«No solo me arrancaron la pierna, me arrancaron la vida»
La mujer a la que realizaron una amputación por una mala praxis médica en el Hospital Povisa relata las limitaciones que sufre en su día a día

Pilar Cabrero sufrió la amputación de la pierna izquierda por una mala praxis asistencial en Vigo. / Cedida

«No me arrancaron la pierna, me arrancaron la vida». Pilar Cabrero Antón es la mujer a la que tuvieron que amputar la extremidad inferior izquierda debido a la práctica, en el Hospital Povisa, de una tromboembolectomía, una técnica quirúrgica que estaba «contraindicada» para su caso. Natural de Burgos y en la actualidad de 55 años, cuando ocurrió todo, en 2019, llevaba una década viviendo en el área de Vigo, en O Morrazo, donde ejercía la reflexología y donde confiesa que era «feliz». Debido a la amputación y a la incapacidad absoluta que se le acabó reconociendo volvió a su lugar natal, donde está su familia. Un juzgado de lo Contencioso-Administrativo de Santiago de Compostela acaba de condenar al Sergas a indemnizar a esta mujer con 90.000 euros, si bien ella, que reclamaba 338.000, recurrirá en apelación para luchar por una compensación mayor.
Pilar sufría una cardiopatía que había cursado en 2018 con un infarto de miocardio. «Yo fumaba, es cierto, pero en mi caso hay una clara cuestión genética, en mi familia hay antecedentes, porque también lo sufrieron mi padre, mi madre y un hermano», cuenta. Antes de que el 17 de septiembre de 2019 ingresase de urgencias en Povisa derivada por su médico de cabecera asegura que llevaba tiempo avisando a los médicos que algo iba mal: «Notaba que las pulsaciones eran demasiado altas, me dolía el pie y apenas podía andar. Pero no me escuchaban, no me hacían caso».
Dedos «dormidos y negros»
Tras ser hospitalizada, se le practicó una tromboembolectomía transfemoral izquierda, una intervención que ahora la Justicia ha determinado que no era la indicada y que fue la causa de la posterior amputación. Dado que no mejoraba, fue reintervenida y en octubre de aquel 2019 le dieron el alta: «Pero aquello no iba bien. Cada vez que ponía el pie en el suelo sufría unos dolores increíbles. Notaba los dedos dormidos y se acabaron poniendo negros». Tuvo que volver a Povisa y ya no le pudieron salvar la pierna. Primero se la amputaron por debajo de la rodilla, pero no fue suficiente. «Yo me encontraba muy mal, sentía que me moría. Y la pierna iba a peor, la gangrena seguía ahí», describe. Ante esta situación no quedó más remedio que hacer, finalmente, una extirpación más radical de dicha extremidad.
Con esa pierna amputada, la vida le cambió totalmente. Se tuvo que volver a su Burgos natal, donde sigue en la actualidad. Sufre el síndrome del miembro fantasma –siente dolor como si la extremidad extirpada siguiese ahí– y no se acostumbró a la prótesis, con el hándicap además de que tanto «cargar» en la pierna sana le causó una deformación, así que se mueve en una silla de ruedas eléctrica. Vive sola con una pensión de 874 euros y su familia le ayuda en lo que puede. Su hijo vive en Argentina: «Mi pena es que nunca podré ir allí, no puedo volar, sigo teniendo trombos».
Vivir así «es muy complejo». Ir al médico o a hacer cualquier recado es una odisea. Sale de casa lo mínimo posible porque, además, nota que la gente «en general» es «poco empática». Ahora luchará en la segunda instancia judicial por una indemnización mayor para tener una «vida digna».
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