Literatura

Las narraciones extraordinarias de Rodrigo Cortés

El escritor y cineasta despliega imaginación y talento en "Cuentos telúricos" durante un inagotable viaje por un mundo habitado por seres sorprendentes e historias inesperadas

Rodrigo Cortés.

Rodrigo Cortés. / Pablo García

Tino Pertierra

Telúrico: perteneciente o relativo a la Tierra como planeta. "Cuentos telúricos": pertenecientes o relativos a la Tierra como reino de juegos enterrados en la memoria. Rodrigo Cortés: relativo a un cineasta de planetas variados y llenos de desafíos ("Buried", "Luces rojas", "Escape", "El amor en su lugar"...) y escritor al que no le van los caminos previsibles y muy transitados ("Verbolario", "Los años extraordinarios"...). Ahora rompe una vez más los espejos de las apariencias a ver qué enigmas puede cazar entre cristales rotos y marcos descolgados sin miramientos. Es decir: aplica a sus inquietudes inquietantes un estilo fantástico en el sentido más noble del término. Un término que no tiene fin si nos atenemos al caudal de imaginación anclada en la realidad que inunda las páginas.

El casting de personajes es abrumador y está cargado de sorpresas. No hay, desde luego, espacio libre para encorsetar figuras o asfixiar ideas. La inspiración de Cortés es profundamente juguetona con todo y con todos. Y transpira magia a menudo, un poco a la manera gallega de Alvaro Cunqueiro. Meigas, para qué os quiero. Claro, el primer cuento ya pone en situación a un mago llamado Baldomero. El Magnífico, para mas señas. Es importante conocer a alguien como él para distinguir entre las distintas clases de magos y saber para qué pueden servir en cada momento.

Con firme voluntad de convertir a las personas en seres clarificadores en general desde la singularidad, Cortés no tiene reparos en prescindir de nombres y apellidos para llamar Niño a un niño, Madre a una madre, Padre a un padre o Hermana a una hermana. Huellas de la playa, hambre y arena, gazpachos y devastación. Olas que vienen y no se van,

"Habría dado lo que fuera por regresar al sueño". Muchos, muchos sueños se desperezan en la obra de Cortés. Pueden, y tal vez deben, fundirse en ese magma insaciable de la realidad, que devora las horas de un joven-artista-teatral (al que los paréntesis van desmaquillando poco a poco) en plena vorágine kafkiana por un quítame allá esas subvenciones. Su diálogo con un funcionario es descacharrante en su pesadumbre anuladora. A estas alturas ya sabemos que Cortés es un gran escritor de diálogos. Cinematográficos y literarios.

Siendo un libro telúrico no es de extrañar que los elementos jueguen a tener rasgos humanos. Vientos que pueden ser delicados y tímidos, por ejemplo. También podrían ser tristes y mustios, como Marlon, así apodado por su habilidad 2para inventar –o imitar, según– una galería de voces y rostros y talantes y poses...". Un "pobre loco –uno más en la ciudad–, envejecido antes de tiempo, en busca de sombras en el verano". Ese hombre poliédrico sufre los castigos de la Naturaleza sin dar la espalda a su vocación interpretativa (¿una metáfora incipiente de la (re)creación y sus tinieblas?) condenado a ser un breve en los periódicos.

Cuentos, recuerden. Cuéntame un cuento. Junto al fuego, mejor. "A veces, la corrección es un engorro". Así que quitémoslo de la cabeza a la hora de escribir sobre las historias cortesianas (cartesianas, si apuramos el juego de palabras) porque aquí impera la ley de la fantasía más fuerte. Y sin candados de ningún tipo. Fuera los gramaticales, por ejemplo. Fuera, fuera, fuera. ¿Y la poesía? Dentro, dentro, dentro. La del equívoco, la del error, la del arbitrio. Los cuentos pasan (¿pasaban?) de una generación a otra. ¿Y qué pinta el ajedrez en este tablero de sugerencias e irrealidades veraces? Pues mucho, porque no deja de ser una forma de entender la narración como movimiento para rescatar cosas del olvido, y de paso Cortés se permite la osadía de descifrar poco a poco sus códigos literarios (sin llegar a desvelar los trucos de magia) para encandilar a los lectores. Y para clarificar e iluminar el camino. "Los cuentos cuentos son". Y, cuidado, "es muy difícil rematar los cuentos". ¿Por qué, mago Cortés? Es difícil que resulten didácticos y asombrosos al tiempo, pero a la vez ejemplares y a la vez interesantes y a la vez musicales... Ah, y que no se basen "necesariamente en la sorpresa, tantas veces un recurso perezoso, sin que tampoco resulten previsibles".

Y tengamos en cuenta "que las cosas pasan porque sí".

Con "Soutinesques. Espectros y aparecidos: apuntes del natural" llega el momento de repartir juego entre personajes de latido breve e intenso. Como apuntes que tienen algo de Poe(Edgar Allan)mas en prosa. Hay evocaciones epistolares junto a lenguas de lava, hay gatos hostiles que miran como si fueran un abismo, hay niños alarmados y ancianos alambrados. Hay cuentos espléndidos que podrían llegar a ser espléndidas novelas si reptaran más por su trama ("Gente serpiente") y hay curvas orwellianas y rectas carrollescas. Sainetes con repentinas sornas, simulacros de parodias, empujones fantasmagóricos, vaivenes emocionales que trituran en ocasiones la lógica, o sea, que la hacen creíble a más no poder.

"¿Se puede escribir sin miedo?". Buena pregunta. "¿No es escribir tener miedo, hablar del miedo, ocultar cosas, esforzarse mucho en ocultarlas (...), enterrar el miedo en palabras, precisamente, para que el miedo no se vea, gritar por escrito, temblar por escrito, llorar por escrito, pedir perdón por escrito, mentir por escrito?" Por las páginas de Cortés aparece, incluso, Einstein, pero dibujado con trazos nada relativos. Y también desfilan califas (cómo podrían faltar en estas mil y una formas de explorar la noche), cartas con sello del futuro, volcanes iracundos, declaraciones de amor cuántico, reptiles humanos, fábulas que no cazan moralejas y... y... y... y...

Cuentos telúricos

Rodrigo Cortés

Random House 300 páginas 19,85 euros

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