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Las extrañas ‘raves’ del Renacimiento

El “brote” de danza (sin música alguna ) más virulento se produjo en el verano de 1518 en Estrasburgo. Siglos después aún se desconocen las causas exactas del misterioso fenómeno

"Baile de cansamiento" (1568), en el Museo de Historia del Arte de Viena Pieter Brueghel el Viejo

El 14 de julio de 1518, en Estrasburgo, una mujer llamada Frau Troffea salió de su casa y empezó a bailar. No sonaba música alguna. Aparentemente, tampoco tenía nada que celebrar. Su esposo, al verla, le imploró que parase de inmediato. De poco sirvieron sus palabras: durante horas no cesó de moverse descontroladamente, como si estuviera poseída, sin comer ni beber.

Al caer la noche, agotada, se desplomó en el suelo. Pero, a la mañana siguiente, con los pies hinchados y ensangrentados, volvió a ponerse en pie y continuó danzando. Según crónicas de la época, aquel impío espectáculo duró entre tres y cuatro días. Las autoridades, sin saber qué hacer, terminaron enviándola a un santuario de Saverne consagrado a San Vito, ya que creían que el mismo santo que la había maldecido era el único capacitado para curarla. Y por insólito que parezca, así fue.

Lo que nadie presagió entonces es que muchos otros vecinos se sumarían a esa histeria danzante. Cuando Troffea fue llevada a Saverne, se contabilizaron 33 personas contagiadas en las calles de Estrasburgo. Al cabo de un mes, la cifra se elevó hasta los 400. Los alienados bailarines, en realidad, pedían auxilio a sus conciudadanos. Ni disfrutaban ni querían formar parte de esa catarsis.

Una ‘rave’ en la plaza

Al mutar en un baile epidémico, los dirigentes consultaron a los médicos locales. La mayoría concluyeron que el arrebato era consecuencia de la llamada sangre caliente, una enfermedad causada por el aumento de temperatura del flujo sanguíneo.

Ahora bien, lejos de prescribir sangrías –uno de los remedios más comunes de la época, que consistía en extraer grandes cantidades de sangre– optaron por construir un enorme escenario en el mercado de caballos de la ciudad. También, por incomprensible que parezca, contrataron a una docena de músicos porque consideraron que el mejor tratamiento posible era aún más baile.

Desde la distancia, la escena podía asemejarse a la de una rave. Pero el remedio fue peor que la enfermedad: murieron una media de 15 personas al día por por derrames cerebrales, infartos y agotamiento. Ante ese fracaso, los afectados fueron trasladados al santuario que meses antes había pisado Troffea. Al igual que ella, milagrosamente, todos sanaron. A principios de septiembre, de forma paulatina, la epidemia cesó completamente.

San Vito, considerado el patrono de los epilépticos, murió en aceite hirviendo a los 13 años

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Coreomanía

A este particular suceso se le conoce como coreomanía o baile de San Vito. El de Estrasburgo no fue el único, sino simplemente el mejor documentado: se tiene constancia de que con anterioridad, entre lo siglos XIV y XVII, hubo más de 10 a lo largo de los ríos Rin y Mosela. En España no se vivió nada igual durante la Edad Media, pero en Italia se produjo un fenómeno similar bautizado con el nombre de tarantismo.

Mucho se ha especulado sobre qué motivaba a los coreómanos a bailar hasta que su cuerpo dijera basta. Durante tiempo se sugirió que el culpable podría haber sido el cornezuelo, un hongo alucinógeno –con efectos muy parecidos a los de la dietilamida de ácido lisérgico (LSD)– que proliferaba en las espigas del centeno y en otros cereales. No obstante, la teoría se descartó porque, como obstruía el flujo sanguíneo, dificultaba el movimiento de las extremidades.

En el libro publicado en 2009 Tiempo para morir: La extraordinaria historia de la plaga de baile de 1518, el historiador John Waller formuló otra hipótesis: lo acontecido en Estrasburgo fue un primigenio episodio de histeria colectiva. Es decir, un ataque de ansiedad grupal, argumento que explicaría casos como las falsas brujas de Salem o el Gran Miedo de 1789 en Francia.

De acuerdo con Waller, tras una serie de malas cosechas, hambruna, calor extremo, inestabilidad política, la llegada de la sífilis y la creencia popular de que los espíritus enojados –San Vito, por ejemplo, podía infligir una maldición sobre la población–, el baile les ayudó a sobrellevar su desdichada existencia.

Independientemente de estas disertaciones, el incidente sigue causando fascinación en nuestros días. Sin ir más lejos, la banda Florence & The Machine acaba de dedicarle una canción en su último álbum, Dance Fever.

Y aunque el misterio jamás se resolverá, durante las próximas semanas seremos testigos de infinidad de casos contemporáneos de coreomanía. Desde el Primavera Sound o el Sónar, pasando por las fiestas mayores de ciudades y pueblos. Sin fallecimientos, claro está. Después de dos años en los que nuestra vida social se vio mermada por la pandemia, el ansiado momento de bailar hasta el amanecer ya está aquí

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