La guerra de Ucrania ha generado la publicación de varios libros que intentan explicar, desde distintos puntos de vista, cómo se ha podido llegar a una situación como la que vive actualmente el mundo a causa de la invasión de un país soberano por una potencia nuclear. Algunos son de reciente publicación (“La invasión de Ucrania” de Luke Harding. Deusto; “El año que llegó Putin”, de Anna Bosch. Catarata), otros se habían publicado en fechas anteriores al comienzo de la guerra en Ucrania y algunos han añadido capítulos para contextualizar sus contenidos (“Ucrania, encrucijada de culturas”, de Karl Schlögel. Acantilado; “Entre Este y Oeste”, de Anna Applebaum. Debate), pero en todos ellos se aprecia una cierta alarma sobre las amenazas con las que Rusia comenzó a intimidar al mundo desde la llegada de Vladimir Putin al poder el año 2000.
Uno de los estudios más serios y extensos es el de Masha Gessen, periodista del New York Times, de origen ruso, que en “El futuro es Historia. Rusia y el regreso del totalitarismo” (Turner) analiza la deriva de un régimen que nació con una fuerte vocación democrática tras la desaparición de la Unión Soviética, hasta convertirse en una autocracia totalitaria.
Siguiendo las biografías de siete jóvenes que desarrollan su trabajo en los ámbitos de la Historia, la Sicología, la Política o la Filosofía, testigos todos ellos de esa deriva hacia el totalitarismo, se analizan aquí los principales acontecimientos que han marcado la historia de Rusia durante los años de transición entre los siglos XX y XXI, desde la llegada de Gorbachov y las reformas que culminaron con la desintegración de la Unión Soviética, el intento de golpe de Estado para derrocarlo en 1991, su dimisión, la guerra de Chechenia… hasta llegar a la represión ejercida paulatinamente sobre todos los ámbitos de la vida política, social y cultural del país con la llegada de Putin.
Se estudia cómo el enriquecimiento de las élites de la nueva Rusia puso la economía del país en manos de ladrones, estafadores, burócratas y delincuentes que terminaron por controlar todos los resortes del poder, desde las grandes fábricas a los medios de comunicación: “algunas personas se estaban enriqueciendo mucho mientras que otras se hundían en la pobreza”, escribe el autor (p.155). Esta situación de pobreza y decadencia provocó el despertar de nostalgias del pasado entre la población y la reivindicación de figuras como la de Josif Stalin. Rusia añoraba la presencia de un líder fuerte capaz de ejercer una autoridad que devolviese al país su grandeza histórica y Putin supo leer este anhelo y aprovecharse de él. Se inició entonces una campaña de imagen que lo presentaba como atleta, jinete cabalgando a pecho descubierto, nadador... incluso campeón de hockey: “jugando para un equipo de aficionados contra una selección de los mejores de Rusia, logró anotar dos goles y dar la victoria a su equipo” (p. 421).
Putin se propuso regresar al estado paternalista antes incluso de llegar al poder, desde el momento en que Yeltsin ya no parecía la persona adecuada para desempeñar ese papel. El nuevo líder inició el camino hacia el autoritarismo a través del control de los medios de comunicación, la judicatura y la economía, en connivencia con los nuevos oligarcas enriquecidos por la corrupción. Incluso la política fue objeto de burdas manipulaciones, como la ficticia presidencia de Medvédev, a quien Putin (“por imperativo legal”, habría que decir) cedió el puesto pero no el poder. Rusia comenzó a ser gobernada por lo que el sociólogo húngaro Balint Magyar calificó de “estado mafioso poscomunista”.
Derrumbe de la Unión Soviética
Masha Gessen narra la marcha de los acontecimientos desde el momento en que Boris Yeltsin abandonó la jefatura del Estado para dejarla en manos de Putin y las medidas que Rusia fue tomando para devolver al país aquella grandeza histórica que el nuevo mandatario creía que su país había perdido (Putin definió el derrumbe de la Unión Soviética como la mayor catástrofe geopolítica del siglo), que fueron convirtiendo a la nueva Rusia en un territorio en el que las libertades iban desapareciendo a medida que los poderes se orientaban hacia un control absoluto de todas las manifestaciones de la vida. Se prohibieron las organizaciones no gubernamentales y se obligó a las rusas que recibieran financiación exterior a definirse oficialmente como agentes extranjeros. Simultáneamente se alimentaba el antiamericanismo y la xenofobia hacia la cultura y la forma de vida occidentales y se intentaban controlar los movimientos democráticos en países como Georgia y Ucrania. En las elecciones que se celebraban en Rusia “Se rellenaban las papeletas, se adulteraban los números, se reportaban distritos fantasmas y se transportaba a los electores para que votaran temprano y masivamente” (p. 379).
Aspectos como la censura en las universidades, la prohibición del colectivo LGTB (al que pertenece el autor), las trabas para inscribirse como candidato electoral, la condena a prisión a las componentes del grupo Pussy Riot, la represión violenta de las manifestaciones... impedían a los partidos democráticos y a los movimientos por las libertades el ejercicio de actividades contra el régimen mientras se registraban atentados contra políticos opositores y se fabricaban campañas de desprestigio contra líderes como Makarov, al que se llegó a acusar de violar a su hija.
Los esfuerzos de líderes democráticos como Alexander Nikolaevich Yakovlev, uno de los ideólogos de la perestroika; Boris Nemtsov, el más crítico con los nuevos oligarcas, asesinado en Moscú en un puente sobre el río Moskova, cerca del Kremkin; Garri Kasparov, el campeón de ajedrez obligado a exiliarse a los Estados Unidos; Alexéi Navalni, envenenado y actualmente en prisión tras intentar regresar a su país; Vladimir Kara-Murza, superviviente de otro envenenamiento y también en prisión; Pavel Sheremet, periodista opositor asesinado por un coche bomba... se producían simultáneamente a la detención de personalidades críticas con el nuevo gobierno, como el empresario Mijail Jodorkovski, a quien Putin expropió su compañía y condenó a años de prisión.

Todo este panorama parecía estar preparando una nueva estrategia para recuperar aquel antiguo esplendor de Rusia perdido tras la desintegración de la Unión Soviética. La invasión de Ucrania no es sino otro episodio de esa deriva.