de una nueva concepción europea de la novela con Goethe y Víctor Hugo y los escritores postvictorianos en Inglaterra: Oscar Wilde, Stevenson, Conrad. Simultáneamente hacía su aparición el impresionismo y los primeros intentos de crear el Estado cultural que se consolidaría en Francia con Malraux.
El siglo XX nació con la aparición de una nueva palabra, la de intelectual, utilizada por Zola a raíz del caso Dreyfus, cuando Francia tuvo que elegir entre sacrificar el país o la justicia. El modernismo, en boga entonces, duró hasta que Yeats y Valle-Inclán lo dieron por finiquitado y lo demolieron los nuevos ismos: cubismo, dadaísmo y surrealismo. Ruiz-Domènec analiza los movimientos culturales desde el enfrentamiento entre planteamientos diferentes, que a veces incluso se complementan. Wilde y Bernard Shaw representan el debate entre liberales y socialistas. Kandinski desde la pintura y Schönberg desde la música como alternativa a un Igor Stravinski cuya «Consagración de la primavera» dividió al auditorio de una sala en un enfrentamiento que ilustraba aquellas diferencias.
«Si es cierto –escribe el autor— que el ocaso de la Vieja Europa es el resultado de una actitud descuidada de la clase dirigente que no se preocupó por mostrar el valor de la cultura ante el empuje de las mercancías chabacanas, entonces también es cierto que el siguiente paso consistió en demoler los valores forjados por esa cultura». Un planteamiento que en los años sesenta presentará Umberto Eco en «Apocalípticos e integrados en la cultura de masas».
La revolución soviética y el problema de la libertad en el régimen comunista es otro episodio analizado en este libro, que condicionó la historia del siglo y dividió a los intelectuales europeos y a la cultura de la propia Rusia como Shostakóvich, Stravinski y Prokófiev. Una Rusia en la que la propaganda era una forma de arte y en la que Stalin asumió el totalitarismo como única manera de sostener la cultura soviética. «Doctor Zhivago» de Boris Pasternak y «Archipiélago Gulag» de Solzhenitsin ilustraron la marcha de la sociedad rusa soviética.
En los años veinte aparece la cultura del consumo y la sociedad de masas advertida por Ortega y Gasset y el Bertolt Brecht de «La ópera de tres peniques». Una década que desembocó en el crack del 29 cuyas consecuencias John Steinbeck recreó en «Las uvas de la ira» y darían lugar a la denuncia de Annah Arendt sobre los orígenes de los totalitarismos. En el barrio de Montparnasse en París vivían los estertores de aquella cultura los protagonistas de la generación perdida: Hemingway, Scott Fitzgerald, Gertrude Stein… mientras Julien Benda acusaba en «La traición de los intelectuales» del hundimiento de las masas en la ignorancia, el gusto por el espectáculo, las banderas, los gritos y la cultura de la muerte, promovida por quienes llevaban como distintivo una calavera en la gorra. Los dos modelos culturales enfrentados, el soviético y el norteamericano, estaban representados por dos novelas singulares, «El alma de Petersburgo» de Nicolái Antíferov y «El gran Gatsby» de Scott Fitzgerald.
El totalitarismo nazi que sucedió a la República de Weimar nació de la batalla cultural que impuso el modelo de civilización germánica, por considerarlo superior a cualquier otro. Una idea delirante que sedujo a una sociedad perdida y que trajo consigo el enfrentamiento hasta entonces más sangriento y destructivo, tras el prolegómeno de la guerra civil que partió a España en dos.
Terminada la II Guerra Mundial, los movimientos que protagonizaron un nuevo enfrentamiento de culturas fueron el existencialismo y la Beat Generation, con un Sartre que flirteaba con el comunismo y unos Kerouac y Allen Ginsberg críticos con la sociedad de consumo. El mundo se dividió en dos bloques que eran también dos esferas de influencia, la capitalista en Occidente bajo el paraguas de Estados Unidos y la marxista en Oriente bajo el control de la Unión Soviética, seguida por Fidel Castro o Ho Chi Minh. Un enfrentamiento que no era sólo cultural sino también bélico a través de la Guerra Fría. Una situación ilustrada por el teatro del absurdo de Beckett, la poesía de Ezra Pound y la música de John Cage, cuya obra «4.33» hizo que por primera vez en una sala de conciertos los protagonistas fueran el silencio y los sonidos ajenos a la música.
En los dos bloques la juventud seguía modelos impuestos o promovidos por el poder. Mientras el deporte era prioritario en la URSS los jóvenes de Occidente manifestaban su inconformismo y su rebeldía en el cine con las películas de Marlon Brando y James Dean y en la música con el rock and roll, un sonido de ruptura que más tarde Bob Dylan y Jim Morrison convirtieron en la acción más radical de la batalla cultural del siglo XX. Junto al expresionismo abstracto de Rothko, Pollock y Kooning, era una oposición abierta a los valores dominantes.
El protagonismo de la mujer iniciado en los primeros años del siglo con la moda de Cocó Chanel evolucionó hacia un feminismo que trasladó a las mujeres un nuevo sentido de la vida al margen de la dedicación al hogar.
El enfrentamiento político en los años sesenta estuvo representado por los intelectuales y escritores que apoyaban a Occidente, como Isaiah Berlin o Steinbeck, y los que apostaban por el bloque soviético a través del castrismo: García Márquez, Vargas Llosa, Julio Cortázar… una batalla cultural que el autor califica como la más grande que ha visto el siglo XX. Marcuse, Foucaut y el Mayo del 68, sin olvidar a Guy Debord y su «Sociedad del espectáculo», supusieron la mayor revolución desde el existencialismo.
La confianza en el comunismo como redención de las clases oprimidas empezó a quebrarse con la invasión de Hungría por los tanques soviéticos, que enfrentó a la izquierda occidental con los bolcheviques. Desde entonces ese modelo cayó en descrédito hasta desaparecer con la caída del muro de Berlín mientras el posmodernismo se alzaba triunfante, a veces falsamente, como en el caso de las profecías de Fukuyama sobre el fin de la Historia. Dos historiadores, Tony Judt y Eric Hobsbawm, dos modos de escribir la historia, advierten del peligro de que la democracia sucumba ante la corrupción antes que ante el totalitarismo y las oligarquías. El medio ambiente y la ecología son ahora dos de las preocupaciones universales.
El siglo XX se prolongó en acontecimientos como el 11-S, las primaveras árabes, el Brexit, la Rusia de Putin, el Covid 19 y el desarrollo de la informática y la Inteligencia Artificial, todo ello recogido en esta excelente obra, merecedora del Premio Nacional de Ensayo 2024.
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