Dos décadas de un «nuevo Vigo» | La evolución de Navia
El barrio más joven se hace mayor: de páramo a una «miniciudad»
Vigo ya no se entendería sin el barrio de Navia, en donde residen más de 13.000 personas pero que, en el cambio de siglo, no era más que una gran superficie de terreno que en nada se parece a lo que es ahora. Concebido a finales de los 90, no fue hasta el verano de 2005 cuando empezaron a llegar las primeras personas a vivir allí. En apenas dos décadas, esta zona supera ya en habitantes a la gran mayoría de concellos gallegos y afronta una nueva expansión hacia San Paio de Navia, por lo que es imposible adivinar cuál puede ser su techo poblacional. La evolución meteórica tiene, con todo, sus luces y sus sombras.

Pedro Fernández
Una mezcla de excitación, ilusión, nervios y miedo a lo desconocido. Así vivían seis familias hace justo 20 años la entrega de las primeras escrituras de los primeros bloques de viviendas listos para entrar a vivir en la rúa Teixugueiras, en el denominado PAU (Polígono de Actuación Urbanística) de Navia, un ámbito de más de 728.000 metros cuadrados que en dos décadas ha pasado de ser un páramo a convertirse en un espacio que respira vida por los cuatro costados y cuyos límites todavía están por descubrir, al seguir en marcha varias obras para «fichar» nuevos vecinos.
Una idiosincrasia propia es de la que puede presumir el «nuevo Navia», una «miniciudad» que roza los 13.500 vecinos empadronados, con una edad media de 37 años (diez menos que la del conjunto del municipio) que supone que siete de cada diez residentes estén en edad de trabajar y donde la población de origen extranjero representa el 1,5 % del total, cuando en todo Vigo este indicador es ya del 7%. Como anécdota, hay más gente viviendo en Navia que en más del 85% de concellos de Galicia.
«La realidad fue desbordando todas las previsiones», resume la presidenta de la asociación de vecinos Novo Vigo, Ana Martínez, que explica que el nombre escogido no es casualidad: «Barajamos ponerle Teixugueiras u otro topónimo de la zona, pero cuando los amigos o la familia venían a visitarnos nos decían que esto era otro Vigo, así que le quedó el nombre a la asociación».
La colonización de todo ese terreno no estuvo exenta de dificultades en los primeros años. Deficiencias en muchos de los edificios construidos y en la urbanización de la zona o una cartera de servicios paupérrima han dado paso a todo lo contrario. «No había nada, solo un 24 horas creo. Ahora tenemos de todo y podemos no salir de allí salvo a compras puntuales», añade Ana Martínez, que cita los supermercados, negocios de hostelería, farmacias, colegios, centro de salud, instalaciones deportivas. «Excepto el instituto que llevamos tantos años reclamando, hay de todo», afirma la líder vecinal.
Varias cosas han cambiado mucho en estas dos décadas, otras no tanto. El gran hándicap es, sin duda, la accesibilidad y la movilidad, tanto a pie como motorizada. Rodeada de carreteras de cuatro carriles por prácticamente todos los lados, desplazarse a pie a Coia, Alcabre o Balaídos supone, en muchos casos, exponerse a un atropello. Salir en coche de la zona implica también en horas punta grandes retenciones y, dentro del barrio, hay un serio problema con el aparcamiento, al no haberse contemplado ningún estacionamiento más allá de garajes y unas plazas en superficie que son claramente insuficientes.
«Hay gente que no puede más, incluso de noche hay ruido porque es la vía de Citröen a Bouzas. No se entiende que no hubiese un soterramiento, pantallas»
«Por las mañanas y a mediodía es una caravana constante, es tremendo y una locura», señala Ana Martínez, lamentando que la construcción del segundo cinturón de Vigo no explorase alternativas para otros problemas que sufren muchos vecinos como es el intenso ruido de coches y camiones. «Hay gente que no puede más, incluso de noche hay ruido porque es la vía de Citröen a Bouzas. No se entiende que no hubiese un soterramiento, pantallas», lamenta.
El desembarco masivo de gente supuso también un cambio radical para los «verdaderos» vecinos de San Paio de Navia, la parroquia de toda la vida, con casas unifamiliares y nada de grandes edificios. «Nadie sabía casi donde estábamos, pasamos de ser un pueblo, trabajando la mayoría en la agricultura y en el campo a tener a mano cualquier servicio», señala la presidenta de la asociación vecinal Emilio Crespo, Conchi Abreu.
«Nadie sabía casi donde estábamos, pasamos de ser un pueblo, trabajando la mayoría en la agricultura y en el campo a tener a mano cualquier servicio»
De la tranquilidad han pasado al bullicio y a sufrir problemas como el recorte de zonas verdes y problemas en manantiales y pozos de agua. «A veces tengo problemas para acceder a mi casa, las áreas con arboleda han disminuido, la luminosidad también», señala Abreu, que destaca por otro lado que la convivencia entre ambas partes del barrio es perfecta, coincidiendo con ella Ana Martínez.
«Las reivindicaciones de unos y otros son totalmente diferentes, pero nos complementamos, incluso algunos dijeron que fuésemos la misma asociación pero no tenía sentido», señala la presidenta de Novo Vigo.
Esa conciencia de barrio que tienen en San Paio de Navia se está trabajando en la zona más moderna, ya que la gran mayoría de los vecinos tienen sus raíces en otras parroquias de Vigo. Poco a poco, parece que va calando. «No somos un barrio conformista por la edad, y creo que sí se consiguió sentimiento de pertenencia pero sigue costando. Culturalmente lo estamos intentando pero aún falta», apunta Ana Martínez.
¿Y ahora qué?
Los dos barrios viven ahora entre el escepticismo y la esperanza la nueva fase de ampliación que se está preparando, con un ámbito nuevo ya urbanizado y con edificios de viviendas en construcción, obras a las que se sumarán otras en los próximos meses. Los nuevos viales, aceras y carril bici ya terminados no están todavía en uso, pero muchos confían en que sirva como canalizador del tráfico hacia la avenida de Europa y descongestione la salida por Ricardo Mella.
«Tenemos bastante temor, que haya más riesgo de accidentes porque ahora ya se complica bastante caminar y circular con muchos coches en el arcén, tampoco queremos que nos quiten la carballeira que tanta vida nos da. Aquí somos casi el último lugar de la Galia», dicen desde San Paio de Navia.
«Tenemos bastante temor, que haya más riesgo de accidentes porque ahora ya se complica bastante caminar y circular con muchos coches en el arcén»
Al otro lado, esperan que no se repitan los errores cometidos en la primera urbanización realizada a principios de siglo. «Esperemos que la ampliación que están llevando a cabo sea positiva pero para eso tiene que ir acompañada de servicios acordes a la población que va haber», solicitan desde Novo Vigo.
Como en todos los aspectos de la vida, aprender de la historia serviría para sentar las bases de una expansión lógica y que mejore la calidad de vida. Las miles de personas que han dado vida a Navia son el ejemplo perfecto de cómo crear de la nada una «miniciudad» que llega a su 20 aniversario. el barrio más joven de Vigo se hace mayor y ya se intuyen ramificaciones.
Una de las primera vecinas: «Al principio solo veníamos a comer y dormir porque no había nada»

Fátima Ubeira, en el gran parque junto a Teixugueiras. / Pablo H. Gamarra
En 2003 y con 27 años de edad, Fátima Ubeira y su pareja compraban sobre plano un piso en el número 14 de la rúa Teixugueiras, al que se mudarían dos años después convirtiéndose en dos de los primeros moradores de un barrio que ha crecido a una velocidad de vértigo en apenas 20 años.
«Realmente, había muy pocos vecinos y pocos edificios, era casi como un desierto, salíamos a trabajar y solo veníamos a comer y dormir porque no había nada», explica Fátima 20 años después sobre cómo fueron sus primeros meses en el barrio 20 años. Lo hace desde el parque Nelson Mandela con una ristra de edificios a su espalda y un barrio lleno de vida.«Cambió todo bastante rápido, en seguida abrieron locales y ahora se puede hacer vida sin salir de aquí, tenemos muchos servicios y pasamos prácticamente toda la semana sin salir del barrio», destaca esta vecina de Navia, que trabaja a escasos metros de su domicilio como profesora.
«Esperaba 20 años después algo diferente»
Oriunda de Alcabre, vio en el nuevo Navia la oportunidad de seguir cerca de su familia junto a su ahora marido, nacido en Coia. «Elegimos la zona por cercanía y nos gusta, pero sí es cierto que esperaba 20 años después algo diferente», explica. Lamenta Fátima Ubeira lo que considera un escaso mantenimiento de zonas «muy aprovechables» como el gran parque Nelson Mandela, cuya extensión solo supera Castrelos, así como las calidades de los edificios, «ya que los proyectos fueron modificándose respecto a las previsiones iniciales».
En el apartado positivo, tras haber aumentado la familia con dos hijos, Fátima hace hincapié en el excelente ambiente de la zona para criar a los menores. «Al principio, los parques eran incluso muy pequeños para la cantidad de familias que había, esto ha cambiado y es muy agradable salir con ellos, porque además vivimos en una zona muy segura», destaca esta vecina, que censura la falta de un instituto que no termina de convertirse en realidad: «Llega tarde, ahora la tasa de natalidad es ya más baja y han sido muchos los adolescentes que han tenido que irse hasta Valadares, con una línea de autobús con muy pocas frecuencias».
Otros tienen que cruzar hasta Coia y ahí radica otra de las sombras de Navia, la accesibilidad peatonal. «Hay mucha tarea pendiente, quizá haber quedado encapsulados nos ha limitado, ir a pie a Coia es bastante peligroso, nunca se llegó a hacer el paso subterráneo proyectado», expone Fátima, criticando también los embotellamientos en horas punta por la falta de alternativas para salir del barrio.Confía en que la futura ampliación mejore estos apartados, pero eso no evita que la experiencia haya sido positiva: «Sí estoy contenta».
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