La confesión del acusado del crimen de Coia a los policías: «Temí por mi vida y por la de mi madre»
Maneiro culpó primero a un joven «con chándal», pero tras su arresto admitió que mató a la víctima porque se presentó con un machete y una barra de acero, armas halladas en el lugar

El acusado por el crimen de Coia, José Luis M.C., en la segunda jornada del juicio. / Pedro Mina
Faltaban pocos minutos para las 22.50 horas del sábado 6 de abril de 2024 cuando la sala CIMACC-091 de la comisaría de Vigo alertó a sus patrullas de que en la rúa de Abaixo, en pleno barrio de Coia, se habían escuchado disparos y un varón estaba herido en el suelo.
Los primeros policías nacionales que llegaron a esa «estrecha» calle se encontraron a dos mujeres intentando reanimar a la víctima. No fue posible salvarle la vida. Aún no lo sabían, pero a pocos metros, en el interior de la vivienda del número 30, estaba el presunto asesino, que residía allí con su madre. José Luis Maneiro Campos, de 55 años y que desde este lunes se enfrenta al juicio con jurado popular acusado de este crimen, dio primero una versión autoexculpatoria.
Contó que un joven vestido con un «chándal azul» había disparado al hombre que yacía ante su casa, pero los cambios en su versión, su nerviosismo y unas delatadoras salpicaduras de sangre pusieron en alerta a los agentes. Lo custodiaron sin quitarle ojo y, dado que las sospechas eran más que «fundadas», el juez de guardia, que estuvo presente en el lugar aquella larga madrugada, ordenó su detención.
Tras este arresto, este vecino de Coia acabó confesando allí mismo el crimen de forma espontánea: dijo que lo hizo porque temió «por su vida» y por la de su «madre».
La «macrosala» de la Ciudad de la Justicia acogió este martes la segunda sesión del juicio por el conocido como el crimen de Coia, el que le costó la vida a Francisco Javier Balseiros Dapena, que tenía 53 años. La Fiscalía y la acusación particular acusan de asesinato con alevosía –los abogados de la familia del fallecido introducen también una calificación alternativa de homicidio– mientras que la defensa pide la libre absolución por miedo insuperable y legítima defensa.
En pleno rostro
Junto a los agentes de las brigadas de Homicidio y de Policía Científica, hoy comparecieron los de Seguridad Ciudadana que fueron los primeros en llegar al lugar. Sus testimonios fueron muy reveladores de lo sucedido en esas horas de la noche y la madrugada que concluyeron con la detención del hoy acusado.
El escenario del crimen era delatador. Había un «gran charco de sangre» junto a la puerta de la casa de Maneiro y un reguero que indicaba que la víctima había sido «arrastrada», describieron, hasta el punto donde fue hallada. Los intentos de reanimación a Balseiros, que recibió un disparo en pleno rostro, fueron infructuosos. Junto a él había una barra de acero, tenía también una cadena con un candado y a unos metros se encontró un machete.
Los agentes decidieron llamar a la vivienda del acusado. Este salió y dio una versión exculpatoria en la que fue incurriendo en imprecisiones y contradicciones, contaron estos policías. Básicamente, contó que escuchó golpes fuertes en su puerta, que fue a abrir y que vio a una persona [el fallecido] con un machete y a un joven vestido con chándal azul, tras lo cual cerró la puerta y escuchó dos tiros, ahondando en que el chico había huido y señalando sobre la víctima primero que no sabía quién era pero más tarde que sí lo conocía.
El «nerviosismo» del procesado alertó a los efectivos, también el hecho de que tenía sangre en su mano izquierda y que había sangre asimismo en el marco interno de la puerta de su domicilio, algo incompatible con que estuviese cerrada, como él aseguraba, cuando fueron los disparos.
A mayores, alguno de los agentes lo conocía de intervenciones anteriores y sospechaban que tenía una escopeta, por lo que decidieron custodiarlo y, finalmente, ante los fuertes indicios en su contra, el juez de guardia que acudió hasta allí autorizó su detención.
Fue poco después de su arresto, cuando todavía permanecía en su casa, cuando Maneiro decidió confesar de forma espontánea. «Os voy a contar la verdad», dijo a los policías, concretando que la víctima se había presentado en su casa con un machete y una barra de acero –que efectivamente se incautaron en el lugar–. Primero cerró la puerta, dijo, pero después salió con una escopeta e hizo un primer disparo intimidatorio con un cartucho de sal. Como seguía allí, realizó el segundo tiro, el que impactó en la cara de la víctima, porque, aseguró, «temía por mi vida y por la de mi madre».
El arma de fuego estaba escondida en el canapé de la cama de su dormitorio, hasta donde guió a los agentes, que la requisaron.
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