Las Hijas de Felipe | Ana Garriga y Carmen Urbita, doctoras en literatura y ‘podcasters’
«El pasado es un asidero para repensar el presente»

Carmen Urbita y Ana Garriga / FDV
Los destinos de Ana Garriga y Carmen Urbita, nacidas el mismo año, 1989, en Salamanca y Madrid, se cruzaron en Providence (Rhode Island, EE UU). Fue en plena pandemia, mientras cursaban un doctorado en la Universidad de Brown. Les presentó una amiga común: «Hay otra chica que estudia monjas de los siglos XVI y XVII». Aquella frase fue el comienzo de una amistad que desembocó en la creación del pódcast Las Hijas de Felipe, en honor a Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Empezaron grabándolo con sus propios medios, pocos. Pero, a medida que fueron volcando, en cada episodio, su obsesión con el Barroco, abriendo puertas y ventanas selladas, mostrando la intimidad de religiosas, reyes, deteniéndose en lo minúsculo frente a lo épico, sus oyentes fueron en aumento, hasta que terminaron convirtiéndose en un fenómeno que hoy llena teatros. En la Feria de Fráncfort de 2023, su libro, entonces aún por escribir, basado en el pódcast, fue la gran sorpresa. Sabiduría de convento es el título provisional de la obra, que se publicará en noviembre del año que viene, de momento en 10 países.
–Desde el principio de «Las Hijas de Felipe», y llevan cuatro años, el goce ha sido primordial. El pódcast surge porque disfrutan haciéndolo.
–Ana Garriga: Sí, de hecho una de las muchas frases recurrentes que decimos en el pódcast es que es un rinconcito terapéutico, y es verdad que en los momentos buenos nos ha acompañado con mucha alegría, pero en los malos era un refugio.
–Carmen Urbita: Un asidero. Siempre ha habido ese disfrute y estamos aprendiendo a seguir jugando, pero desde distintos lugares.
–Van creciendo, ¿no? La una de la mano de la otra, y con su amistad.
–Carmen: Y con las oyentes.
–Dice las oyentes.
–Ambas: Siempre lo decimos.
–¿Pero es una definición política o se atiene a la realidad?
–Carmen: Empieza como política y se atiene a la realidad. La mayoría de nuestras oyentes son mujeres o se sienten cómodas en lo femenino. Si nos escuchas y te gusta lo que hacemos comulgas con eso, seas quien seas y te identifiques como te identifiques. Ya se me haría muy raro decir «los oyentes». Cuando digo que hemos crecido con las oyentes es porque nos hemos alimentado mucho de sus comentarios, de palabras a las que nos aferramos.
–Vamos al germen del pódcast, el Barroco, la literatura barroca, una cosa tan «random» y extraordinaria.
–Ana: Ya nos conocimos dentro de la literatura barroca, no fue un descubrimiento que hiciéramos juntas. Tiene mucho que ver con los usos del lenguaje. La grafomanía del Barroco y los textos que había para todo, manuales, instrucciones, memoriales, casos inquisitoriales, están escritos con un cuidado y con una minuciosidad que te atrapa.
–Carmen: Jugamos a encontrar lo literario en textos supuestamente no literarios. Nuestra obsesión es con el lenguaje de esa época.
–Pero, ¿por qué?
–Carmen: Porque era una época muy obsesionada con la textualización, convertir todo en lenguaje.
–Algo tan ajeno a nuestra época.
–Ana: Y a la vez tan cercano. Con el pódcast hemos ido descubriendo que el Barroco es una etapa muy lejana, y a la vez no. Cualquier cosa que te esté pasando ya le pasó a alguien en los siglos XVI y XVII. Son siglos obsesionados con teorizar sobre la lengua e intentar fijar usos del castellano y eso llevaba a una sobreindagación lingüística permanente.
–Carmen: Esa obsesión con la textualización quizás ahora no, pero sí con acuñar nuevos lenguajes y reaccionar a ellos, para bien o para mal, y nos gusta poner eso en diálogo.
–¿Qué nos dice ese pasado de nuestro presente, que no enseña?
–Carmen: Es más bien cómo te acompaña, no qué te enseña. Tener el pasado como un asidero que te ayuda a reflexionar o a repensar las cosas. Hay un extraño sosiego en esa familiaridad rara de una voz del siglo XVII hablándote de algo que tú estás viviendo como un drama personal.
–Ana: Encontrar un asidero genealógico que nadie te ha contado o ha estado soterrado, las grandes narrativas de la Historia no te lo han contado. Es muy reconfortante saber que tus agonías del presente ya fueron agonías del pasado y quizás encuentres alguna enseñanza en cómo lo resolvieron entonces, o no.
–Carmen: La premisa del libro juega con la idea de la autoayuda, cómo una monja del siglo XVI puede ayudarte. Esperemos que también de sosiego, repartirlo.
–De ahí el título, «Sabiduría de convento», claro. ¿Cómo vivieron lo que sucedió en Fráncfort hace un año?
–Ana: Como una chaladura.
–Carmen. En ningún momento entendimos lo que estaba pasando.
–Ana: Las entrevistas con las editoriales estadounidenses nos ayudaron mucho a pensar el libro, fue espectacular. El libro no estaba escrito y era muy difícil…
–Carmen: Yo sentí mucha ansiedad, me agobiaba pensar en los tiempos, estábamos anunciando un libro que no existía. Pero ha pasado tanto tiempo que la gente se ha olvidado un poco. Ahora ya estamos a punto de entregarlo y quiero pensar que va a volver a haber una alegría que sí vamos a poder vivir.
–Es la prueba evidente de que un pódcast puede ser literatura, ¿no?
–Ana: Yo creo que sí. Nuestro pódcast no es literario, pero se nota mucho que el enfoque de nuestra formación, doctorado en estudios hispánicos, es literario y lingüístico. Una manera de acercarse a los textos y al lenguaje con ángulos literarios produce un furor contagioso.
–El pódcast celebra lo íntimo frente a lo épico, siendo este un tiempo en el que todo es épico.
–Carmen: Sí, reivindicamos lo íntimo pero también lo cursi, lo que, desde el gran relato épico de la Historia, ha sido dado de lado, como lo femenino, lo doméstico, lo que no importa, y sí que importa. Si abandonas el relato épico de Felipe II y hablas de cómo él escribía sobre las menstruaciones de sus hijas, ahí hay un mirar a otras cosas que no se han mirado nunca.
–Ana: Cuando nos escucha gente que nunca nos ha escuchado, las críticas, que suelen ser masculinas, es que el pódcast está bien, las chicas están bien, pero se recrean demasiado en cosas menores. Y es lo que queremos hacer, reivindicar una épica de la intimidad del pasado, pero también del presente.
–En ese sentido, ¿cómo se ha vehiculado el deseo femenino a lo largo de los siglos?
–Ana: Es verdad que las protagonistas de nuestros episodios, no siempre, pero muchas veces, son mujeres que vivían en clausura y tenían deseos de todo tipo, desde curiosidad intelectual hasta deseo sexual. En los siglos que miramos, el deseo se orquestó con juegos lingüísticos muy elaborados, porque había una obsesión por poner en palabras el deseo, pero siempre con subterfugios, y eso ha hecho que hayan quedado relatos muy escondidos y soterrados, pero que cuando los recuperas son iluminadores.
–Carmen: Más allá de ese deseo expresado desde la subjetividad de ellas, desde fuera muchas veces se ha articulado como un relato de la excepcionalidad que permite que lo demás quede escondido. Hay una genealogía inmensa e infinita, muy diversa, más allá de ese relato de lo excepcional. Es muy necesario llenar ese silencio del archivo.
–Ana: Claro, porque lo que los archivos tienen por bien contarte son relatos muy sesgados y siempre los mismos relatos. A lo mejor con una palabrita, una frase, un desvío, puedes recrear una realidad que tiene más posibilidades de ser lo que pasó que lo que aparece sobre el papel, y con el deseo pasa muchísimo.
–Estamos descubriendo que la historia que nos han contado no era toda la Historia.
–Carmen: No, claro. Si con 16 años me hubieran dicho que iba a dedicar mis días a leer cosas de los siglos XVI y XVII habría dicho qué ha sido de mí, cómo he acabado ahí. Porque con 16 años, lamentablemente, tu siglo XVI y XVII es Quevedo, es el peso de todo ese canon.
–Ana: De hecho, en el pódcast hablamos muy poco de los grandes personajes de la Historia. Hernán Cortés nunca ha aparecido, podría aparecer como una masculinidad de los conquistadores, que es una cosa bastante guay de analizar. Y, luego, estamos muy atentas y absorbemos lo que está pasando en el presente y estamos mucho en TikTok.
–Carmen: Uy, yo soy adicta, tengo un problema.
–Ana: El pódcast no funcionaría sin…
–Carmen: ... TikTok, a la vez.
–Ana: No hay nada más barroco que TikTok.
–¿Por qué?
–Carmen: Porque en el Barroco leían compilaciones que básicamente eran libros mezcla de poemitas, relatos, una noticia de un pueblo, como un TikTok constante. Ya es entrar en clase de Literatura, pero Lope, que tenía esta gran cultura, leía compendios, hacía como un scroll de TikTok, toda la cultura clásica rapidito. Cuando decimos que el Barroco no se acaba nunca y que vivimos en una época muy barroca es porque sigue habiendo esa lógica de la acumulación y de la contradicción atiborrada de cosas.
–Ana: Si lo que hacía Lope lo hubiera hecho una mujer, lo menosprecias. Hay que complejizar los relatos que nos han llegado, estas grandes figuras de la Historia, porque se te hacen añicos.
–Carmen: Y también por eso lo del asidero y el sosiego en el presente. Si yo, y mucha gente, me paso dos horas por la noche en TikTok, lo que te queda es una sensación de culpa horrible. Pero si aprendes qué ejercicios del pasado estás replicando con eso, lo reflexionas de otra manera y, a lo mejor, te enfrentas a tu próxima vez en TikTok de otra manera, a lo mejor vas menos y lo comentas más, en lugar de estar en un ejercicio solitario, culpabilizado y muy contado por el relato general. Intentar pensar el presente de más maneras gracias al pasado es lo que tratamos de hacer todo el rato.
–Ana: Nuestro pódcast es un gran ejercicio por quitarte toda la culpa que puedas de encima.
–Carmen: No quitar peso a cosas que hacemos y que pueden ser problemáticas, pero intentar verlo de otra manera y sin culpa, tenemos mucha culpa.
–Y, además de todo eso, el Barroco era «queer», quién lo iba a decir.
–Ana: El Barroco era muy queer. Es la etapa de la performatividad por excelencia, y de la performatividad de género por excelencia. Es fácil de intuir en cuanto entras un poquito.
–Carmen: Hay que empeñarse muchísimo en no verlo.
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