La cola del hambre, larga e incesante
Más de 300 personas acuden cada día a pedir comida a los comedores sociales de Vigo
Migrantes latinoamericanos con problemas burocráticos o personas con adicción al alcohol , los perfiles mayoritarios
Cada mediodía se forma una cola en la calle Cervantes que dobla la esquina y sube por Urzáiz. Los hombres y mujeres que hacen fila esperan para recibir alimento: son los usuarios del comedor social. Es quizá el único momento del día en el que el hambre se hace visible al resto de viandantes.
Cada uno con su circunstancia, aunque hay dos perfiles que destacan sobre todos los demás. Por un lado están los extranjeros que llegan con pocos recursos y aquí se topan con una burocracia que les dificulta trabajar de forma legal; por otro, personas sintecho con adicciones o patologías de salud mental. También hay casos de migrantes que no lograron encontrar un techo y duermen en la calle.
Desde el comedor de la Esperanza afirman que en 2024 se produjo un aumento de los usuarios: hay alrededor de 20 más que el año anterior. Sus comensales llegan derivados del Concello y son cerca de 150.
Por su parte, la responsable de las Misioneras del Silencio, Guadalupe Egido, señala que la inflación y el precio de la vivienda son factores que continúan reafirmando la asistencia de personas con pocos recursos. En su caso entregan 150 raciones diarias.
Egido advierte que los últimos meses experimentaron mayor presencia de personas con adicciones: «Hace cuarenta años eran los que más venían, pero disminuyeron considerablemente en comparación con las personas migrantes, que se convirtieron en el principal perfil. Sin embargo, ahora vuelven a despuntar».
Familias
De las 150 personas que acuden al comedor de las Misioneras del Silencio, 62 lo hacen en familia. Aunque no ocupan un asiento junto a los demás -no pueden acceder niños-, les entregan táperes con los mismos alimentos a sus progenitores.
«Entre los adultos hay de todo, como padres de familia que en sus países de origen eran médicos pero que aquí solo pueden atenerse a trabajar en negro», indica la responsable.
Sin posibilidad de volver
Víctor lleva dos años en Vigo. Vino de Venezuela con su mujer y su hija, pero hace meses regresaron por la falta de recursos. Él se quedó aquí. Va a las Misioneras cada día y ya estuvo en todos los albergues. Sin embargo se le acabó el plazo y ahora vive entre cartones. «Es imposible encontrar alojamiento: sin papeles ni trabajo nadie te alquila», señala.
Ducha, una vez a la semana
Ricardo, también usuario del comedor, perdió todo lo que tenía por un problema familiar.
Desde agosto hace cola cada mediodía para alimentarse. Con todo, le faltan recursos. No tiene donde dormir y afirma que es complejo hacerlo bajo la lluvia: «Aunque te refugies en un portal, te mojas igual y después nunca sabes cuando podrás ducharte», lamenta. La asociación Médicos del Mundo les permite hacerlo al menos una vez a la semana, además de lavarles la ropa.
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