TALENTO MIGRANTE

La búlgara Lidiya cumple en Vigo su sueño de ser sastra: «En casa me decían que estudiara otra cosa»

De sus inicios como costurera en Jaskovo a vestir a una novia de Chanel en París o elaborar un traje con telas valoradas en 22.000 euros el metro. La búlgara Lidiya Nedyalkova dejó su país para empezar de cero y hoy, tras dos décadas, es de las pocas sastras que hay en Vigo: «Este oficio es arte más que artesanal».

Lidiya Nedyalkova, sastra búlgara, dando forma a uno de los trajes que confecciona en su pequeño obrador de Vigo.

Lidiya Nedyalkova, sastra búlgara, dando forma a uno de los trajes que confecciona en su pequeño obrador de Vigo. / José Lores

Vigo

Una máquina veterana de la icónica Jack descansa sobre la mesa de Lidiya Nedyalkova en su pequeño despacho de Vigo. Duerme entre alfileres, tijeras y dedales. Y arranca cuando el flexo que cuelga encima de ella chisporrotea, mientras su conductora pisa el pedal y empieza a acelerar. La aguja baja de golpe y perfora la tela sin cesar —alzándose y volviendo a dejarse caer—, y el tejido baila con el empuje del mecanismo de arrastre, que lo desplaza con precisión bajo el pie de rodillo. Cada puntada es exacta: el hilo se tensa y se acomoda a lo largo de la costura. Et voilá, eso sí, tras días de intenso trabajo. Otro traje ha llegado al mundo.

El oficio de la sastrería «es arte más que artesanal» para esta búlgara. Porque consiste en dar vida a nuevas prendas, vestimentas que imaginan sus clientes y ella se encarga de hacer realidad. Aun así, no deja de ser una profesión que se está perdiendo, devorada por la falta de relevo que carcome a tantos otros sectores tradicionales y que perdura, por ahora, por el talento migrante. «En casa me decían que hiciera una carrera diferente, que estudiara otra cosa, pero a mí siempre me llamó esto», recuerda. Y no dudó en lanzarse.

Lo hizo en su natal Jaskovo, en la franja sur del país que preside Rumen Radev. Desde muy joven se interesó por el mundo de la moda y la confección, y fruto de esa pasión estudió costura con 18 años. Tras ello llegó un arranque laboral difícil planchando y empaquetando ropa, para después, ya manos a la obra, empezar a hacer sus primeras chaquetas de cuero. «Poco a poco me formé», admite. Y le gustaba. Pero no pasó mucho tiempo hasta que cumplió los 22, en 2004, y se vio obligada a venir a España con su hijo de cuatro para separarse de su pareja. Sus padres ya vivían aquí —habían arribado antes por trabajo—, y junto a ambos comenzó de cero. Como bien pudo.

Una segunda vida marcada por el sacrificio, con su primera etapa multiplicando las horas del día para ejercer de camarera mientras aprendía el idioma —a leer y escribir—, hacía de madre y trataba de no perder el contacto con su oficio. Cosía por las noches, en los huecos que le dejaba el turno del bar. Y con lo que ganaba fue vistiendo su humilde obrador, haciéndole un traje a medida con las herramientas necesarias para echarlo a rodar.

Hoy, además de su primera Jack, cuenta con otras dos máquinas de coser que funcionan a todo gas. Una nube de encargos, sobre todo de hombre pero también de mujeres, rezuma impaciente en el taller, que Nedyalkova retomó como autónoma de forma profesional en 2012, tras casi una década alejada de las costuras, y que le permitió especializarse en la sastrería mediante la colaboración con distintos negocios de la ciudad como Iván Cross, referente en la moda masculina y gestionado por Iván Iglesias, presidente de la Federación de Comercio de Pontevedra. «Encontrar perfiles como Lidiya con los que poder trabajar es cada vez más complicado», dice. Y es que el gremio se deshace ante una sangría que no para de brotar.

Con todo, lo cierto es que no encontrarse competencia ha sido, para esta sastra, «una oportunidad de conocer cómo es este trabajo artesanal, que es un arte». Oportunidades como las que se le abrieron entremedias en Vigo, como cuando una directiva de Chanel le encargó un vestido de novia que debía estar listo en 20 días y viajó desde París para probárselo.

«Aunque tenía mucho miedo, me agarré y tiré para adelante», asegura. Y quedó tan bien que la acabaron invitando a la boda. Otro proyecto, en este caso un traje para un importante empresario de la conserva gallega, deja como anécdota el tejido de mayor valor que han pasado por sus manos: «Una tela valorada en 22.000 euros el metro. Una lana de ovejas criadas en condiciones especiales». 

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