Francisco Nieva o el teatro
Primer centenario de un dramaturgo esencial
Cuando me trasladé a Madrid para estudiar Periodismo iba todas las semanas al teatro, tal vez para saciar la sed de un espectáculo que habitualmente no se puede disfrutar en provincias. Recuerdo que una de las primeras obras a las que asistí entonces fue «La carroza de plomo candente», que me provocó un fuerte impacto por su estética barroca, por la historia que contaba y porque por primera vez en el teatro español salía al escenario una actriz, en aquella ocasión Rosa Valenti, completamente desnuda, interpretando el papel de Venus Calipigia. La obra era una crítica a un pueblo embrutecido por cuarenta años de dictadura y estuvo ocho meses en cartel. Era de Francisco Nieva.
Se cumplen mañana domingo, 29 de diciembre, cien años del nacimiento en Valdepeñas (Ciudad Real) de Francisco Morales Nieva, dramaturgo que escribió algunas de las obras más relevantes del teatro español del siglo XX. El «teatro furioso» de Nieva, una dramaturgia grotesca de alta potencia verbal y un delirante surrealismo, fue galardonado con el premio de Literatura Dramática, el Valle-Inclán y dos veces el Nacional de Teatro, y en 1992 Nieva recibió el Príncipe de Asturias de las Letras. Cuando lo nombraron miembro de la Real Academia Española dijo que así como las vanguardias con el tiempo se vuelven académicas, también las academias pueden ser vanguardistas.
El padre de Francisco Nieva, gobernador civil de Toledo durante la República, transmitió a sus hijos la pasión por la cultura y su abuela el gusto por la música, que influyó más en su hermano, que fue intérprete y compositor. Durante la guerra civil la familia se refugió en una casa de Sierra Morena donde el joven Nieva recibía clases del poeta Juan Alcaide Sánchez. En una entrevista en FARO DE VIGO (9-8-1987), Nieva reconoce la influencia de este hombre de izquierdas que le aficionó a la lectura y le presentó a su amigo Carlos Edmundo de Ory, que convirtió a Nieva al postismo, un movimiento poético revolucionario. Lo primero que escribió fueron unos cuentos que envió a Matilde Pomés, una vieja amiga de Lorca, que los rechazó por «indecentes, amorales y absurdos». En Madrid estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y fue novio de Pura de Madariaga, sobrina de don Salvador. Viajó a París para completar su formación de pintor y dibujante gracias a una beca que le consiguió un amigo millonario de Milena Milani, amante de Moravia, y llegó a exponer algunos cuadros en una muestra organizada por el grupo Cobra y a participar en la bienal de Venecia. En 1953, asistir en París al estreno de «Esperando a Godot», de Samuel Beckett, le cambió la vida. Descubrió entonces que el teatro podría ser mejor que la pintura para dar cauce a su talento. «Madre Coraje», de Bertolt Brecht, a quien conoció también en París, le descubrió la otra clave expresiva con la que iba a iniciar sus aportaciones a las artes escénicas. Entró en contacto con el movimiento surrealista que se movía en el entorno de Antonin Artaud, Bretón y Tristan Tzara. Fue muy importante su amistad con el dramaturgo alemán Walther Felsgentein, a quien siempre consideró como su principal maestro.
En la capital francesa vivía en la casa de un obispo hugonote relacionado con su hermano, que había abandonado la música para hacerse pastor protestante. En esa casa conoció a Geneviève Escande, sobrina del actor Maurice Escande, que era secretario perpetuo de la Comédie Française, con la que se casó y con quien vivió también en Venecia gracias a la generosidad de Octavio Paz y de su amante, exesposa de Pierre de Mandiargues. En Venecia hizo amistad con Peggy Guggenheim y Wid, expareja de James Joye, que le contaba confidencias del escritor. Se separó antes de trasladarse a Berlín y a Roma y establecerse definitivamente en Madrid desde 1964, donde se ganaba la vida como escenógrafo y escribiendo artículos de teatro para varias publicaciones. En España se hizo amigo de Vicente Aleixandre, a quien conocía de vista desde los 17 años porque coincidían en el tranvía que recorría el itinerario entre los barrios de Gaztambide y Cuatro Caminos y con quien «cruzaba miradas verdes». Cuando muchos años después se lo presentó Carlos Bousoño, Aleixandre aún lo recordaba: «Tu eres aquel chico tan triste que yo encontraba en el tranvía».
Aunque no estrenó hasta 1976 («Sombra y quimera de Larra» fue la primera obra), comenzó ya en París a escribir y publicar un teatro influido por las vanguardias europeas e insertado en la tradición española de lo grotesco y lo esperpéntico. Ese mismo año se estrenó bajo la dirección de José Luis Alonso «El combate de Ópalos y Tasia», la primera obra que escribió, y también «La carroza de plomo candente». Desde entonces su teatro fue una presencia constante en los escenarios. En 1979 con «Los baños de Argel» suscitó una intensa polémica en la crítica teatral por la interpretación que hacía de los textos de Miguel de Cervantes, pero la obra le valió su segundo Premio Nacional de Teatro «por el valor plástico de su aportación creadora al teatro español». En 1980 estrenó «El rayo colgado» y «La señora Tártara» y en 1982 «Coronada y el toro», la primera obra que dirigió. En 1987 hizo una adaptación de «Tirante el Blanco» para el Festival de Mérida y en el 92 estrenó «Los españoles bajo tierra» en la Expo de Sevilla. En «Pelo de tormenta» (1997), escrita en 1962, daba una imagen grotesca de una España dionisiaca, una visión que continuó con «Nosferatu (Aquelarre y noche roja)», que era de 1961. Poco a poco fue subiendo a los escenarios obras escritas desde hacía años, casi todas publicadas en libros y revistas de teatro. El año antes de morir estrenó la última, «Salvator Rosa o el artista», sobre un pintor napolitano del siglo XVII convertido en héroe romántico, y el revolucionario Masanielo, que se rebeló contra el Gobierno español en Nápoles.
También escribió novelas: «El viaje a Pantaélica», «Granada de las mil noches» y sobre todo «Carne de murciélago», la última. En 1992 publicó su biografía con el título «Las cosas como fueron», que se lee también como la crónica de un periodo de la historia de España. Murió el 10 de noviembre de 2016 en su domicilio de Madrid, donde vivía con su marido, el pintor José Pedreira.
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