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La insoportable levedad de los monumentos

Asistimos al fenómeno creciente de un revisonismo implacable del discurso institucional y social construido a base de los homenajes públicos a personalidades históricas

El acueducto de Segovia, “símbolo de la opresión de los romanos” para algunos. | // PABLO MARTÍN / EFE

Siempre me pareció peligroso el afán de algunos ilustres por verse consagrados en vida mediante la atribución a su figura de un busto, una estatua, una placa, una calle o una plaza. Pero el problema es considerablemente más grave cuando tal consagración se produce póstumamente, sin que el personaje haya podido dar su anuencia.

Asistimos precisamente al fenómeno creciente de un revisionismo implacable del discurso institucional y social construido a base de los homenajes públicos que se han rendido a personalidades históricas en forma de monumentos, estatuas, condecoraciones, asignación de sus nombres a lugares o edificios. El poscolonialismo multiculturalista ha hecho de ello caballo de batalla, y se ha fijado de modo especial en figuras vinculadas a la Historia hispanoamericana. Pero no exclusivamente.

Leía yo en The Washington Post, en plena reactivación del movimiento de protesta Black Lives Matter nacido en 2013 cuando el policía que mató de un disparo a un adolescente de raza negra fue absuelto, que un comité dependiente de la alcaldesa del Distrito Federal Muriel E. Bowser, tras analizar circunstancias relacionadas con la esclavitud y la opresión aconsejó cambiar los nombres de docenas de parques, edificios oficiales y escuelas públicas en la capital. Entre los señalados estaban siete presidentes de los Estados Unidos. Después de Thomas Jefferson, autor principal de la declaración de la independencia norteamericana y al tiempo amo de esclavos, figuran en la lista James Monroe, Andrew Jackson, John Tyler, William Henry Harrison, Zachary Taylor y Woodrow Wilson, premio Nobel de la Paz y uno de los promotores de la Sociedad de Naciones, pero anfitrión que fue un día en la Casa Blanca del cineasta David W. Griffith con motivo de un pase privado de su mítico filme "El nacimiento de una nación", que a tantos escandalizó en 1915 por su apología del Ku Klux Klan. Llevado hasta sus últimas consecuencias este criterio, la capital de Estados Unidos se quedaría sin su nombre (el del primer presidente George Washington, propietario asimismo de esclavos) y sin el de su distrito, Columbia (por Cristóbal Colón).

Cultura de la queja

Hay otro caso reciente, que se ha dado en España a través de las redes sociales. Veo en él, además, la confluencia de varios vectores, desde la que Robert Hughes denominaba “la cultura de la queja”, porque siempre hay que reivindicarse, por nosotros y nuestros antepasados, como víctimas de algo y de alguien, hasta la manipulación deliberada de la realidad para trabucarla conforme a designios políticos y convertirla en posverdad.

La cuestión se planteó cuando en pleno 2018 un economista y colaborador televisivo, no sabemos si de veras o en broma, proponía a través de un tuit la demolición del acueducto de Segovia por “ser un símbolo de la opresión de los romanos”, “del mayor símbolo de represión que ha existido en nuestra historia”, y rogaba amplia repercusión para su demanda en las redes sociales.

Y yo me hago a este respecto varias preguntas. Al dar pábulo y respuesta al ruego de “difusión para que el Gobierno derribe de una vez el acueducto de los opresores romanos” formulado por aquel internauta, ¿estaban en serio los 360 asiduos de la plataforma change.org que secundaron en poco más de tres días esta propuesta de dinamitar un bien declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1985 y que, en 1884, ya había sido elevado a la categoría de Monumento Nacional?

¿Iba de farol, o no, uno de ellos, J. C. F. G., cuando escribía a propósito del acueducto que “es un símbolo de la opresión Romana hacia el pueblo Ibero. No solo creo en la demolición sino que también se debe restituir la memoria de todos los trabajadores que fueron esclavizados en esta obra. Y elevar una queja a la ONU, además de pedir al pueblo de Roma que indemnice a los descendientes de todos los que allí fueron oprimidos”?

¿Estamos ante un auténtico troll, es decir, alguien que publica en la red mensajes provocadores? O, por el contrario, ¿hemos de admitir que otro internauta cuyas iniciales son G. A. Ll es un decidido militante de la causa cuando escribe, a propósito de la iniciativa, “me parece una medida acertada y oportuna. Respetuosa con nuestro presente democrático y contraria al oprobio y la ofensa que suponen construcciones del pasado que recuerden la esclavitud. Propongo, además, la creación de un centro de interpretación de la esclavitud y la explotación laboral”?

La última noticia de esta nueva variante de posinquisición me llegó en octubre de 2020. En la Universidad de Edimburgo ha cuajado la iniciativa de retirarle los honores académicos que se le hubiesen concedido al filósofo David Hume por racista, sobre la base de estas líneas de su ensayo "Of National Characters" que data de 1753: “Tengo tendencia a sospechar que los negros y en general todas las demás especies de hombres (porque hay cuatro o cinco clases diferentes) son naturalmente inferiores a los blancos”. La universidad de su ciudad natal lo había rechazado poco antes como titular de una Cátedra de moral y filosofia pneumática porque sus ideas eran religiosamente incorrectas, a lo que el filósofo respondió con su famosa Carta de un caballero a su amigo de Edimburgo. Emblema de la purga de ahora fue también, como en Washington D. C., un cambio del nombre de un edificio, en este caso la David Hume Tower, medida que el rectorado justificó por la violencia de “pedir a los estudiantes que utilicen un edificio que lleva el nombre del filósofo del siglo XVIII cuyos comentarios sobre cuestiones raciales, aunque no eran infrecuentes en ese momento, hoy provocan angustia”.

Y yo me pregunto también, como profesor visitante del alma mater de uno de los más grandes filósofos de la Ilustración: ¿Qué pasará con la costumbre estudiantil de utilizar como amuleto, acariciado para aprobar, el dedo gordo de la estatua de Humerigida hace 25 años en el Royal Mile si el Ayuntamiento de Edimburgo decide retirarla por las mismas razones aducidas por la universidad?

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