El país más violento

En “Un país bañado en sangre”, escrito en asociación con el fotógrafo Spencer Ostrander, Paul Auster ofrece una honesta reflexión, íntima y poderosa, sobre el uso de las armas en Estados Unidos (EE UU) que cada año deja una secuela de unas 40.000 personas muertas

Paul Auster en ilustración de Pablo García.

Paul Auster en ilustración de Pablo García. / Pablo García

Francisco Millet Alcoba

Auster inicia su ensayo con una reflexión y un suceso familiar. La reflexión la aporta la pregunta por qué es tan diferente EE UU y que lo convierte en el país más violento del mundo occidental. En el suceso familiar, Paul Auster relata cómo se crió con un secreto que ni sus padres ni sus tíos quisieron rebelarle nunca. El hecho era que su abuela materna había matado de dos tiros a su abuelo. Era en 1919 y la pareja acababa de separarse. El crimen marcó para siempre la vida del padre del escritor, que fue un hombre solitario con una vida interior tenebrosa por el hecho mismo del suceso y por el daño que le supuso guardar aquel secreto a su familia el resto de su vida.

A partir de ahí Un país bañado en sangre ofrece una reflexión sobre el papel que han jugado las armas en la historia y en la sociedad de EE UU.

Señala cómo hay 393 millones de armas de fuego en el país que provocan unas 40.000 personas muertas cada año, número semejante a las muertes por accidentes de tráfico, con la diferencia de que las muertes por vehículos son accidentales, pero las producidas por un arma son casi todas intencionadas.

Para entender cómo se ha llegado a esto, Auster considera necesario retroceder a la época anterior a la invención del país. A la historia colonial que supuso 180 años de conflicto armado.

Los colonos para asentarse en el territorio contra sus habitantes naturales se organizaban en milicias a la que todos estaban obligados a pertenecer, fuese carpintero o tendero, haciendo de la posesión de un arma un derecho y una obligación. De este modo, miedo unido a violencia, crea una combinación “que recorre la historia y sigue siendo un hecho esencial de la vida en EE UU”, que quedó corroborado con la letra de la Segunda Enmienda que “mantiene dividido al país desde entonces” y que señala: “siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas”. Esto ha llevado al hecho actual de que para una minoría –que son millones– las armas son fetiches que representan la libertad norteamericana, un derecho humano fundamental.

Así se ha llegado al punto en que suele ocurrir una matanza al día. Los estadounidenses están tan acostumbrados a ellas que no le prestan atención. Pero de pronto, en algún sitio, hay una matanza que destaca sobre las demás. Un baño de sangre de tal horror y magnitud que la sociedad americana se para por un momento en seco mientras una avalancha de cámaras captan el horror. Por un breve instante todo el mundo parece unirse, pero en un abrir y cerrar de ojos los defensores y detractores de armas comienzan a enfrentarse y a pesar de los indignados gritos reclamando reformas, “nada cambia jamás” y al cabo de una semana o dos el distraído público dirige la atención a otra parte.

El presente ensayo de Auster no ahonda en soluciones, quizá porque no sea misión suya, pero advierte que esa posible solución no reside en prohibir la fabricación y venta de todas las armas, porque intentar hacerlo sería tan poco práctico e ineficaz como cuando se prohibió el alcohol en los años veinte, que criminalizó a la gente común y creó un floreciente mercado negro. Además, los dueños de armas no lo tolerarían. Auster argumenta que lidiar con el problema, exclusivo de Estados Unidos entre los países desarrollados, exige un proceso mucho más profundo e introspectivo que no comienza con la legislación. “El problema no se va a resolver propugnando nuevas leyes”. La solución llegará solo cuando ambas partes lo deseen, y para que eso suceda, los ciudadanos norteamericanos tendrían primero que realizar un examen honesto y desgarrador de quiénes son y quiénes quieren ser como pueblo de cara al futuro.

El escritor, guionista y directorestadounidensePaul Auster. // FdV

El escritor, guionista y director estadounidense Paul Auster. / FDV

En todo caso, hay una reflexión honesta, profunda y abiertamente sincera sobre la situación y sus consecuencias, que traslada la idea de dibujar a EE UU como el país más violento del mundo; pero Auster no va más allá o considera que no es su papel hacerlo, con lo que un sentimiento de desesperanza y de orfandad puede embargar al lector americano.

Los cinco ensayos que componen este trabajo están intercalados con fotografías de Spencer Ostrander, que son escenas de emplazamientos de tiroteos masivos ocurridos en las últimas décadas.

Todas las fotografías, señala Auster, son “notables por la ausencia de figuras humanas y por el hecho de que en ningún sitio haya a la vista ni siquiera la sugerencia de un arma”. Son retratos de edificios donde hombres con fusiles y pistolas perpetraron horrendas matanzas, consiguieron brevemente la atención del país y cayeron luego en el olvido. “Ostrander con su cámara las transformó en lápidas de nuestro dolor colectivo”.

Suscríbete para seguir leyendo