Entrevista | Mariana Enríquez Escritora

“Es un problema pensar en lo que ofende o no”

“La adolescencia es muy útil para la literatura que yo hago, porque es un momento un poco monstruoso en la vida de las personas”

La escritora argentina Mariana Henriquez. |   // ALBA VIGARAY

La escritora argentina Mariana Henriquez. | // ALBA VIGARAY / Mariana Sánchez

Mariana Sánchez

Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973), conocida como la reina del terror, ya gozaba de prestigio y era considerada un referente en la narrativa gótica cuando ganó el Herralde con Nuestra parte de noche (2019), ascendiendo en los rankings de ventas. Aunque podría creerse que el género del miedo no es lo que elige el grueso de los lectores, la obra de Enríquez impacta por su efecto expansivo. Hace unas semanas, pasó por Madrid para recibir el premio Sheridan Le Fanu y aprovechó para presentar su nuevo libro: El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones (Anagrama). Editado por la periodista Leila Guerriero, el volumen reúne casi todo el trabajo periodístico de Enríquez. Se trata de artículos publicados en diversos medios a lo largo de varias décadas, en los que escribe con pluma entrenada sobre música, literatura y cine, junto a confesiones personales y humorísticas sobre sus inicios como escritora, la decisión de no ser madre o sus fobias, entre otros temas. Reunidas en la barra de un bar, sobre la Gran Vía, mantuvimos una charla animada a pesar de la música disco que, demasiado alta para un lunes a las once de la mañana, amenazaba con arruinar todo intento de intercambio fluido. No solo puede lucirse con la potente escritura de diversos géneros, sino que Mariana Enriquez es también una formidable conversadora.

"El otro lado" (Anagrama) / Mariana Enriquez / 824 páginas

“Es un problema pensar en lo que ofende o no”

Portada del libro. / Mariana Sánchez

–Ha comentado que en sus comienzos no sabía cómo crear narradoras femeninas porque faltaban referentes. ¿Cómo sonó esa voz cuando apareció?

–Al principio, creí que usar una narradora mujer iba a ser fácil por ser yo mujer, pero me di cuenta de que el lenguaje literario no tiene nada que ver con la experiencia. Que a lo sumo me serviría para aportar ciertos detalles concretos, como haber pasado por una mamografía o tener la regla, pero de todas maneras hacía falta construir la escena literariamente. En parte estaba relacionado con que tenía pocos referentes de narradoras mujeres. La gran mayoría de los narradores –no hablo de autores– eran en esa época hombres, incluso en la obra de escritoras como Patricia Highsmith, Iris Murdoch u otras. Podía en todo caso mirar a Natalia Ginzburg, Marguerite Duras, Annie Ernaux, pero no son de mi estilo, me servían hasta un punto.

–¿Existe cierta imposición social actual sobre los temas a tratar por parte de las escritoras: abuso, aborto, maternidad?

–Hay una moda con ciertos temas, porque una podría tener ganas de abordarlos pero no necesariamente en la literatura. Hay otros planos de lo social donde aplicarlo, como las redes. La moda no es algo necesariamente malo, lo que no me gusta es la expectativa de que cualquier autora deba tratar esos temas. Si existe una conquista como escritora, me parece, es la de poder hablar de lo que cada una tenga ganas, pero que sea una obligación es un problema. Así como es un problema tener que pensar tanto en cuestiones identitarias, o en lo que ofende y lo que no ofende. No veo como algo sano que eso esté dentro de la conversación literaria.

–¿Puede estar en el ambiente la sensación de que tocar temas de agenda abre más puertas?

–Estuve como jurado en el festival de cine de Sitges y noté que muchísimas películas tenían como disparador del miedo el tema del embarazo. Se me ocurrió pensar si estará ocurriendo que un montón de mujeres directoras se plantean, con razón, hacer un guión de agenda por la sencilla razón de que se lo van a aprobar con más facilidad. ¿Y si la mujer en cuestión no tiene ganas de hablar de eso? Es una limitación importante.

–¿Y dónde detecta que se produce especialmente esa limitación?

–Por ejemplo, hay algunas editoriales inglesas que se valen de un sensitivity reader, es decir, una persona que se encarga de identificar potenciales complicaciones en un libro, en el marco de la llamada cancelación. Avisa si faltan personajes mujeres, si uno de ellos no debería actuar de una determinada manera, si es preferible no matar a un personaje trans porque va a caer mal, si conviene diversificar y no poner todos personajes de piel blanca, etcétera. Sé incluso que, luego de haber tenido críticas de ese tipo en las diferentes redes sociales, ciertos autores contratan a estos lectores en concreto para que los ayuden a evitarse esos inconvenientes.

–¿Qué pasa entonces si nos gusta la obra de un autor con cuya ideología no coincidimos?

–No estoy de acuerdo con reprobar la obra de un escritor porque su ideología sea distinta de la mía. Me encanta Flannery O’Connor a pesar de que ella era muy racista. No quiere decir en absoluto que comulgue con ella y podría elegir no leerla, pero ese dato en todo caso me permite leerla en contexto, entender su literatura a la luz de su época y de su pensamiento.

–¿Es decir, que la vida personal del autor no tiene por qué alejarnos de su producción?

–Sobre todo si ciertas ideas del autor no se certifican en su obra. Céline era sumamente nazi y si lees Viaje al fin de la noche, lo que se nota es una profunda misantropía, que en su caso derivó hacia el nazismo. En definitiva, ese no es un libro nazi. Por otra parte, soy de una generación anterior a este tema de la cancelación actual. En ese sentido, siempre supe que William Burroughs había matado a su mujer y me parecía fatal, pero no por eso dejé de leerlo. Aunque también es cierto, sobre todo en el mundo anglosajón, que es más extremo para estos análisis, que algunos escritores sacan un libro donde dicen algo que ofende a determinada comunidad y después tiene que vérselas con un linchamiento en redes. Me parece que eso, lejos de abrir la conversación hacia lo identitario y la diversidad, lo que hace es disciplinar, quitar autenticidad.

–En su obra hay un fuerte contexto social. ¿La literatura tiene el deber de ser social?

–Me interesa la literatura que, en cualquier género, registra lo social, no tanto una literatura muy encapsulada sin observación del ambiente en el que vive. Necesariamente, hay formas de vida que ignoramos y frente a las que somos indiferentes, y tiene que ser así porque no podemos empatizar con todo el mundo o porque la vida en una ciudad implica ver cosas en las que no te podés detener. Supongamos, la gente en situación de calle, es un paisaje que vemos de forma cotidiana y no podemos ayudar a todos. Pero esa mirada, esas reflexiones, cómo maneja cada uno la indiferencia o el privilegio respecto de otros, te construye como individuo. Eso es pensar sobre uno mismo en sociedad y te ayuda a mirarte a vos mismo desde fuera también. Sobre todo viniendo de Argentina y de Latinoamérica, lo sociopolítico es absolutamente constituyente de la persona, no lo veo como algo separado. Entonces me interesa hablar o escribir de eso.

"No es fácil ver en esta escritura cargada de furia celosa algo más que un relato autobiográfico"

–¿Por qué cree que, a pesar de ser Nuestra parte de noche una novela tan densa, compleja y oscura, ha llegado a tantísimos lectores que quizás no leen terror?

–Sinceramente, no tengo idea, y además me sorprende que mucha gente la haya leído en pandemia. Cuando se publicó a fines de 2019 y enseguida empezó la pandemia, pensé que el libro no iba a tener mucha llegada, porque nadie iba a querer leer algo tan oscuro. Sin embargo, hubo quienes me dijeron que les servía para transportarse a otro mundo. Quizás también hay en este momento una sobreoferta de ficción autobiográfica y ciertos lectores buscan esa literatura que te dice cosas serias y densas, pero no desde la primera persona. No lo digo mal, pero el texto escrito desde el yo impone una visión, deja menos lugar a la participación del lector.

–¿Y qué opina con respecto a los debates alrededor de la autoficción?

–En la obra de otros autores me interesa lo autobiográfico; en la mía no, porque hablar de mí en primera persona me da pudor y me causa risa, sobre todo si es algo serio, necesito desdramatizar. Es por esa razón que aplico el humor más en mi trabajo de no ficción. Toda obra literaria tiene muchísimos elementos autobiográficos solo que en algunos casos, como en el mío, están deformados, codificados, puestos en un personaje de otro sexo, lo traumático aparece escondido. Puedo usar la primera persona pero en un contexto mayor, como en el libro de viajes a cementerios, donde la protagonista no soy yo, sino los cementerios y las historias, ahí yo soy solo la guía, la que está de espaldas, que tiene que ver con una mirada más periodística.

–¿En su caso se puede hablar de tres ritmos de escritura: novela, cuentos, notas periodísticas?

–Nuestra parte de noche me llevó dos años. En general, tardo más en pensar una novela, es como si me contara una película durante un año, por lo menos, voy anotando algunas cosas y después baja rápido al papel. Los cuentos creo que conviene escribirlos de un tirón, en un día, máximo dos, porque hay que mantener cierta tensión. Después, puedo pasar mucho tiempo corrigiéndolos. Para ambos géneros suelo tener todo el planteo premeditado antes de sentarme a escribir, pero la novela va siguiendo caminos imprevistos o, como se extiende en el tiempo, te vas encontrando sinergias diarias que te influyen o te aportan datos. La novela es indomable como género. Las notas, a esta altura, las resuelvo muy rápido.

–Decía en una nota que le encanta cuando le leen adolescentes. ¿Podría escribir para ellos?

–Creo que esas categorías también producen limitaciones en el mundo de la lectura. Tenemos la idea de que después de la juventud temprana, ya no se lee gótico, terror o ciencia ficción, que el adulto debe leer otras cosas. No entiendo ese tipo de trabas. Un libro protagonizado por una adolescente es Lolita y nadie se lo daría a leer a adolescentes. Por otro lado, la adolescencia es muy útil para el tipo de literatura que yo hago, porque es ese momento un poco monstruoso en la vida de las personas: te cambia el cuerpo, la voz, la personalidad, es una metamorfosis y hay poco registro de lo fuerte que es. Por eso a veces, cuando quiero representar cambios más extremos en un personaje, me sirven los adolescentes, porque están como construyéndose, tienen menos ataduras y pertenecen menos a este mundo. Son más lábiles, tienen manías raras, ciclos abruptos. Es un periodo breve, muy intenso y que se olvida rápidamente. Incluso me parece injusto que se lo infravalore cuando es la etapa más difícil de la formación; en cambio, de la infancia hay una imagen súper idealizada. Me gusta incluir tanto de adolescentes como de niños en mi ficción.

–Si le fascina la música, ¿por qué considera que la poesía no es un género que encaje en su literatura?

–Por el mismo motivo por el que no hago música: me sale mal. Igualmente, siento que todavía tengo tiempo. Leo mucha poesía e incluso aspiro a aprender más sobre la composición, la estructura, el ritmo. Pero la realidad es que le tengo mucho respeto y creo que tiene que haber una especie de don para hacerlo bien. No lo descarto, tengo que encontrar mi voz poética que es distinta a la voz narrativa. Quizás en algún momento llegue.

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