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Nueva vida después de enviudar

Muchas personas encuentran en las actividades culturales, físicas y sociales una vía para afrontar el duelo de perder a su pareja. Nieves, Maricarmen y Margarita son un ejemplo de ello. Las Clases de pandereta, viajes, canto o yoga forman parte de una rutina que les da energía, compañía y sentido.

Maricarmen Mato (la primera a la derecha del árbol) con sus compañeras de pandereta.

Maricarmen Mato (la primera a la derecha del árbol) con sus compañeras de pandereta. / FdV

Vigo

Cuando Nieves Olivera enviudó tenía claro que no quería quedarse encerrada en casa. Necesitaba salir, despejar la mente y socializar. Su hermana, que también había perdido a su pareja poco tiempo antes, rara vez se sumaba a los planes. Nieves se dijo a sí misma que «non faría o mesmo». Han pasado más de dos años desde que falleció su compañero de vida. En ese tiempo, se ha anotado a diferentes actividades como pandereta, canto o taichi. Aunque su dolor no desaparece, mantenerse activa le ayuda a evadirse: «É unha maneira de estar coa xente, non pensar sempre no mesmo».

Nieves Olivera (dcha.) junto a sus amigas.  |  FdV.

Nieves Olivera (dcha.) junto a sus amigas. | FdV.

Maricarmen Mato se hizo la misma promesa y hoy reconoce que su vida ha cambiado. «El otro día me dijeron: No pareces la misma», recuerda. Ella coincide con esa impresión: «Estaba muy nerviosa, al estar sola en casa es diferente». Cuando su marido falleció, su hijo le llevó un papel de las actividades que ofrecía la Asociación de Vecinos de la Miñoca para que probase alguna. Ahora, además de ir al gimnasio, Maricarmen acude a clases de pandereta, canto tradicional y ganchillo. Su vida social no se queda ahí, en estos años ha viajado a París, Croacia o Londres, actualmente tiene una excursión planeada para Azores. «Lo más difícil es hacer el primero, luego ya coges confianza con las otras personas», asegura la mujer. Gracias a ellos ha hecho muchos amigos, incluso su nieta se sorprende cada vez que sale a pasear con ella: «Tiene más vida social que yo», exclama.

Margarita Fernández perdió a su pareja en 2016, hace 9 años, desde entonces no ha pasado ni un día que no lo recuerde. « Ya lo había perdido en 2008, antes éramos solo él y yo, pero el Parkinson se metió en medio y nos separó», relata la mujer de 81 años. En la lucha contra la enfermedad, Margarita cuenta que a penas tenía vida social. Él falleció un viernes, el martes siguiente ya se había anotado a yoga para ocupar su mente. «En este tiempo he aprendido mucho sobre mí misma», admite. Ha probado diferentes actividades hasta escoger las que ahora conforman su rutina. Club de lectura, clases de arte y clases de memoria. «Cada una me aporta algo nuevo». Estaba anotada a tertulia y coral, pero sentía que el tiempo no le llegaba para hacer todo lo que quería. Sus amigas siempre que la ven le dicen: «No paras de correr», a Margarita le gusta esa sensación y no quiere dejar de hacerlo. Su compromiso con el aprendizaje y la participación activa en distintas actividades es un claro reflejo de cómo ha sabido adaptarse a esta nueva etapa. Mantener la mente ágil y socializar con personas que comparten intereses es fundamental para ella. Las clases y grupos le ofrecen estímulos, compañía y una manera de enfrentar la soledad .

Para estas mujeres, la reconstrucción de su vida pasa por crear una rutina que combine cuidado personal, actividades físicas y sociales, y la cercanía con la familia. Maricarmen relata su día a día: «Me levanto temprano, voy al gimnasio, luego preparo la comida y por la tarde participo en alguna actividad o visito a mis hijos y nietos. Trato de adaptarme a ellos porque no pueden adaptarse a mí» . Ese equilibrio entre independencia y conexión familiar parece ser uno de sus pilares para sobrellevar el duelo.

En su camino, las asociaciones vecinales y centros culturales han jugado un papel crucial, ofreciendo un abanico amplio de opciones para que cada persona pueda encontrar lo que más le gusta o le ayuda. Pilates, baile, teatro o actividades manuales conforman una oferta variada que facilita la integración y la participación.

La experiencia compartida de estas mujeres pone de manifiesto que, aunque la pérdida es una realidad dolorosa y constante, la participación activa en la vida comunitaria puede aliviar la soledad, fomentar la autoestima y generar nuevos lazos afectivos.

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