El voluntario que convierte música en compañía
En su jubilación, Juan Gardón, ofrece conciertos en las residencias de mayores

R. V.
Hay quienes, al jubilarse, buscan descansar, viajar o dedicar su tiempo a una afición. Luego está Juan Gardón, que encontró en su guitarra una forma de devolver cariño y respeto a las personas mayores. Desde hace unos meses, este vigués recorre diferentes residencias y centros de día para ofrecer a los usuarios pequeños conciertos que, según él mismo dice, «se han convertido en verdaderas fiestas». Su primera actuación se dio por casualidad: «Una amiga tenía a su madre en una residencia, le propuse ir a cantarle», relata Gardón. La experiencia le produjo tal «ternura» que decidió repetirlo en diferentes centros: el de A Doblada, el de Coia, el de Valladares o Alendia, en Martínez Garrido. A Gardón le gusta hacer las cosas a la antigua: Prefiere presentarse en persona para ofrecerse voluntario. Por ahora, no tiene un calendario establecido, hay semanas que acude dos o tres veces, otras, ninguna.

Juan Gardón tocando en un Cendro de Día / FdV
Durante décadas, Juan Gardón trabajó en el puerto pesquero de Vigo. Nada que ver con los espacios donde ahora actúa, sin embargo, la música siempre estuvo presente en su vida: «Mi padre tuvo una banda con sus hermanos, yo mismo me compré una guitarra de joven y nunca la solté». Desde que se jubiló, antes de verano, dedica su tiempo a tocar el instrumento y preparar los conciertos que lleva a los centros de día. El repertorio es variado, empieza con canciones populares como A Rianxeira o Maruxiña, luego pasa a los boleros. «El otro día una mujer dijo: Queremos algo más divertido», confiesa Gardón entre risas. «Acabé poniéndoles canciones mexicanas, que les gustan mucho», aclara. Sin embargo, confiesa que no suelen pedirle ninguna pieza en concreto, se adaptan a su selección. En cada actuación surgen momentos inesperados. Hace apenas una semana se encontró con un hombre que había cantado en la Sinfónica de Vigo, «Se sabía todas las canciones», exclama. Sus conciertos duran alrededor de una hora. «No tengo repertorio para más, pero da de sobra», dice. Lo importante, insiste, no es la cantidad de temas sino el ambiente que se crea. «Les hago cantar, algunas se emocionan tanto que se pican entre ellas», asegura.
En cada visita la emoción se mezcla con el humor. «Me considero muy payaso», declara. Para él, cada momento es bueno para intentar hacer reír, «tengo la costumbre de hacerles alguna broma al final». Gardón recuerda especialmente el día que, tras un concierto, un hombre se le acercó a agradecerle su labor, «fue tan sincero que me emocionó». También vive momentos más duros. «A veces ves la gente que está muy apagada, apenas reacciona y te das cuenta de lo olvidada, entre comillas, que está nuestra gente mayor», reflexiona. Son los contrastes, la alegría de un coro improvisado o el silencio de quien ya no tiene fuerzas para cantar, los que lo impulsan a seguir con el voluntariado a pesar de no contar con apoyos institucionales. «Lo hago por respeto, por lo que me enseñaron en casa», admite. En el fondo, siente que es su forma de devolver el «cariño» que ha recibido lo largo de su vida.
A veces ves la gente que está muy apagada, apenas reacciona y te das cuenta de lo olvidada, entre comillas, que está nuestra gente mayor
Una canción para su madre
Gran parte de su motivación viene por su historia familiar. «Siempre tuve mucha relación con mi madre». Cuando falleció, Gardón escribió una canción que nunca llegó a mostrar. De alguna forma, cantar en los centros de día es su manera de rendirle homenaje, así lo siente él. Quizás por eso, cuando toca para los mayores no lo hace solo como músico, procura ser compañía. «A veces una canción les devuelve recuerdos de toda una vida», confiesa que eso e parece «precioso». Sus actuaciones no necesitan luces ni escenarios, solo un pequeño altavoz, la guitarra y la energía que se contagia entre los acordes. «Yo monto todo, me presento y empiezo. Les animo a cantar»A menudo lo acompaña a montar y transportar todo, Miguel, uno de sus amigos.
Para los mayores, sus visitas son un regalo, para él, una forma de mantenerse activo. Cada vez que entra en una residencia con su guitarra, lo hace sin grandes pretensiones, pero lo que ocurre después siempre lo supera. «Solo con ver sus miradas ya se compensa todo», asegura. «Cuando empiezan a cantar, se transforman., les cambia la cara, se ríen y se pican entre ellos». Entre aplausos y rancheras, Gardón ha encontrado en la jubilación una nueva vocación: Regalar compañía a través de la música.
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