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Primer y último baile de Stefan Zweig

Fórcola publica “Cuerdas de plata”, primera huella en español de la poesía de juventud del autor. Una revelación hacia atrás y adelante del mundo de Zweig y de su disolución

Stefan Zweig, por Xulio Formoso.

Stefan Zweig se suicidó en su casa de Petrópolis, en Brasil. Se suicidó de una manera memorable, disciplinada y hasta exquisita en sus resoluciones éticas, pero con el mismo resultado, infausto para él, que el resto de suicidas del planeta. Evidentemente, no es nada nuevo. Llámenme presuntuoso, pero no creo que exista en el mundo un solo lector de Zweig que no esté al corriente de las circunstancias de su muerte, convertidas hoy en una tarjeta postal y en la enésima gesta funeraria diseñada para atrapar a los poetas enfermos de romanticismo, de morbo o de neurosis, que son términos que, desde el siglo XIX, no dejan de enredar y confundirse. La muerte de Zweig, aunque voluntaria y prematura, fue una muerte similar a la de cualquiera. Y, por tanto, detestable en su condición animal e impúdica. Y aunque nadie niega sus virtudes literarias, absolutamente irresistibles en este caso, lo interesante para su obra y para el conocimiento del autor es lo demás: el rapto previo, la desaparición, que, en la muerte de Zweig, y de Lotte, su segunda esposa, supone también el final y la decadencia de una época. Incluso, de una civilización. La misma que, de forma premonitoria, a la vez que ejemplar, late en las páginas de su primera poesía.

Ahora que todos somos un poco Zweig, en la medida que sobrevivimos en la trastienda de una era ya desaparecida, la de la cultura libresca y la de los libros, resulta más que tentador detenerse en su primera publicación, el poemario Cuerdas de plata (Fórcola), escrito por el autor antes siquiera de cumplir los veinte años, y, hasta ahora, inédito en España. Y no sólo porque todo lo que escribió Zweig representa naturalmente una tentación, sino porque sus poemas son quizá el mejor instrumento –sin duda, el de mejor acabado, también– para sentir y comprender el cataclismo histórico que sacudió su vida y su literatura. La edición de Fórcola, que cuenta con la traducción de Richard Gross, se abre con un prólogo magnífico del escritor César Antonio Molina, el mismo de quien ZP, ahora metido a crítico de Borges, nos privó de disfrutar más años como ministro; un texto vibrante, profundo que, aunque concebido originalmente con otro propósito, enjuaga, se complementa y da las claves de los poemas a los que antecede en el libro, terriblemente atronadores en cuanto testigos de anticipación de la tragedia final de Zweig, de su exilio entre fantasmas en la frondosidad del Brasil que amaba con melancolía, despojado de sus fetiches, de sus libros, de la irrepetible afirmación erudita de una sociedad, la de Europa central de principios del XX, condenada a sucumbir frente al avance del nazismo.

  • Stefan Zweig, Cuerdas de plata, Fórcola, ( ed. bilingüe traducida por Richard Gross), con prólogo de César Antonio Molina

Es la poesía de Zweig la poesía de un mundo fenecido, rilkeana en la forma y heredera de la asimilación alemana del simbolismo, pero también reveladora de la agudeza de un espíritu sobresaliente alojado en su contexto, con todas las preocupaciones bibliófilas de sus coetáneos: la desazón existencial, el deslumbramiento inadmisible ante la belleza, la inquietud estética por el preciosismo y el gusto por la trascendencia y las figuras excelsas. Una poesía que sabe a Viena, que, además de reflejar el aliento de una generación, se intuye en la encrucijada, recorriendo con máscara mortuoria el fervor de un universo cultural que sería irreparablemente violado cuarenta años después por el estrépito de las bombas. “Nosotros, que fuimos muchachos, hoy somos épocas”, dijo Octavio Paz. Y eso, precisamente, son los poemas de Cuerdas de plata. El grito entre mitos y salones mullidos que la grosería de la historia convertiría no sólo en un eslabón iniciático de la fecunda carrera literaria de Stefan Zweig, sino en la caverna profética en la que se abismarían sus propias sombras y sus propias luces. Lean a Zweig, miren sus teléfonos y sumérjanse en su biblioteca: no estamos tan lejos, aunque sea en su versión light e incruenta, que no es poco, de vernos a nosotros mismos navegando en la misma niebla; completamente fuera de juego y desaparecidos.

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