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La octava maravilla de Houellebecq: "Aniquilación"

El autor francés regresa tras tres años para reivindicar su estado de forma y su particular tono irreverente, insolente, cáustico y hasta grosero en un ‘thriller’ geopolítico con la familia y la pareja en el autoanálisis no tan secundario

Michael Houellebecq Pablo García

La decadencia política, social y hasta sentimental en Occidente vuelve a ser el tema de fondo de la octava maravilla de Houellebecq. El llamado enfant terrible de las letras francesas vuelve a demostrar que está en plena forma y que pese a ciertos altibajos en la trama de su nueva novela es capaz de seducir a legiones de lectores que buscan su visión políticamente incorrecta a través de unos narradores que quizá tienen mucho de él mismo. Y probablemente mucho de lo que todos negamos ser.

En esta ocasión Aniquilación, publicada por Anagrama, cabalga con gallardía y brillantez sobre seiscientas páginas en las que hay para todos un poco. El argumento se apoya en tres historias que caminan paralelas: por un lado, es un thriller político, con un grupo terrorista de corte anarcoprimitivista o ecolofascista que amenaza con devolver a la tranquila y pujante Francia de 2027 a la Edad Media. Y donde el ministro Bruno Juge, de Economía y Finanzas, es amenazado por estos ante lo cual recibirá el apoyo de su mano derecha en el gabinete de Gobierno, Paul Raison, hijo a su vez de un antiguo responsable del espionaje nacional que está muriéndose. Es decir el autor vuelve a colarse en los entresijos de la alta política como principal aliciente. Y de paso le da un poco de cera indirectamente al auge desbocado del ecologismo/animalismo radical como nuevo frente de batalla.

Los problemas conyugales del ministro y del protagonista son otra línea argumental y servirán para disfrutar de la particular manera de diseccionar las relaciones sentimentales de Houellebecq –un Woody Allen más cínico y descreído– que hace gala, a través de su contador omnisciente, de su célebre ya misoginia y de un análisis social que zarandea a la sanidad pública, al periodismo, señala el ascenso del islamismo, de nuevo, ataca sin piedad al socialismo defenestrado y particularmente, y con mucho de verdad, disecciona un tema ya muy extendido en obras de arte recientes -desde la monumental Amor de Haneke a esta parte- como es la vejez y la indignidad de la muerte en forma de cínica eutanasia.

Pero por encima de lo que pasa en Aniquilación, en Houellebecq está el tono como piedra angular. Y es tan sincero y elegante dentro de la consustancial procacidad que te hace sacar más de una sonrisa, por grosero, por auténtico. No hay libro de Houellebecq sin felación y con esto está casi todo dicho. El sexo parece un elemento secundario pero atraviesa todos sus libros como una liberación, como algo divino pero a la vez deprimente por desgastado en muchos hogares. Es su sello de identidad, ese abordaje de lo más íntimo y secreto sin tapujos. Es el caso del protagonista, un descreído total, que lleva diez años sin comerse un rosco y con su matrimonio haciendo aguas. Con una pareja entregada al rollo oriental o con una hermana en brazos del cristianismo como reflejo agudísimo de lo perdidos que estamos en lo espiritual también.

El descarnado autor de Las partículas elementales o de Ampliación del campo de batalla sigue llamando a las cosas por su nombre, incluso a riesgo de desnudar al feminismo o a la familia de clase media burguesa que se cree algo progre y causa pena. Va repartiendo estopa muy sutilmente apoyado en una sucesión de hechos que resulta dinámica, en la que por breves momentos cae en lo burdo o insustancial, como en esa sucesión de descripción de sueños que jalonan toda esta obra sin aportar nada. Esto no quita que, entre medias, haga alarde de un buen conocimiento de causa de todo lo que aborda desde los tecnicismos en el campo del terrorismo digital a la medicina, la historia política reciente de su país o la filosofía clásica. Pero al margen de todo ello, es el tono, el enfoque y la divertida poca vergüenza de parafrasear a Jean Paul Sartre para referirse a algo tan mundano y tan trascendental como el sexo oral lo que lo eleva desde la anécdota. Lo hace distinto. Por ejemplo dice: “toda una polla, hecha de todas las pollas y que vale lo que todas y lo que cualquiera”. He aquí la erudición y lo ordinario hecho verbo, en un juego cómico que solo Houellebecq sabe argüir para decirnos desde su malganado adjetivo de reaccionario que todo es nada y es lo único que importa.

Pese a ciertos altibajos en la trama, seduce con su visión políticamente incorrecta de lo que todos negamos ser

Sin embargo todo hace indicar que Houellebecq también está haciéndose mayor cuando el amor se cuela como una esperanza en la historia personal del protagonista. Es decir, cuando todo el universo parece que se arroja a bendecir una lubricante foto de Instagram y a poner el sexo como el dios al que hay que venerar, viene desde su extraño dandismo moral a regodearse en una contracorriente inesperada y señalar un camino anticomercial y rebelde; el triunfo del amor, con un punto sentimentaloide que chirría, como en casi todas sus cosas.

Por último, hay que incidir en que Aniquilación sigue desmontando la sociedad occidental desde una verdad incontestable, la desestructuración de la familia, los quebrantables lazos mafiosos de hermandad y su pérdida de principios elementales como el cuidado de nuestros mayores. Houellebecq nos señala de nuevo como causantes del sonrojante trato que reciben los ancianos en sus últimos años, cuando se convierten en una carga para la organización, y a hacer hincapié en una verdad angustiosa sobre los finales amargos a los que está abocado irremisiblemente el ser humano por mucho que la sociedad del bienestar y el consumismo trate de esconder esta parte decisiva de la trama.

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