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Al rescate del conde olvidado

La periodista Anna Augustyniac escribe la primera biografía del aristócrata y gran periodista Antoni Sobanski, homosexual perseguido por los nazis

Antoni Sobanski, en dibujo de Natalia Rodriguez Varela.

Nunca se valorará por completo el daño que los totalitarismos han causado a la sociedad y a la cultura europeas del siglo XX. De vez en cuando nos llegan informaciones que desconocíamos de personas cuya obra permanecía inédita porque su trayectoria fuera ignorada o cortada de raíz. Gracias a la editorial Fórcola nos llega ahora noticia de la vida y de la obra de Antoni Sobanski, una víctima del nazismo cuya carrera profesional en el periodismo y el ensayo fue interrumpida violentamente durante la invasión de Polonia por las tropas de Hitler.

Antoni Sobanski

Su figura fue rescatada gracias al contenido de una vieja maleta que un desconocido entregó un día de hace 50 años a Roza Sobanska, sobrina de Antoni, que contenía recuerdos de su tío. La periodista polaca Anna Agustyniac firma una excelente biografía del personaje en “En busca del conde Sobanski”.

Dandy, elegante y de excelentes modales, su personalidad llamaba la atención

La Polonia de los años de entreguerras era un país donde una juventud culta e inquieta luchaba por levantar a un pueblo históricamente sojuzgado. Varsovia se enganchaba al progreso surgido después de la Primera Guerra Mundial, y sus ciudades pobladas de anuncios de neón albergaban modernas tiendas de ropas y perfumes, restaurantes y pastelerías, cines, teatros, hoteles y cabarets, editoriales y librerías, clubes y cafeterías bulliciosas que acogían una vida intelectual exuberante. En las salas de baile las orquestas tocaban swing y fox-trots y sus vocalistas cantaban tangos en español. En Varsovia, en el café Pod Picadorem se reunían los skamandritas, los miembros del influyente movimiento literario Skamander, y alrededor de las mesas del Ziemianska los periodistas y los colaboradores de la revista “Noticias Literarias” discutían hasta el amanecer los contenidos de sus artículos en largas conversaciones regadas con café y vino caliente.

Antoni Sobanski, en dibujo Natalia Rodriguez Varela

Uno de los asiduos a estas reuniones era Antoni Marian Heryk Sobanski, un aristócrata hijo del conde Michal y de la condesa Ludwika, nacido en 1898 en Obodivka, provincia de Podolia (hoy en Ucrania). El conde Sobanski era un intelectual políglota con una formación cultural cosmopolita. Dandy, elegante y de excelentes modales, su personalidad llamaba poderosamente la atención. A pesar de sus relaciones íntimas con la escultora Irena Baruch y la poeta María Pawlikowska, no ocultaba su homosexualidad, que no era un problema en un país muy tolerante entonces con las costumbres sexuales. 

Las crónicas que Sobanski escribía para “Noticias Literarias” lo convirtieron en una estrella del periodismo cultural de la época. A pesar de sus orígenes y de su formación religiosa en el catolicismo más conservador, Sobanski era un progresista crítico con los totalitarismos que habían comenzado a instalarse en la Europa de aquellos años. Sobre el futuro de su país, escribió que no quería “una Polonia nacionalista, antisemita, comunista, totalitaria, antirreligiosa, feudal, que se encuentre bajo la influencia moral de Alemania o de Rusia, independientemente de su sistema político”.

En busca del conde Sobanski

En busca del conde Sobanski

En sus frecuentes viajes a Alemania fue testigo del auge del nacionalsocialismo al comienzo de los años 30 y denunció su carácter de régimen criminal. Narró para The Times y la Agencia Reuters las humillaciones y los episodios de violencia que sufrían los judíos alemanes, víctimas de “mentiras, imprecisiones, injurias y acusaciones idiotas… algo que me envenenó la vida por completo”, escribió. Advertía que no se debían ignorar las demostraciones de poderío que hacía Alemania y que Europa calificaba de payasadas grotescas de Hitler, un líder que no era, en su opinión, más que “un pintor de brocha gorda”. De Göring decía que tenía un rostro afeminado del que emanaba un sadismo infantil. Denunciaba las mentiras de la prensa alemana, medios de propaganda y agitación al servicio de una revolución impuesta desde arriba. La oposición había desaparecido por completo y daba igual qué periódico se leyera: “Mis jóvenes compañeros cultivan el hecho y la mentira ideológica, incluso la más brutal”.

Cuando los nazis invadieron Polonia una de sus primeras medidas fue prohibir “Un ciudadano en Berlín”, una recopilación de sus artículos antinazis, desacreditada por la prensa afecta al nacionalsocialismo. Su obra fue calificada por las nuevas autoridades de “literatura polaca hostil a los alemanes, perjudicial e indeseable”. Cuando se sintió perseguido, huyó del país con un grupo de amigos escritores a través de Rumanía, Italia y Francia. Mientras abandonaba Polonia, Adolf Hitler se alojaba en el palacio de Guzow después de expulsar de él a sus propietarios, la familia de Sobanski. Su último destino fue Inglaterra, un país al que admiraba y por el que sentía una fuerte atracción. Allí trabajó para la radio de la BBC como presentador y traductor mientras esperaba un visado que le permitiese viajar a Santa Fe, en Nuevo México, donde había adquirido una propiedad al pie de las Montañas Rocosas donde pensaba que el clima le ayudaría a curar su tuberculosis.

Sobanski no volvió jamás a su patria a pesar de la nostalgia que sentía por sus raíces: “Mi Ucrania está viva y puede que aún me sea concedido verla otra vez”, escribe desde su exilio en Londres. Su débil salud, precaria desde muy joven, le causó la muerte en la London Clinic de Devonshire Place el 13 de abril de 1941, acompañado de algunos de sus amigos. Su obra y su figura fueron ignoradas durante largos años hasta que su sobrino biznieto Michal Sobanski lo rescatara del olvido a raíz de sus investigaciones sobre la maleta recuperada con sus objetos personales. Michal cierra con un epílogo esta biografía, en la que Mercedes Monmany escribe un excelente prólogo en el que compara la odisea del exilio de Sobanski con la del periodista español Chaves Nogales. A mí me recuerda también a la de Arturo Barea.

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