Dos arqueólogas gallegas analizan la evolución de las prácticas funerarias y la influencia del cristianismo
El trabajo de Patricia Valle y Laura Blanco comprende desde el siglo I a.C. al X d.C.

Sepulcros en Goi, en Castroverde (Lugo). / Cedida
Las formas y materiales usados, la orientación, la presencia de ajuares o el cuidado con el que enterraban a los suyos dice mucho de cómo eran nuestros antepasados. Las arqueólogas Patricia Valle y Laura Blanco analizan la evolución de las prácticas funerarias en Galicia en un trabajo que reúne sus respectivas investigaciones y abarca desde el siglo I a.C. hasta el X d.C.
Desde sus tesis, defendidas en las universidades de Vigo y Santiago en 2020 y 2022, respectivamente, ambas se han especializado en este ámbito. Y el «amplio abanico cronológico» que suman sus trabajos les ha permitido detectar cambios y «descentralizar» el papel del cristianismo en los primeros periodos, además de establecer similitudes y diferencias con otras regiones.

Fosas romanas halladas en el solar que hoy ocupa el Pazo da Oliva, en el Casco Vello. / Marta G. Brea
«A menos que sean muy abruptos, como una invasión o una guerra, es muy difícil detectar cambios en cien años. Pero sí en un espectro mayor. Siempre se creyó que la llegada del cristianismo marcaba una diferencia muy grande en los enterramientos. Una ruptura que sí se ve en regiones orientales como Turquía. Pero realmente aquí el impacto no fue tan grande en ese momento, sino muy gradual. La transición comienza a ser visible entre los siglos V y VII», destaca Valle.
«En Galicia, el proceso fue mucho más lento. Aquí, por ejemplo, no se han encontrado catacumbas, que están asociadas a esos primeros cristianos. Y hasta el siglo VIII no podemos ver cementerios completamente cristianizados y, en buena parte de los casos, vinculados a iglesias», añade Blanco.

La investigadora de la UVigo Patricia Valle. / Cedida
La cremación, que en el Mediterráneo se abandona antes, aquí continúa hasta el siglo V, como ocurre en Gran Bretaña. Y es en ese momento también cuando se empiezan a abandonar los ajuares funerarios, que acaban por desaparecer entre el VII y el VIII. «Quizá es que se usaban materiales que se degradan como la madera, pero lo cierto es que ya no aparece nada dentro de las tumbas», señalan.
Las cistas –fosas revestidas de piedra– perviven durante mucho tiempo, aproximadamente hasta el siglo VII, y aparecen nuevos tipos de tumbas como las ánforas, sobre todo, para niños, que se utilizan durante unos doscientos años desde finales del V.

La arqueóloga Laura Blanco, junto al muro de Adriano, en Reino Unido. / Cedida
Las sepulturas con tégulas, que irrumpen a partir del siglo VI, también irán desapareciendo porque se produce una «petrificación» de las formas funerarias y un abandono de los materiales romanos tradicionales. «A partir del siglo VIII, empezamos a tener tumbas excavadas en roca. Hay gran cantidad de este tipo de sepulturas en Galicia», apunta Blanco.
Y se avanza hacia ese cementerio cristiano más estandarizado. Se produce una «descentralización», explican las arqueólogas, y las necrópolis, que se habían reutilizando durante años mientras iban cambiando las formas y prácticas de enterramiento, son sustituidas por otros espacios vinculados a edificios eclesiásticos.
En ese periodo intermedio todavía resulta complejo determinar si los cementerios paganos y cristianos están juntos o separados o qué tumbas pertenecen a quienes mantienen los antiguos cultos. La ausencia de ajuares y de restos óseos , así como las memorias de las excavaciones realizadas antes de la Ley de Patrimonio y de la existencia de protocolos específicos, así como de tecnologías más recientes como los registros 3D, dificultan esta identificación.

Sepulcros en Santo Estevo de Parga, en el municipio lucense de Guitiriz. / Cedida
«Muchas veces nos encontramos problemas a la hora de identificar la secuencia cronológica de los yacimientos y, por ejemplo, poder determinar si es la iglesia la que precede al espacio funerario o al revés. Hay muy pocas excavaciones modernas con buenos registros, pero aún así todas nos dan mucha información», reconocen.
El cristianismo conlleva una homogeneización en la Alta Edad Media aunque ciertas morfologías, a falta de registros materiales que lo confirmen, podrían asociarse a estatus sociales elevados. En cuanto a la época romana, en Galicia no se conserva ningún gran mausoleo, solo posibles restos, como los hallados en otras zonas del Imperio. Y aunque los grandes ajuares se han relacionado tradicionalmente con el mayor nivel económico, a día de hoy esta hipótesis no resulta tan evidente.
«La elección de unos objetos u otros también puede responder a modas o a las diferentes visiones del mundo que había. Incluso el hecho de que aparezcan varias tumbas juntas tampoco tiene que asociarse siempre a familias, podían ser enterramientos gremiales o de comunidades», plantean.
"Retrato social" de cada época
Lo que sí está claro es que las prácticas funerarias constituyen un «retrato social» de cada época: «Una de las cosas más interesantes que nos ofrecen es conocer el cuidado que tenían con sus muertos. Su mentalidad o su economía. Vigo es el único lugar de Galicia en el que se han encontrado ánforas llegadas de fuera, lo que habla de su importancia como centro portuario en época romana».
Por eso, Valle subraya la importancia de las necrópolis viguesas, con la mayor variabilidad de tumbas de Galicia, entre todos los registros de época romana. Y Blanco elige como representativo de la Alta Edad Media el yacimiento rupestre de San Vítor de Barxacova, en Parada de Sil, con 57 tumbas: «Es muy interesante por este número de individuos tan elevado, su relación con un espacio de culto y la existencia de dos zonas diferenciadas que quizá podrían vincularse a distintos grupos sociales».

Patricia Valle, trabajando en el yacimiento de Adro Vello, en O Grove. / Cedida
El trabajo de las dos arqueólogas no solo contribuye a conocer nuestra historia, sino también a darle su lugar en el contexto europeo y mundial. «Somos un poco la esquina olvidada del mundo y nuestra idea es integrar el noroeste en otros estudios más amplios. Somos una zona de paso y comercio, con dinámicas muy interesantes a la hora de entender otros fenómenos más complejos y extensos. Ni Europa ni la Península pueden vivir de espaldas a lo que ocurrió aquí», defienden.
En este sentido, Patricia Valle regresó en 2024 a la UVigo tras estudiar durante dos años en el Instituto Austriaco de Arqueología, en Grecia, los fenómenos funerarios en el Mediterráneo oriental para poder compararlos con los de la otra esquina más alejada del Imperio. Y Laura Blanco, doctora por la USC, investiga desde hace un año en la de Salamanca si hay paralelismos entre las necrópolis del Valle del Duero y las gallegas.
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