El mejor tesoro de Álvarez busca salir a la luz

Las mejores obras que salían de los hornos del Grupo de Empresas Álvarez se las llevaba su fundador para casa. Un museo familiar cargado de tesoros de artesanía. Sus herederos los han conservado y desean dar a conocer esta riqueza.

Piezas de cerámica de Manel Álvarez, nieto del creador de la GEA.

Piezas de cerámica de Manel Álvarez, nieto del creador de la GEA. / Pablo Hernández Gamarra

La creó en el corazón de Vigo un gallego retornado de Cuba, Manuel Álvarez Pérez (1873-1939). Su hijo, Moisés Álvarez O’Farril (1904-1976), la hizo crecer hasta ponerla a la vanguardia de la automatización industrial europea y convertirla en el primer grupo cerámico español. Llegó a tener una plantilla de 5.000 empleados y facturar 5.000 millones de pesetas con la elaboración de vidrio, loza y porcelanas. No tenía competencia. En el más de medio siglo en el que estuvo en manos de esta familia —primero como Álvarez y Rey, después como Manuel Álvarez e Hijos y, finalmente, como el Grupo de Empresas Álvarez (GEA)—, de sus hornos salieron auténticos tesoros de artesanía. Y, los mejores, se los llevaba Moisés para su museo privado. Sus herederos conservan hoy en sus hogares estas joyas de valor incalculable. Manel Álvarez Ribas —bisnieto de Manuel, nieto de Moisés e hijo de Alberto, que fue director general de GEA— aspira a sacarlas a la luz y el primer paso es catalogarlas.

No solo eso. Rastrea la red y las tiendas de antigüedades en busca de nuevas piezas. Acumula cientos. Explica que los vendedores pocas veces saben lo que tienen entre manos. Tiene un registro de los distintos logotipos a lo largo de los años y reúne información, documentación, fotografías —como la de Franco inaugurando Pontesa, en 1961—y diverso material sobre la que fue la principal factoría de la ciudad olívica, hasta Citroën. Busca la vía para que esta memoria del patrimonio industrial vigués no se pierda y se dé a conocer.

Pieza de cerámica de Manel Álvarez, nieto del creador de la GEA.

Pieza de cerámica de Manel Álvarez, nieto del creador de la GEA. / Pablo Hernández Gamarra

Existía otro museo. El de la fábrica, que se integró en la colección del Pazo Quiñones de León. El Concello rescató de los almacenes un centenar de estas obras con lo más representativo, las catalogó y las expuso en la Casa das Artes en 2010. Pero «mi abuelo se llevaba las mejores para su familia», resalta Manel.

La idea más común que pervive hoy en el recuerdo de los vigueses son las vajillas. Pero de sus hornos salieron muchas otras maravillas. Antes de la llegada de las calcamonías, las grandes piezas de porcelana se pintaban a mano. Se ponía un color y se metía al horno. Se ponía otro y volvía al horno... Y así hasta que terminaban de copiar famosas obras de arte. Podían tardar seis meses. Una bandeja con la reproducción de «La rendición de Breda», de Diego Velázquez; otra con la de «El triunfo de Baco» conocida como «Los borrachos», del mismo autor; un jarrón con «Niños comiendo uvas y melón», de Murrillo; u otro con «El pintor Francisco de Goya», de Vicente López, son algunos de los bienes que atesora Manel, entre los que se incluyen valiosas copas de los modelos «Perón», «Generalísimo»... Los jarrones eran para exponer en tienda. Ellos tienen unos 60. Su colección particular incluye también una extensa sección de platos de Navidad —iniciaron en 1951 la tradición de hacer uno cada año para regalar—, cientos de ceniceros... Su abuelo mandaba decorar platos para festejar todo: cada vez que se botaba un barco, aperturas de negocios, celebraciones... Incluso para repartir entre los pasajeros del avión que cogía.

Y en su cabeza y su ordenador, conserva otra riqueza: infinidad de información y anécdotas. Cuenta que la historia de GEA y sus sociedades embrionarias se forjó a golpe de contiendas. Su bisabuelo, con gran olfato empresarial, logró hacer una pequeña fortuna en un aserradero para tablillas finas de cajas de puros en Cuba. Era una época de poderío alemán al inicio de la Primera Guerra Mundial y un amigo banquero le recomendó invertirla en marcos. Pero Alemania pierde y dejan de tener valor fuera de su país. Manuel, que había decidido regresar a España —«la humedad de Cuba le sienta fatal»—, viaja a la zona germana de Silesia —hoy Polonia— y compra un enorme lote de porcelana blanca, que trae en tren. Junto a Manuel Rey, inicia en la calle Victoria un taller con gente que sabe decorarla. Era 1922 y así nace esta gran aventura empresarial.

Cinco años después, Rey la abandona y nace Manuel Álvarez e Hijos S.L —regresó con 10 vivos de Cuba—. En 1932, en la calle Ecuador crea la fábrica de vidrio Casablanca. Con la Guerra Civil española, se dispara la producción de vidrio porque era la única fábrica que se había quedado en el bando nacional Y, como no lograba importar la porcelana blanca, un albañil le dijo que era capaz de construir un horno para cocerla. Creció tanto que en 1938, antes de fallecer, compró los terrenos para trasladar la producción a Cabral.

Manel Álvarez.

Manel Álvarez. / Pablo Hernández Gamarra

El que propició su auge fue su hijo, Moisés Álvarez, que compró las participaciones a todos los hermanos y constituyó GEA. Manel recuerda ir con su padre, Alberto, a la fábrica los fines de semana. Sabe muchas anécdotas, como la del oro que traían de Portugal escamoteado en el emblema del coche, al estilo de la dama de Rolls Royce, para que no se lo incautaran. O el viaje a Alemania en el que las autoridades les detuvieron tras pagar en una tienda con dólares que llevaban ocultos en el doble fondo de un pantalón para comprar unos planos a ingenieros. Ellos no lo sabían, pero el billete, que habían tenido que adquirir en el mercado negro, era falso. O la audiencia que Franco concedió a Moisés cuando las cosas no iban bien. Salió diciendo: «A este señor, todo lo que pida». Y comenzó la época de mayor apogeo del grupo. La mayor ilusión de Manel es que todo este legado acabe expuesto en algún lugar donde la ciudadanía pueda conocer lo que fue GEA.

Pieza de cerámica.

Pieza de cerámica. / Pablo Hernández Gamarra

Navidad, época para regalar y para hacer pruebas

Como había mucho espionaje industrial, hacían las pruebas cuando no había nadie en la fábrica, como se puede ver en el reverso de este plato (abajo), fechado el 31 de diciembre. El de arriba es un ejemplo del segundo plato que crearon como regalo de Navidad y que se convirtió en tradición.

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