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La misión va por dentro, en Chiclayo o desde Vigo

Guillermo Areán tiene 92 años y en las tres décadas que pasó en Perú fundó Aldeas Infantiles y dio un futuro a cientos de niños. Este domingo es el día del Domund, una cita para poner en valor la labor de misioneros como él.

Guillermo Areán.

Guillermo Areán. / Pedro Mina

Vigo

El sacerdote vigués Guillermo Areán fue toda su vida un misionero. Ahora, a sus 92 años, es el más mayor de la ciudad. Está retirado, pero muy pendiente de lo que ocurre: asegura que dio saltos de alegría cuando nombraron papa a León XIV. Ambos fueron enviados a Chiclayo (Perú) en su juventud. En su caso, al poco de terminar sus estudios en el Seminario, lo llamó un obispo vasco que estaba allí para que fuese a buscar vocaciones entre los jóvenes, que por aquellos años representaban el 50% de la población. No lo dudó. Empaquetó sus cosas y partió con un billete de ida. Pasó casi 30 años en el país andino, pero cuando regresó esperó siempre que lo volviesen a llamar. Y aunque no ocurrió y se quedó en Vigo, sus funciones de misionero continuaron vigentes: trajo a más de doce huérfanos que ahora trabajan y residen en la ciudad.

Este domingo se celebra el Domund. Es un día especial para la iglesia católica, una campaña para ayudar a los misioneros. Hasta 16 colegios envían a sus alumnos a recolectar dinero y, de paso, transmitir el mensaje evangélico. Según las últimas cifras de la Diócesis Tui-Vigo, los vigueses ya no muestran tanta simpatía a la hora de introducir dinero en las famosas uchas. La pasada campaña la diócesis recaudó más de 77 mil euros, 12.000 menos que el año anterior y casi 20 mil menos que tres campañas atrás. La disminución del interés va parejo a la falta de vocaciones, que Areán cree que se debe a un problema educativo, de ausencia de profesionales.

En su caso, conocer de adolescente a otro misionero fue lo que le cambió la vida. «Estaba en el colegio Apóstol y de repente vi llegar por el pasillo a un hombre de barba blanca, que había estado más de 40 años en Shangai. Solo con que lo dijese conecté. Era lo que quería», cuenta. «Al poco conocí a un chico con el que competía en fútbol. Su amabilidad me llamó la atención y le pregunté donde estudiaba. Me habló del Seminario. Y al poco entré yo», añade. Era el año 49.

Al terminar los estudios lo denominaron presidente de la academia de misioneros y, precisamente por eso, llamó la atención de un obispo que estaba en Perú.

Allí logró su cometido: hallar vocaciones sacerdotales. Logró un grupo de doce jóvenes que después envió a Lima para que continuasen su formación.

También fue quien fundó en el país Aldeas Infantiles. Cuenta que el Partido Comunista andino o, si se prefiere, el grupo terrorista Sendero Luminoso, dejó huérfanos a muchos niños. «Sus familias daban de comer de forma discreta a militares que estaban pasando hambre. Por ayudar, las mataban», recuerda.

Darles un hogar era una emergencia y a Areán le interesaba hacerlo al estilo de Hermann Gmeiner, el austríaco que diseñó el modelo de acogida. Eligió personalmente a una serie de mujeres que hicieron de «madres» de los huérfanos y les dio una oportunidad.

Envuelta en periódicos

Una de las niñas que se quedó sin padres apareció en la puerta de Aldeas Infantiles con tan solo unos días de vida, envuelta en papeles de periódico. La recogieron. Hoy tiene 38 años y reside en Vigo. Su caso es parecido al de otras doce personas, que el misionero fue trayendo ya desde Vigo, ante la falta de oportunidades que tenían allí. El tuvo que abandonar, pero sus labores continuaron.

Sobre su periplo y su función sacerdotal presenta un libro esta tarde a las 20.00 horas, en la biblioteca Eijo Garay de la parroquia de Nuestra Señora de la Soledad.

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