Canto nostálgico a Galicia

La dolida y hermosa mirada al pasado de “Cuaderno de viaje al país natal” de Alfonso Armada, publicado por entregas en el suplemento dominical ESTELA de FARO DE VIGO

Luis Meana

Difícilmente existirá un español que no haya recitado, o al menos oído, alguna vez el famoso verso de Machado que dice que se hace camino al andar. La razón de este artículo es un libro, “Cuaderno de viaje al país natal”, que cuenta las vivencias y meditaciones de un caminante, Alfonso Armada, que hace camino al andar repitiendo el itinerario que recorrió el gran Cunqueiro por la Galicia del siglo pasado.

Lo primero que sorprende de esas páginas es su autenticidad. Cosa bastante insólita hoy día. Es un texto lleno de veracidad en época de mentiras, de humildad en tiempo de vanidades, de transcendencias en medio de las trivialidades de la sociedad del espectáculo, de gran sinceridad personal en una edad de cinismo, narcisismo y automarketing. En ese sentido, el libro no es hijo de su tiempo. Es más bien hijo de una dimensión casi inexistente: lo perenne, que sigue vivo a pesar de tanto eclipse.

Esta obra viene a ser una Odisea, la de Alfonso Armada, que nos relata el retorno espiritual del autor a su país natal. Es decir, la vuelta al Paraíso perdido después de haber sido “expulsado”, como Adán, del Edén de su infancia. Que es Vigo. Como toda Odisea, este peregrinar está lleno de idas y venidas errabundas, peligrosos cantos de sirenas, polifemos, osadías, éxitos y derrotas. Al avanzar en la lectura del libro descubrimos las cicatrices que ese largo viaje ha ido dejando en el alma de este Ulises que salió, un día ya lejano, de su hogar para navegar por los agitados mares del mundo (África/Ruanda con sus genocidios, la Guerra de Bosnia y Sarajevo, el diario El País, la corresponsalía del ABC en Nueva York con las Torres Gemelas, la dirección del Cultural de ABC, más otras olas, imponentes, que podrían mencionarse). Eso convierte al lector en una nueva Euriclea, repetición de aquella nodriza de Odiseo que reconoció a su señor al palpar en su pierna la antigua cornada del jabalí. Como Euriclea, también nosotros reconocemos por sus cicatrices a este hijo pródigo de Galicia que busca reencontrar lo que, con alta probabilidad, ya no existe: su país natal.

El libro es una dolida y nostálgica mirada al pasado y a la hermosura de todo lo perdido: familia, personas, costumbres, bosques, océanos y espacios.

En este punto, puede arriesgarse una comparación: la Galicia de Armada es la Miranda de Ebro de Cuartango (gallego de adopción y máximo maestro de saudades y otras melancolías), y la abuela Emilia de Armada es el padre de Pedro. Esta especie de casualidad revela algo fundamental: que el libro, hablando de Galicia, de lo que de verdad habla es de la condición humana. O sea, de la odisea de cada uno de nosotros. Escribió Kant: “Pensar es hablar consigo mismo”. Eso hace Armada: pensar/hablar sobre Galicia con nosotros y delante de nosotros, sus lectores.

Espejo y lámpara de Galicia, esta obra la ilumina mediante una interpretación muy personal de sus enigmas y misterios

El libro incluye temas evidentes y latentes. Yendo a los de fondo, señalaré dos que forman parte de la médula del texto. Primero, la imaginación, cualidad que en Cunqueiro, primer motor de esta aventura, era desbordante. La imaginación ha sido tema central del arte, la literatura y la filosofía de todas las épocas. Por ejemplo, explicaron los románticos, recogiendo ideas que venían de Grecia, que la mente -y cualquier Arte- es siempre espejo y lámpara. Espejo porque refleja la realidad. Lámpara por ser luz que alumbra esa realidad, reconstruyéndola y reinventándola continuamente.

Esta obra de Armada es espejo y lámpara de Galicia: la refleja y radiografía en mil aspectos y la ilumina mediante una interpretación muy personal de sus enigmas y misterios. El libro es una cálida/amarga rapsodia de lugares, posadas y garitos gastronómicos, ríos, paisajes, personas y sucesos, que forman el frondoso tapiz que el autor va tejiendo y destejiendo como Penélope. No será fácil encontrar un espejo o una lámpara como ésta para entender Galicia. A su manera, y salvando todas las distancias y diferencias, el libro viene a ser como una Sonata de Valle Inclán. Recoge y rescata preciosos textos poéticos de Cunqueiro, Otero Pedrayo y otros maestros que nos dejaron pasajes antológicos sobre Galicia. Y a eso añade hermosas páginas poéticas del propio Armada, como los dos capítulos sobre el Miño (especialmente, el de La Guardia con el sagrado monte de Santa Tecla, al que considera -y es verdad- el “mejor balcón sobre la mar infinita”), o el de las nieblas de Mondoñedo, sus desencantos con la Costa de la Muerte, o las páginas sobre Rosalía y Simone Weil, más los muchos personajes sorprendentes con los que nos encontramos. Por decirlo con una fórmula del Romanticismo: el libro es Naturaleza mejorada. O expresándolo de forma más atrevida, una teología de Galicia, región que en sí misma y por sí misma es una religión mágica. En la que lo divino es protagonista. Y como escribió Fr. Schlegel, “todo concepto de Dios es huera palabrería. Pero la idea de divinidad constituye la idea de todas las ideas”.

El otro tema de fondo es la idea de camino, una de las metáforas más antiguas de la Humanidad. Homero, Hesíodo, Parménides y un sinfín de autores de todos los tiempos dedicaron muchas páginas y horas de pensamiento a esa cuestión. Camino es búsqueda, indagación interminable, ascensión a lo superior, trascendencias que viven ocultas en peñascos de difícil acceso. Quiero recordar en este punto una idea casi olvidada: la llamada Y griega de Pitágoras. Cualquiera que observe gráficamente una Y griega mayúscula ve enseguida que está compuesta de un trazo inferior que sube verticalmente hasta llegar a un punto de bifurcación, en el que la línea se rompe en dos direcciones contrapuestas, una a derecha, otra a izquierda. Esa Y griega, que se atribuye a Pitágoras, simboliza que toda vida está siempre ante una encrucijada: seguir el camino fácil o el difícil, en términos socráticos decidirse por el camino de la virtud o por el camino de la no-virtud.

Este libro, que a primera vista narra el reencuentro meditativo del autor con su Galicia perdida, en el fondo nos presenta la Y griega de Alfonso Armada. Es decir, su largo camino de ascenso personal y perfección profesional. En concreto, su fe rotunda en la cultura, en especial su entrega al periodismo, oficio que ha desempeñado con una devoción propia de los grandes santos del gremio. Esa Y griega testimonia además que, en las distintas disyuntivas de la vida, el autor siempre se ha decantado por el Bien y la Belleza. En eso ha cumplido la famosa recomendación de Sócrates: “es mejor sufrir el mal que hacerlo”.

Recordó Rilke que “para escribir un solo verso hay que haber visto muchas ciudades, hombres y cosas”. Este largo poema en prosa del “Cuaderno de viaje al país natal” es el resultado de haber recorrido muchas ciudades, visto muchos hombres y demasiadas cosas, algunas especialmente monstruosas. Esta intensa indagación en la memoria personal no busca poner a los lectores ante lo pintoresco. Sino ante lo transcendente: la sagrada y divina inmensidad de Galicia. El protagonista real de este libro es el alma humana y su máxima expresión: la palabra. Lo más admirable de esta síntesis vital es la veneración que transmite por la verdad. En un mundo que ignora y desprecia cada vez más la verdad, reconforta ver tanta pasión por ella. Creencia quizá ingenua, pero imprescindible a pesar de todos los pesares. Porque sólo a través de esa dañada religión de la palabra, que arranca en Homero y el Antiguo Testamento y llega hasta las obras cumbre del siglo XX, pueden tener sentido nuestras vidas. 

Alfonso Armada, a la derecha,  en la firma de libros en la presentación de “Cuaderno de viaje al país natal” en Vigo. |   // JOSÉ LORES

Alfonso Armada, a la derecha, en la firma de libros en la presentación de “Cuaderno de viaje al país natal” en Vigo. | // JOSÉ LORES / Luis Meana

Para acabar, recordar aquella hermosa fábula recogida por Simmel: en su lecho de muerte, un campesino confiesa a sus hijos que en sus campos hay enterrado un tesoro. Tras el óbito, los hijos cavan afanosamente el terreno sin encontrar el supuesto tesoro. Pero ese fracaso aporta un beneficio milagroso: tras el esfuerzo las tierras triplican sus frutos. Concluye Simmel: “esa es la línea de la Metafísica. El tesoro (en este caso sería el misterio de Galicia) no lo vamos a encontrar nunca, pero el mundo que cavamos en su búsqueda triplica los frutos de nuestro espíritu…”.

Ese es el asunto. Lean el libro. Encontrarán tesoros ocultos.

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