Cuatro escritoras únicas a través de sus casas
Woolf, Ajmátova, Blixen y Pardo Bazán encontraron su «cuarto propio», no sin esfuerzo, en un cottage inglés, una vivienda comunal soviética, una granja danesa y un pazo gallego. En «El último refugio» (Ediciones Menguantes), Isabel Parreño recorre sus apasionantes vidas a través de los espacios tan distintos que ellas habitaron
Isabel Parreño, autora de 'El último refugio'. / Jose Lores
En la Casa de Fontanka, una antiguo palacio de San Petersburgo reconvertido en vivienda comunal, se conserva el cenicero en el que Anna Ajmátova, la poeta prohibida y perseguida por el régimen de Stalin, quemaba sus versos en cuanto su amiga, la editora Lidia Chukóvskaia, los memorizaba mientras la visitaba para esquivar los micrófonos y los registros y reproducirlos después en su casa. «Mantuvo una increíble voluntad de escribir a pesar de los pesares y cuando te encuentras ese cenicero allí te recorre un escalofrío, te dan ganas de llorar», recuerda Isabel Parreño sobre una de las cuatro viviendas que recorre y describe en su libro para que el lector comparta idénticas emociones y descubra la vida de cuatro mujeres que, además de brillar como autoras, tuvieron unas vidas únicas.
«Sus casas son muy diferentes, pero las cuatro comparten su firme vocación por dedicarse a la literatura, la oposición a las normas sociales y una voluntad de independencia. Todas cuentan ya con biografías maravillosas y muy exhaustivas, pero yo quería hacer un acercamiento casi de lectora, de apasionada, y que el espacio mandara. Es el que va marcando la estructura del libro para hablar de su obra pero también de la mujer que vivía ahí. Son historias fascinantes», subraya.
La casa de Fontanka de Anna Ajmátova. / .
Para facilitar este viaje al lector, la obra incluye planos de las viviendas y fotografías tomadas por la propia autora o facilitadas desde las respectivas casas museo: «Ha habido una labor intensa y maravillosa con los editores para enriquecer el libro y que resulte agradable y muy ameno».
Así que «El último refugio» arranca en Monk’s House, la casa de madera en Sussex que Virginia Woolf y su marido Leonard adquirieron «en un estado lamentable» y fueron reformando gracias a los derechos de sus libros. «Es muy gracioso cómo en una carta que escribe a Sackville le dice que gracias a los Dalloway ya tienen váter», recuerda Parreño, que se llevó una sorpresa durante su visita.
La Monk's House de Virgina Woolf. / .
«Ella se construyó un cuarto propio, una habitación pegada a la casa pero independiente. Sin embargo, al final, allí no se encontraba bien porque llegaba mucho ruido y se fue a la casita del jardín en la que guardaban las herramientas y las hamacas. Y ese fue realmente su cuarto propio, un lugar desordenado pero donde había silencio y no la molestaban», relata.
Ajmátova vivió durante más de veinte años en una de las habitaciones de Casa Fontanka, donde permanecía vigilada en una época muy convulsa que incluyó guerras, evacuaciones y saqueos: «La cocina y el baño eran comunes y ella tenía una especie de sofá en el que dormía y escribía».
Nada que ver con Rungstedlund, la granja danesa en la que Karen Blixen, la autora de «Memorias de África», alternaba dos habitaciones para escribir según la época del año, una que abría al mar y otra al jardín. Aún así, regresar al lugar donde había nacido no fue fácil para ella.
«Abominaba un poco de su familia pequeñoburguesa y se fue para vivir aventuras románticas y aristocráticas. Y cuando su granja en África fracasa y ella enferma regresa a un sitio que odia. Hay un proceso en ella de aceptación de un lugar, de aceptación de que la familia la mantenga. Y ahí nace la escritora. Me parece muy interesante que allí hubiera dos nacimientos», señala Parreño.
Rungstedlund, la granja danesa de Karen Blixen. / .
Mucho más cerca se encuentra el refugio en el que su «queridísima» Emilia Pardo Bazán se entregaba a la escritura. Tras ser declarado BIC, el Pazo de Meirás puede ser visitado aunque de forma muy restringida. Parreño pudo explorarlo un poco más tras ser invitada por la historiadora Xulia Santiso a colaborar durante una jornada en la catalogación de la biblioteca.
«Por desgracia, allí no queda nada de ella porque fue expoliado. Pero sí permanece la idea, porque Pardo Bazán hizo los planos y la piedra no se la han podido llevar. Me imagino que por su relación con los escritores franceses como Zola o los Goncourt también quiso diseñar su maison de l’artiste. No conozco otro caso de un autor en España que haya querido dejar su legado en piedra. Más que cuarto propio, tenía su torre propia, la de Levante, donde estaba su despacho, su habitación y su estudio. Ella también tuvo que reivindicar su lugar, su espacio propio», destaca.
Pazo de Meirás. / .
Parreño, licenciada en Filología Hispánica y profesora de Literatura en Vigo, ya se aproximó a la figura de la autora gallega en «Miquiño mío», donde recoge sus cartas con Galdós. Y además ha publicado varios libros de viajes.
La idea de «El último refugio» surge precisamente durante sus itinerarios por otros países. «Después de visitar muchas casas de escritores empiezo a darme cuenta de que hay muy pocas dedicadas a mujeres. Ingenuamente, porque es lógico que no se haya tenido en cuenta este legado cuando sus voces se han silenciado a lo largo del tiempo. Y vi la posibilidad de hacer algo sobre las casas de cuatro escritoras que me gustan y que vivieron momentos políticos y sociales muy interesantes entre finales del siglo XIX y principios del XX», explica.
Y a pesar del tiempo transcurrido, todavía muestran algo de quienes las habitaron: «Hoy en día son contenedores de memoria y de su legado, pero poniendo la distancia de la musealización se crea la ilusión de que algo de lo que ellas fueron se refleja ahí. En las casas de Woolf y Blixen, donde ambas vivieron muchos años, se nota que estaban muy vinculadas a ellas. La figura de Ajmátova se recuperó con la Perestroika y en la Casa de Fontanka hay algunos objetos muy esenciales en su vida como el cenicero o la vieja maleta en la que guardaba todos sus poemas que emocionan mucho. Por desgracia, de Pardo Bazán no quedan objetos pero sí la propia obra del Pazo de Meirás».
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