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Los templos del maíz

“Para el tiempo que reste”, el nuevo libro del poeta gallego César Antonio Molina

El escritor, ex ministro de Cultura, César Antonio Molina. EFE/GUSTAVO CUEVAS

La evanescencia de la juventud y el fluir sigiloso de los cielos sobre un viaje de resonancias clásicas, sagradas, define en esencia la raíz de este poemario portentoso y sublime de César Antonio Molina. No suele uno hallar en un libro de versos concentrado tanto amor a la vida y, a la vez, tanto entusiasmo impregnado en su concepción por la materia de una melancolía singular que nos baña los ojos como un lejano atardecer que sigue acudiendo cada día a nuestro encuentro en un simbólico campo de maíz. Qué es la vida si no un campo inmenso de maíz por el que vamos avanzando de puntillas, sorteando recodos y largas sombras proyectadas entre los cañaverales del silencio, bajo la firme espesura de las hojas (días sonámbulos) que van sucediendo a nuestro paso impidiéndonos observar a cada instante qué existe a otro lado, más allá de nuestros pies.

César Antonio Molina (A Coruña) es autor de más de medio centenar de libros, entre los que destacan poemarios singulares como La estancia saqueada (El Bardo, 1983), Para no ir a parte alguna (Pre-Textos, 1994) y su más reciente y hermoso Calmas de enero (Tusquets, 2017), donde destella, entre inolvidables versos, la dedicatoria bellísima a su madre, “que se quedó dormida en las calmas de enero”. Por otro lado, también ha publicado ensayo y libros de viajes tan genuinos como: Viaje a la Costa da Morte (Huerga y Fierro, 2005) o Donde la eternidad envejece (Destino, 2012).

Ha tocado también otros géneros literarios, cuyos títulos sería largo enumerar. Su obra es, por tanto, variada y muy enjundiosa, sustanciosa e intensa, fulgiendo en cada uno de sus libros, como ocurre en este, su estilo armonioso, reflexivo, de un lirismo terso, elegante, emocional. Todo lo dicho se adensa y se sublima en su nuevo poemario, Para el tiempo que reste, donde vemos, de entrada, que el poema es habitable, espacioso y sencillo como un templo de maíz, una deliciosa cápsula vital en la que el lector se adentra caminando entre cañas esbeltas y tallos gráciles de luz, de una delicada pureza espiritual: “La habitación en silencio. La mesa revuelta./ Las flores volcadas donde fuimos/ cuerpo y alma” (pág. 55). Aquí, en este libro, la poesía se hace ingrávida, de una sutilidad tersa y afable, como puede apreciarse en estos versos sustanciosos: “Lirio húmedo y fresco mezclado/ con la morcilla picante de los mediodías” (pág. 61). 

Molina

Es un autor que siempre nos da poemarios magistrales, pero aquí ha conseguido, además, coser palabras

Como en otros poemarios de César Antonio Molina, en este aparecen motivos y símbolos de arte, descripciones fantásticas de viajes e itinerarios por rincones y ciudades de aire intemporal, alusiones a la Biblia, elementos reflexivos, evocaciones de aire neorromántico, atmósferas meditativas subyugantes que desprenden un aroma profundo, espiritual, metafísico incluso: “La contemplación del fuego está en los orígenes del pensamiento. Frotar dos trozos de un mismo poema/ o de poemas varios y prender la llama…/ Amar es iluminar con una luz inagotable” (pág. 133). El autor coruñés domina los secretos de la poesía en su estado incandescente, fusionando con tacto las huellas del silencio y el paso del tiempo con el aleteo lumínico de una felicidad que se transmuta en un delicioso gozo juvenil, como, por ejemplo, en el poema titulado “En la fortaleza de San Pedro y San Pablo”, donde, en medio de un halo histórico y artístico, de un delicado vapor monumental, la visión de una chica que se desprende de un jersey impregna los versos de una atmósfera sensual: “La belleza de esta muchacha/ desnudándose/ es una forma enigmática…, un tesoro deseable” (pág. 106). Y después de tres páginas, en otro poema muy distinto, César Antonio Molina, como un mago saca de su honda chistera cristalina un tono a caballo entre el desencanto y el humor: “Las máquinas de aerobic ponen a nuestra disposición,/ y en miniatura, máquinas de guerra medievales” (pág. 109).

Portada del libro "Para el tiempo que reste" de César Antonio Molina

El acierto mayor de este singular poemario es la riqueza estética y formal, además de temática, que el autor va desgranando a lo largo y lo ancho de doscientas y pico páginas en las que armonizan la ternura y el humor, el desencanto y la fe, el amor y el arte, la melancolía fugaz y la ensoñación que, en nuestro interior, producen los viajes a rincones y lugares barnizados por el musgo de un aliento épico que roza lo sagrado. César Antonio Molina es un autor que siempre nos da poemarios magistrales, pero aquí ha conseguido, además, coser palabras, enhebrar versos límpidos, poemas que se abren como delicados templos de maíz, estancias y fragmentos genuinos de una vida que el autor gallego concentra y dosifica dentro de este libro, Para el tiempo que reste, donde el asombro lírico es constante dentro de una boscosa y genuina realidad. 

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