Entrevista | David Jiménez Torres Doctor en Estudios Hispanos por la Universidad de Cambridge

“La Historia está llena de inteligencia aplicada al mal”

“Los intelectuales desempeñaron un gran papel en la Transición española pero, después, como dijo Montalbán, quedaron en el aire”

El doctor David Jiménez Torres.

El doctor David Jiménez Torres. / Salvador Rodríguez

Salvador Rodríguez

Salvador Rodríguez

Profesor en el Departamento de Historia, Teorías y Geografía Políticas de la Universidad Complutense, David Jimenéz Torres (Madrid, 1986) es especialista en historia cultural de España y de Europa en el siglo XX, y ha publicado obras como la monografía Nuestro hombre en Londres. Ramiro de Maeztu y las relaciones angloespañolas (2020) así como los ensayos El país de la niebla (2018) y La crisis que cambió España (2021)El próximo miércoles 8 de marzo presenta en el Club FARO su nuevo libro: La palabra ambigua. Los intelectuales en España (1889-2019) editado por Taurus.

-La identificación de la palabra intelectual con las Letras, y no con la Ciencias, ¿es un fenómeno español o también internacional?

-Es algo generalizado. Se trata de un adjetivo que comenzó a usarse como sustantivo desde las dos últimas décadas del siglo XIX, y ocurre a la vez en el inglés, en el francés, en el alemán, en el italiano… e imagino que también en otros muchos más idiomas. Desde luego, en los europeos, en casi todos. Y lo de identificarlos con las Letras y no tanto con las Ciencias tiene cierto sentido, en tanto en cuanto una de las cosas con las que se ha relacionado la palabra intelectual es la de alguien que le habla a un público más amplio que el de su especialidad y, generalmente, los literatos o los filósofos tienen una mayor facilidad expresiva o una serie de recursos disponibles para llegar a ese público más de la que, normalmente, carecen, por ejemplo, los químicos y los biólogos.

-Sin embargo, en el mundo de las Ciencias en España ahí tenemos a los Ramón y Cajal, Gregorio Marañón… que han ejercido ese papel.

-Sí, evidentemente. Pero es que yo insisto mucho en que primero va la palabra y después las personas. Si nuestra idea del intelectual fuese, pongamos por caso, un economista, entonces llamaríamos intelectuales a los economistas. En todo esto, al cabo, tiene mucho que ver en quiénes son las personas que tienen acceso a los medios de comunicación, y eso es precisamente lo que nos hace que los identifiquemos, mayormente, con gente que viene el mundo de las Letras.

-¿Puede existir el intelectual si no se pronuncia política o ideológicamente?

-Existen varias definiciones de lo que sería un intelectual que no implican necesariamente un posicionamiento político o ideológico. Incluso hay autores que sostienen que el intelectual de verdad debería ser apolítico, y éste es, de hecho, un discurso muy poderoso, tan poderoso como el de los que defienden que el intelectual solo lo es en la medida en que se implica con las cuestiones diarias, cotidianas. Y es que no hay una definición correcta o incorrecta de esta palabra, y por eso la califico de ambigua, en tanto en cuanto existen definiciones en disputa, y así llevamos 130 años, entre otras razones porque cuando se ha intentado definir lo que es un intelectual desde la política o la cultura, en la mayoría de las ocasiones lo que se ha hecho es tratar definir lo que les gustaría que fuese, o lo que le conviene al proyecto político, ideológico o cultural de cada quien, que sea el intelectual.

-Si tuviésemos que valorar la “altura intelectual” de, pongamos por caso, los parlamentos de la Primera y Segunda República, el de la Transición y el actual ¿cuál de ellos saldría ganando y cuál perdería por goleada?

-No me parece a mí que la expresión “altura intelectual” sea incontrovertible. Hay mucho espacio para la subjetividad. Desde luego la oratoria es muy distinta y ha cambiado mucho con los tiempos. Yo mismo soy más azoriniano que orteguiano, tiendo a preferir una oratoria más breve y más concisa, en cambio hay otros más partidarios de oratorias como la de Castelar. Para mí, la importancia de lo que entendemos por altura intelectual estriba más en el valor de lo que se dice. Los discursos de la Primera y Segunda República en las Cortes eran muy importantes y llegaban a la gente porque los periódicos los imprimían y, eran muy leídos. Hoy en día me da la impresión de que lo que se dice en el Congreso solo tienen relevancia como pequeños clips que se emiten en los telediarios y que están más dirigidos a la audiencia que a los propios parlamentarios.

-Hay gente que venera la palabra intelectual, pero otra que la desprecia. Detengámonos en estos últimos: ¿A qué puede ser debida esta denostación del intelectual, al propio intelectual o quizás a tantos años de franquismo que han despreciado esa figura?

-El discurso antiintelectual es tan antiguo como la propia palabra intelectual como sustantivo. Dicho esto, las dos dictaduras españolas del siglo XX, la de Primo de Rivera y la de Franco, convirtieron el discurso antiintelectual en una parte importante del discurso gubernamental. Por lo tanto, sí que que hay esa herencia histórica, pero a veces olvidamos que el discurso antiintelectual también fue muy fuerte en las izquierdas, especialmente en el anarquismo y en el socialismo cercano al sindicalismo, sobre todo en la década de los 30. De manera que las herencias que llegan al presente proceden de todas partes

-¿Y en cuanto a la gente que “adora” al intelectual?

-Eso surge muy especialmente en sectores del antifranquismo, proviene, sobre todo, del exilio republicano y llega hasta nuestros días.

-¿Se ha caído en el error de considerar intelectuales a ciertas personas que no lo merecen?

-Seguramente, pero ¿quién fija quién lo merece y quién no?

-¿Qué papel jugaron los intelectuales en la Transición?

-En esa época, es bastante verificable que mucha gente percibía que los intelectuales eran importantes. Es decir, que habían sido importantes en el antifranquismo, que fueron importantes en cómo se había llegado al 75/76 con la promulgación de la Reforma Política y que tenían un papel que desempeñar en la sociedad española en esa transición que se estaba iniciando, y que ahora sabemos como termina, pero que en aquel momento era un proceso incierto y con muchos interrogantes. Sin embargo, al mismo tiempo había mucha sensación de que con la llegada de la democracia, el papel que habían desempeñado los intelectuales en el antifranquismo se iba a desdibujar por completo. Porque si en el franquismo habían representado el papel de voz de los sin voz, desde el instante en que se celebran elecciones, hay partidos políticos y prensa de diversas tendencias ideológicas, ese papel desaparece, se transforma o, como escribió Vázquez Montalbán, los intelectuales “quedaron en el aire”, pedaleando en el vacío. Curiosamente es una coyuntura en la que se reconoce la importancia de los intelectuales y al mismo tiempo se tiene la impresión muy clara de que su importancia está a punto de caer en picado.

-Ha habido intelectuales, algunos muy prestigiosos, que apoyaron el nazismo en Alemania, el fascismo en Italia, el estalinismo en Rusia, el franquismo en España…¿Es tolerable que a día de hoy siga considerándoseles como intelectuales en un mundo que, como poco, aspira a convivir en una democracia occidental?

-Como mantengo en el libro, la palabra intelectual es ambigua, pero desde luego en ninguna de sus acepciones se dice que intelectual no puede equivocarse.

-¿Y qué decir de intelectuales que aún hoy en día, con todo lo que ha sucedido, mantienen su posición de defensa de este tipo de regímenes?

-A mí, porque que alguien defienda cosas que en mi opinión son indefendibles, no me parece que a esa persona no pueda llamársele intelectual, porque no creo que haya un juicio de valor sobre su honestidad o su probidad moral. La palabra intelectual en ningún caso implica una distinción de moral o ética.

-¿Ni aunque intelectual remita a inteligencia?

-La Historia está llena de inteligencia aplicada al mal, desde la que se aplicó a las cámaras de gas para exterminar a los judíos, a la bomba atómica o a cualquier otra que puedas imaginarte.

-¿Influencer e intelectual son palabras antagónicas o van a tener mucho que ver en la sociedad del futuro, de un futuro a corto plazo?

-Los intelectuales son como la felicidad: es más fácil verlos en el retrovisor, una vez que ya no están. Solemos tender a pensar que el presente nos parece desordenado o caótico y que el futuro es una incógnita que vemos con cierta preocupación, mientras que el pasado siempre aparece mucho más ordenado, porque el tiempo ya ha ejercido esa labor de criba por la cual ya sabemos quién fue influyente y quién no, qué obras perduraron o cuáles no… Hombre, a lo que preguntas, yo respondería que sí, pero también te digo que lo que ocurra de hoy a diez o veinte años, lo veremos mejor dentro de 50, cuando echemos la vista atrás.

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