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Peces y pescados en el Quijote

Recreación de una escena de las bodas de Camacho, por Manuel García “El Hispaleto” | .

A nadie le sorprenderá que don Quijote, siendo de la Mancha, y del siglo XVI o XVII, no coma demasiado pescado. Algo come, pero realmente muy poco.

Cervantes indica que en su primera salida, don Quijote llega un viernes a la venta donde será armado caballero (I, 2). Lo dice así: “A dicha, acertó a ser viernes y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer”.

Era un viernes, día de abstinencia, y no se podía comer carne. Le ofrecen abadejo, bacallao, curadillo o truchela, como parece lógico, seguramente se refiere al bacalao en salazón, pescado que ya se consumía desde hacía siglos en la España interior por la facilidad de su conservación.

Pero Cervantes, con sus juegos de palabras, hace que se líe un poco don Quijote asociando “truchuelas” con truchas”, pescado más apreciado en aquel momento en Castilla: “-Como haya muchas truchuelas –respondió don Quijote- podrán servir una de trucha porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón”…

Don Quijote tenía hambre y “pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao y un pan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque como tenía puesta la celada y alzada la visera…”.

Y en su delirio todo le parecía maravilloso, “estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música y que el abadejo eran truchas, el pan candeal y las rameras damas y el ventero castellano del castillo…”.

Me alargué es este episodio porque es el único momento en que don Quijote “come” pescado. Después lo ve, se habla de él, pero no lo come más.

Algo más adelante, a continuación de la aventura de los rebaños (I, 18), don Quijote después de vomitar tiene hambre, y como a Sancho le faltan las alforjas donde tenía la comida le dice a don Quijote que podría comer “las yerbas que vuestra merced dice que conoce”, a lo que don Quijote le responde: “con todo eso –respondió don Quijote-, tomara yo ahora más aína un cuartal de pan o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques,…”. Pero no tiene “sardinas arenques” y siguen su camino pensando que algo encontrarán.

No las come, pero piensa en las “sardinas arenque”, es decir en sardinas preparadas en salazón tal como se preparaban los arenques en los países más nórdicos. Esta presentación y denominación era, y sigue siendo, típica de Andalucía y de algunas zonas del Mediterráneo.

No es hasta la segunda parte, hasta poco después del famoso “con la iglesia hemos dado” (II, 9), cuando se vuelven a mencionar los peces marinos (II, 10). Pero no para comer, sino para maldecir con sorna a los “encantadores” que transformaron a Dulcinea en una aldeana: “¡Oh canalla!– gritó a esta sazón Sancho-. ¡Oh encantadores aciagos y malintencionados, y quién os viera a todos ensartados por las agallas, como sardinas en lercha!”. (Es decir, ensartadas en el junco que se usaba para transportarlas).

Es muy curioso, y muy significativo, que en las bodas de Camacho, la representación de la opulencia gastronómica, no se menciona ni a un solo pescado.

Cuando en su periplo llegan al río Ebro (II, 29), don Quijote lo contempla con gran gusto y al ver un pequeño barco sin remos cree que es un barco encantado, pero Sancho le dice “…quiero advertir a vuestra merced que a mí me parece que este tal barco no es de los encantados, sino de algunos pescadores de este río, porque en él se pescan las mejores sabogas del mundo”.

Se mencionan las sabogas, pero no las comen. Las sabogas, Alosa fallax, son peces eurihalinos que viven en el mar y pueden remontar los ríos. Eran muy frecuentes y abundantes en el Ebro hasta no hace demasiados años.

Una vez finalizado el gobierno de la ínsula, Sancho se encuentra con seis peregrinos (II, 54). Uno de ellos era su vecino Ricote. Se dispusieron a comer y sacaron manteles y viandas y, entre ellas “pusieron asimismo un manjar negro que dicen que se llama cavial y es hecho de huevos de pescados, gran despertador de la colambre”. Comieron, caviar, entre otras cosas, y bebieron para apaciguar la colambre, la sed de vino. Comió y bebió Sancho, que en ese momento no lo acompañaba don Quijote.

Ya casi en Zaragoza (II, 59) llegaron a una posada y “llegose la hora de cenar, recogiéronse a su estancia; preguntó Sancho al huésped que qué tenía para darles de cenar, a lo que el huésped respondió que su boca sería medida y, así, que pidiese lo que quisiese, que de las pajaricas del aire, de las aves de la tierra y de los pescados del mar estaba proveída aquella venta”. Sin embargo, terminaron enterándose de que en realidad en la venta solamente tenían un cocido de garbanzos con uña de vaca y tocino. Así que tampoco comieron pescado.

Finalmente, en una divertida discusión entre don Quijote y Altisidora (II, 70), esta, mostrando enojarse y alterarse le dijo “¡Vive el señor don bacallao,…!”, es decir, señor escuálido y amojamado.

No se habla más de peces ni pescados. Así pues, en toda la novela, don Quijote solamente come una vez pescado y Sancho dos, una de ellas, caviar. No es demasiado.

Y hablando de todo esto no me debo quedar sin hacer otra cita (II, 22). La que dice “que hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que después de sabidas y averiguadas no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria”.

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