El exilio republicano a través de la vida de Constantino

Dolores Miloro reconstruyó el periplo de su padre, un adolescente que se exilió a Francia en 1939 y vivió las penurias de sus campos de refugiados

La muestra "En nome do pai" reúne las huellas de su historia, pero podría ser la de otros muchos exiliados anónimos

Dolores, en el montaje de la exposición «En nome do pai. Xenealoxía dun éxodo». |  Pablo H. Gamarra

Dolores, en el montaje de la exposición «En nome do pai. Xenealoxía dun éxodo». | Pablo H. Gamarra

Su padre murió cuando ella tenía solo 5 años. El relato que de él conservaba estaba lleno de lagunas y envuelto en cierto aire de misterio. Dolores Miloro sabía que él había tenido otros tres hijos en Francia, fruto de un matrimonio anterior, pero no los habían logrado localizar. Fue uno de ellos el que contactó a raíz de un artículo publicado en FARO DE VIGO sobre la historia de su bisabuelo, que su hermana, Rosario, recogió en una novela. La familia se reencontró y compartiendo sus recuerdos, descubrió que su padre se había exiliado en Francia, en La Retirada de 1939, con solo 17 años. Dolores se enfrascó en una investigación de cuatro años para reconstruir el arduo periplo de su padre. Es la historia de Constantino Miloro Antolino, pero también la de otros muchos exiliados republicanos anónimos. «Los olvidados de los olvidados».

Con la documentación recabada en estas pesquisas, fotografías familiares, testimonios y objetos, inaugura mañana, a las 20 horas, en la asociación A Madriña —Churruca, 20— la exposición «En nome do pai. Xenealoxía dun éxodo».

Durante el exilio español en Francia, los extranjeros eran sometidos a un estricto control burocrático. Casi todos tenían un expediente con la renovación de los diferentes permisos, pero podía engrosarse con informes policiales, sobre todo, si estaban politizados. Si lo habitual es que fueran de 70 páginas, el que Dolores halló sobre su padre en la última localidad francesa en la que residió, Maisons Laffitte es de 120 hojas.

Constantino Miloro era solo un adolescente cuando entró en Francia. Tenía 17 años y lo hizo separado del resto de su familia. Dolores sospecha que fue movilizado en la quinta del biberón. Accedió por el campo de internamiento de Prats de Molló, a 13 kilómetros de la frontera. Al poco, lo enviaron a un psiquiátrico al norte, con un ala para refugiados. Hasta que su padre logró que se reunieron con ellos para trabajar en una granja en Cahors. El dueño no les pagaba, así que se fue.

Constantino Miloro Antolino

Constantino Miloro Antolino / Cedida

Pero los extranjeros no podían circular libremente por Francia sin estar vinculados a un campo. Así que le sancionaron y lo mandaron al de Catus Villary, del que podían salir en grupos para trabajar. Se intentó escapar de allí para ir a una fábrica, lo que le costó que le mandaran a un campo disciplinario. A Vernet de Ariège. «Era muy duro. Había anarquistas, intelectuales, brigadistas internacionales... Gente muy politizada, como los escritores Max Aub o Arthur Koestler», cuenta Dolores. A los dos meses, pidió la repatriación o le obligaron a pedirla.

Primer regreso

Llega a España en 1941. «Se había escapado en 1939 del avance nacional, tenía a toda su familia en Francia... Era sospechoso. Así que lo metieron en un regimiento de fortificación a hacer la mili», relata. Acabó en la División Azul y cumplió los 20 años combatiendo en Rusia. Algunos años después, lo liberaron del ejército y vivió en España. Pero lo que veía no le gustaba y volvió a escapar a Francia en 1947. «Conocía bien los pasos».

A través de sus permisos de trabajo, Dolores le siguió la pista por las numerosas localidades en las trabajó hasta que se asentó en París, donde conoció a su madre —una emigrante económica gallega en los inicios de los 60— y donde nacieron ella y su hermana. Al poco, regresaron a Vigo.

«Sabía que la pobreza te lleva a una vida muy intensa, pero no conocía todo el contexto que le tocó vivir», cuenta y ve muchos paralelismos con el momento actual, con la propaganda que genera miedos hacia el foráneo, turbación y racismo. «Ves las cosas que se decían entonces sobre los emigrantes y su sufrimiento y el de mucha gente hoy y parece que no ha pasado ni un día. El ser humano no aprende». «Hay que ver hacia atrás para no repetir errores», anima.

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