Entrevista | Augusto Rodríguez Fotógrafo

«Un baobab no se mira: se contempla. Y tal vez, se sueña»

Lo conocimos hace años, a la vuelta de uno de sus viajes por África, cargado con unos retratos tribales tan hermosos que le convencimos para que lo hiciera pero con ejemplares de nuestra tribu olívica. Cada sábado, Augusto Rodríguez consigue con sus Retratos augustos en la sección local Mira Vigo de FARO ser objeto de persecución.

Augusto Rodríguez, ante el fondo fotográfico que usaba el mismísimo Irving Penn.

Augusto Rodríguez, ante el fondo fotográfico que usaba el mismísimo Irving Penn.

Fernando Franco

Fernando Franco

Del 1 al 31 de julio, las antiguas Galerías Durán se transforman en espacio artístico vivo con Art Vigo, la nueva feria de arte contemporáneo impulsada por Espacio Beny. Una cita que reúne a más de 40 artistas en un formato distinto: sin pasillos ni stands, sino con salas convertidas en pequeños universos donde el arte se puede vivir. El fotógrafo Augusto Rodríguez presenta dos series y comparte sala con el artista figurativo Colin Baldwin. Ambos estarán en el local 6, donde han concebido una propuesta expositiva conjunta que pone en diálogo sus lenguajes visuales.

—Participa en Art Vigo con una propuesta muy personal. ¿Qué veremos en su sala?

—Presento dos cuerpos de trabajo muy distintos, pero que dialogan entre sí. Por un lado, una serie sobre los baobabs africanos, que fotografié a lo largo del valle del Rift. No los trato como árboles, sino como entidades casi míticas. En muchas culturas africanas son considerados sagrados: a sus pies se hacen ofrendas, se entierran jefes tribales, se celebran rituales. Mi aproximación es casi ritual también: no intento explicarlos, solo estar cerca de su misterio. Son fotografías silenciosas, contemplativas. Para mí, un baobab no se mira: se contempla. Y tal vez, se sueña.

—Y la otra serie tiene que ver con pintura barroca...

—Sí, La lectora y otra pieza que forman parte de mi investigación actual. Es una reinterpretación fotográfica de la pintura del Siglo de Oro neerlandés, en concreto del barroco holandés. Me interesa su tratamiento de la luz, su intimidad, esa escena doméstica burguesa tan meticulosa. Pero no se trata de copiar: lo que hago es actualizar esos códigos visuales con elementos contemporáneos. Es un homenaje, pero también una reformulación. Me gusta pensar que es una conversación entre dos siglos: el XVII y el XXI.

—¿Cómo encajan estas dos líneas tan distintas en una misma exposición?

—Ambas comparten una mirada contenida, casi meditativa. Ya sea el tronco de un baobab o una figura en penumbra leyendo junto a una ventana, en ambas hay silencio. Creo que hay belleza en la quietud, en lo que no se grita.

—Comparte sala con el artista Colin Baldwin. ¿Cómo ha sido esa colaboración?

—Muy enriquecedora. Aunque nuestros lenguajes son diferentes, trabajamos juntos para que nuestras obras encajaran en una línea expositiva común. Lo llamamos una convivencia plástica: dos propuestas que no se interrumpen, sino que se complementan. Colin presenta su serie Línea Bruta, un trabajo gráfico que actúa casi como un cardiograma emocional: tenso, vibrante, visceral. Si mis imágenes invitan a la contemplación, las suyas apelan al pulso contemporáneo, a la energía fragmentada del presente. Ese contraste genera un equilibrio muy interesante.

—¿Qué significa para usted formar parte de Art Vigo?

—Me parece una iniciativa necesaria y valiente. No es una feria tradicional, no busca solo vender obras, sino abrir una experiencia. Recuperar espacios como las Galerías Durán y llenarlos de vida artística tiene un valor simbólico muy potente. Además, se ha hecho con mucho cuidado y con respeto a los artistas y al público. Es una invitación a mirar con ojos nuevos. Y también a recordar que el arte no está hecho solo para ser admirado: está hecho para ser vivido.

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