Muelle de cruceros, lienzo en blanco

El proyecto de un estudiante de Arquitectura esboza una terminal abierta al público e integrada con las calles de la ciudad y la silueta de los barcos de pasaje

El espacio, que no ha cambiado de concepto desde su inauguración, apunta a una reformulación con la próxima salida de Casa Pepe

Recreación general de la terminal de Trasatlánticos del proyecto Tinglado 3.0, del arquitecto Alberto Martín Carretero.

Recreación general de la terminal de Trasatlánticos del proyecto Tinglado 3.0, del arquitecto Alberto Martín Carretero. / Cedida

Lara Graña

Lara Graña

El Manu era un buque mercante, tipo single decker, construido en el astillero canadiense Tidewater Shipbuilders en el año 1921. Tendría otros nombres −Canadian Fishe, primero, y Marion, después−, pero fue como Manu que pasó a la historia de Vigo y su puerto. Porque, cargado con más de 4.000 toneladas de carbón, fue el primer barco en atracar en el actual muelle de Trasatlánticos. Era el año 1937. La infraestructura había sido ejecutada por la Sociedad General de Obras y Construcciones de Bilbao con un coste de más de nueve millones y medio de pesetas. En la larga vida del Manu, que iría a desguace en 1976, la terminal fue remozada por fases, viendo llegar y partir pasajeros y mercancías. Y, aunque iría ganando espacios para el acceso público, el mamparo visual contra el mar que tenía desplegado entonces impide todavía hoy una integración plena con la ciudad. «¿Cómo puede estar un lugar así cerrado al mar?» Fue la pregunta que empujó a Alberto Martín Carretero, entonces estudiante en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura (ETSAM) de la Universidad Politécnica de Madrid, a repensar y proyectar una nueva ventana al mundo para Vigo: la llamó Tinglado 3.0.

«Nuestro profesor nos encargó trabajar, en cualquier punto de la ciudad, sobre un edificio que pudiera albergar dos usos diferentes». Así que fue Óscar Liébana, arquitecto y doctor en Ingeniería Estructural, el que propició hacer de Vigo un caladero de ideas que alumbrarían, a cargo de otros alumnos, iniciativas para el barrio de Bouzas o la Panificadora. Martín Carretero eligió la terminal portuaria durante una visita de fin de semana. Concibió una idea «irrealizable», y no solo por su colosal coste económico, como admite. Porque este arquitecto diseñó una terminal con un edificio que sería tanto una gran estación marítima para buques de pasajeros, como ahora, como un almacén de arte de tipo puerto franco. Esto es, una especie de zona franca por donde transitan obras de incalculable valor alrededor del mundo −este tráfico sí existe en la vida real− y que, como no salen de ese suelo franco, no pagan impuestos. «Pero el hecho de que pudieran pasar por el puerto de Vigo», y con su proyecto, «permitiría a la ciudadanía disfrutar de esas obras durante su escala en la ciudad.

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Alberto Martín - Arquitecto

«Lo primero que pensé al visitar la zona es cómo puede estar un espacio así cerrado al mar»

A Martín Carretero se le ocurrió este planteamiento tras ver la película Tenet, de Christopher Nolan. «Mi profesor me habló del Salvator Mundi, que no se sabe exactamente dónde está, pero que puede viajar por zonas francas de todo el mundo», sin someterse a ninguna jurisdicción. ¿Y si la terminal de Trasatlánticos pudiera ser también un museo con obras de primerísimo nivel, aunque de exhibición temporal? Los expertos en arte creen, de hecho, que la famosísima obra atribuida a Leonardo da Vinci −la más cara jamás vendida, por 450 millones de dólares en 2017− está en el puerto franco de Ginebra, que tiene más del doble de obras de arte (1,2 millones) que el Louvre. Nadie, más que sus propietarios −se sospecha también que el Salvator Mundi es del príncipe heredero saudí Mohammad bin Salmán bin Abdulaziz Al Saud− puede verlas.

Interior del edificio, con el «Salvator Mundi».

Interior del edificio, con el «Salvator Mundi». / Cedida

«Había estado ya en Vigo antes y sabía de esta terminal», recuerda Alberto Martín, que entregó Tinglado 3.0 −es su Trabajo de Fin de Máster (TFM)− en enero de 2023 tras un año entero de trabajo. «Me coincidiera con varias escalas simultáneas de cruceros», que deslucían porque «la estación está muy deteriorada». Empezó a trabajar con el objetivo final de plantear el muelle como «la puerta al mar de Vigo», trazando líneas a caballo entre «la escala de la ciudad, con sus calles», y la silueta de los propios barcos. Integrando ambos conceptos. «Tiene oportunidades muy buenas. Donde está Casa Pepe es un sitio feo, no invita a ir».

Una sentencia de marzo de 2024, de hecho, determinó que la concesión de Casa Pepe está «extinguida» por «vencimiento del plazo». La Autoridad Portuaria confirmó entonces a FARO que estaba negociando con la empresa su «traslado a otra ubicación». Una sentencia que, a fin de cuentas, despeja cualquier atisbo de litigiosidad respecto a la reformulación de toda la dársena. Casa Pepe ocupa, en concreto, 1.477 metros cuadrados en Trasatlánticos; sus naves datan, al menos en el Catastro, del año 1970.

Parte de la infraestructura, que sería de acceso público a través de rampas.

Parte de la infraestructura, que sería de acceso público a través de rampas. / Cedida

«En un crucero −prosigue Alberto Martín− lo primero que quieren hacer sus pasajeros es tocar tierra y visitar» las ciudades en las que van recalando, y «qué mejor que hacerlo en un jardín, un espacio para todos», con una terraza y un mirador. Barco y ciudad; agua y tierra. Para todos. «El almacén de arte sería visitable, con accesos en rampa, precisamente como metáfora de la inaccesibilidad que representan este tipo de espacios», detalla. La fachada sería de vidrio, no de hormigón. El edificio concebido por este joven arquitecto tendría tres plantas −una sería técnica, para garantizar la preservación de las obras de arte en condiciones de humedad o calor óptimas, como una sala de máquinas− y espacio para salones de actos. De nuevo, de uso público.

Vista del proyecto Tonglado 3.0 de Alberto Martín Carretero

Vista del proyecto Tonglado 3.0 de Alberto Martín Carretero / Cedida

El muelle de Trasatlánticos no será una zona franca. Tampoco vendrá −a menos que lo haga a bordo de su yate, el Serene, que ya visitó la ría− el Salvator Mundi de Bin Salmán. Y cruceristas y vecinos no podrán visitar este edificio soportado únicamente sobre dos puntos, volando a 40 metros de altura. Pero para Martín Carretero, tras «un año entero sin dormir, sin salir», lo que ha de trascender es la posibilidad. «Lo importante es que se pueden hacer cosas en la zona, que la estación marítima puede, con un poco de ingenio, ser mucho más. Que el puerto hable con los cruceros, pero también con la ciudad. Yo me lo puedo imaginar».

El menhir de Jean Nouvel que nunca llegó

En el año 2007 el arquitecto Jean Nouvel no había ganado todavía el Premio Pritzker; lo haría un año después. Con Abel Caballero como presidente de la Autoridad Portuaria de Vigo, y batiendo a la propuesta del también afamadísimo David Chipperfield, el francés resultó entonces ganador del proyecto para la renovación de toda la dársena de Trasatlánticos. Formuló una actuación donde predominaba el granito pero en la que destacaba un edificio luminoso de 90 metros de altura, situado en un extremo de la terminal, que alojaría un hotel. Una especie de enorme menhir que sería el símbolo de una propuesta que costaría 288 millones de euros; con la inflación acumulada desde entonces, la factura ascendería a día de hoy a los 400 millones de euros. Tardaría 38 meses en construirse al completo.

Recreación del proyecto de Jean Nouvel para la terminal y presentado en el año 2007

Recreación del proyecto de Jean Nouvel para la terminal y presentado en el año 2007 / FDV

Además del monolito celta, que albergaría también un restaurante panorámico, en la propuesta de Nouvel, presentada con el lema Peirao XXI, destacaba el llamado «Jardín de las mareas», un paseo que llegaría a los pies del hotel. Se trataba de un juego de terrazas a distinta altura que se inundaría en parte con la pleamar.

El que sería futuro muelle de cruceros, alineado en dirección al monte de A Guía, fue diseñado con un perfil de gran variedad de formas, ya que sus dotaciones —un área residencial/ institucional con ocho bloques, piscina, centro de talasoterapia, museo y hotel, además de la estación marítima, que se mantendría— se distribuirían en edificios de distintos volúmenes y alturas, con espacios abiertos para facilitar la visibilidad del mar.

Su idea, que buscaba finalmente «acercar el puerto a la ciudad y la ciudad al puerto», no pasó de sueño.

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