La hora de Evangelino Taboada, el relojero de Vigo

Gracias a las celebraciones de Nochevieja, el sonido de las campanadas del reloj del instituto Santa Irene permanece en la memoria colectiva de la ciudad. Sin embargo, la figura del maestro relojero que lo diseñó se ha congelado en el tiempo, por lo que su hija, María Elena, lo rescata de sus recuerdos

Mª Elena, a sus 98 años, en su casa con una foto de su familia y otra de su padre en Samil.

Mª Elena, a sus 98 años, en su casa con una foto de su familia y otra de su padre en Samil. / José Lores

Carolina Sertal

Carolina Sertal

«Hemos entrado en el taller del artífice. Todo está igual que la víspera de la desgracia que había de privarnos de su amistad. El obrador Evangelino Taboada permanece intocado, como si él acabara de salir. Sobre la mesa las diminutas piezas de los cronómetros aguardan su mano cálida y maestra, en maravilloso desorden analítico, como estrofas de un himno al trabajo, que esperan la mano del bardo creador que ha de situarlas para que la armonía sea. Los péndulos de los cucos, como los de sus maravillosas construcciones totalmente realizadas en noble madera de las fragas gallegas, están inertes como queriendo detener el tiempo en señal de duelo. Ha desaparecido un hijo noble de Lalín (...).

No deja de ser significativa la identificación del hijo de la montaña con la urbe, por el valor que él y ella dieron siempre al sonido rítmico del segundero. Formaban por ello perfecto binomio que el tiempo no borrará fácilmente, a menos de ser ingrato con quien supo tomarle su medida. La ciudad, y sus organismos vitales eran tributarios en gran parte del hombre sencillo, afable, de mirada aguda y levemente irónica, que sabía tornear un diminuto espigo al tiempo que hilvanaba una conversación llena de contenido humanístico y ponderada. Su humildad, casi franciscana, corría pareja con su técnica capaz y su vasta cultura. Al salir del reducido local, la ciudad, a la que entregó su vocación, continúa su ritmo, que nada puede detener; pero para destruir este aparente desvío allí están las gotas de orvallo que caen, indudablemente, por los hermanos Taboada».

Son las palabras que el oftalmólogo y poeta Antón Beiras dedicó en FARO DE VIGO el 5 de agosto de 1954, bajo el título El banco vacío, a uno de los grandes relojeros de la ciudad olívica tras su trágica muerte, maestro que, pese a haber dedicado la mayor parte de su tiempo a que los «latidos» de Vigo nunca se detuvieran durante buena parte del siglo XX, prácticamente ha caído en el olvido 70 años después de su fallecimiento.

Evangelino Taboada. | Familia Taboada e Iria Presa

Evangelino Taboada. / Familia Taboada e Iria Presa

El reloj del edificio de Correos, el de la lonja de O Berbés, el de las estaciones de Tranvías Eléctricos de Vigo, el de las iglesias de San Pedro de A Ramallosa y de Santiago de Pontellas, en O Porriño, así como el emblemático reloj del instituto Santa Irene, en donde junto a sus hijos participó en la construcción, instalación, colocación de las campanas y posterior mantenimiento, son algunos lugares que llevan el sello de Evangelino Taboada, pues todos pasaron por sus manos y permiten acercarse a su figura, la de un hombre que guardó gran relevancia para la ciudad de Vigo, no solo por su buen hacer en el oficio, sino también por su destacada actividad política y cultural durante la Segunda República, lo que posteriormente lo llevaría a ser víctima de la represión franquista.

Buceando entre las páginas de la causa militar que condena a cadena perpetua a la pianista y educadora Urania Mella, la filóloga e investigadora Iria Presa descubrió no solo el vínculo que Evangelino Taboada mantenía con la familia Mella, sino su importante protagonismo en la resistencia antifranquista en la ciudad y cómo logró labrarse su reputación como relojero desde la propia prisión, tras haber sido detenido por el régimen dictatorial. En sus pesquisas, esta investigadora viguesa repasó en un primer momento la prensa local, hallando la necrológica publicada en el diario decano, pero siguiendo y siguiendo el rastro, finalmente logró localizar a una de las descendientes del maestro relojero, su hija María Elena Taboada, de 98 años de edad, teniendo así la oportunidad de acceder al recuerdo vivo que le permitió conocer más en profundidad a «uno de los grandes olvidados de la ciudad», tal y como lo define su propia hija, una circunstancia que le apena, puesto que «a esta ciudad entregó su vida». Con generosidad, Iria Presa ha tendido un valioso puente entre FARO y la única hija viva del maestro relojero para rescatarlo del olvido.

«Los buscan para fusilarlos»

Natural de Lalín, todavía no transcurrían los «felices años veinte» cuando Evangelino Taboada se instaló en Vigo y decidió abrir las puertas de su taller de relojería en la calle Elduayen, número 8. Iria Presa explica que, «durante esta década y hasta bien pasados los años 30, tuvo como socio a Ramiro Morales y, con este, instaló en el año 1933 el reloj de la Iglesia de San Xulián de Bastavales (dato que María Elena desconocía). En ese mismo año, un incendio en la relojería provocó su traslado a la calle Galán 15, 1º (hoy calle del Príncipe) y aquí estará hasta el estallido de la Guerra Civil, momento en que la relojería y su casa son saqueadas, por lo que se verá obligado a esconderse junto con su hijo Adolfo».

Interior de «Talleres Taboada», en O Calvario, en la década de los 40. | Familia Taboada e Iria Presa

Interior de «Talleres Taboada», en O Calvario, en la década de los 40. / Familia Taboada e Iria Presa

Tras mostrar algunos de los retratos en los que se puede contemplar a Evangelino Taboada en Samil o junto a su esposa, María Otero, se sienta en una salita decorada por bonitos paisajes en lienzo que ella misma ha pintado y que lucen tan nítidos como la memoria sobre su padre y las crudas dificultades que se vieron obligados a superar durante la posguerra. De hecho, la primera frase que pronuncia María Elena Taboada, también Chata, como es conocida cariñosamente por su familia, es que «la Guerra Civil a nosotros nos marcó muchísimo, porque nos dejaron en la calle, incautaron todo, negocio y casa». Y si bien ella apenas era una niña de diez años, afirma que se acuerda, que se acuerda «de absolutamente todo».

Sus ideas avanzadas y haber presentado su candidatura a las elecciones municipales por la Organización Republicana Gallega Autónoma en 1931, llegar a ser presidente del Ateneo Obrero de Divulgación Social, vinculado al PC y al Socorro Rojo Internacional, y constituir su taller de relojería un punto de encuentro en la ciudad para la venta o recogida de donaciones, entradas e invitaciones a mítines y eventos, fueron algunos de los motivos por los que los franquistas iniciaron la persecución de Evangelino Taboada.

«A los tres días, el 21 de julio de 1936, nos llegó una nota de Cándido, el hermano de papá, que al abrirla nos dejó a todos consternados (...) La nota se la había enviado a Cándido el primo Antonio, que se ejercía de jefe de la policía en Pontevedra, y decía así: ¡Que se escondan Evangelino y su hijo mayor! ¡Urgentemente! Que los andan buscando para fusilarlos». Fue este aviso lo que les salvó la vida a Evangelino y a su hijo Adolfo en un primer momento, cuando se encontraban pasando las vacaciones estivales en Lalín y fueron advertidos de la oscura sombra que se cernía sobre ellos, por lo que ambos Taboada pasaron de relojeros a «escapados en el monte», refugiándose en alpendres y casetas hasta que en 1937 habilitaron un espacio seguro en A Casa do Coto.

Montaje antiguo de Evangelino Taboada y su hijo Adolfo trabajando. | Familia Taboada e Iria Presa

Montaje antiguo de Evangelino Taboada y su hijo Adolfo trabajando. / Familia Taboada e Iria Presa

En Una historia para el recuerdo, el libro que escribió María Elena Taboada sobre su historia familiar, el momento de recepción del aviso refleja para ella el punto exacto en el que el rumbo de sus vidas cambió de forma drástica, inesperada y brutal, pues «mi madre les dio una manta a cada uno y se escaparon al monte de mis abuelos, en O Valdocanal, en donde estuvieron unos días hasta que un niño que andaba con las vacas empezó a comentar: Hai unha cama no monte, hai unha cama no monte. Se rumoreaba que eran os do Coto y tuvieron que buscar otro escondite», relata la hija del relojero.

Con su marido e hijo «escapados», María Otero se situó como cabeza de familia frente al resto de sus hijos, obligados a aparentar tranquilidad cuando en realidad temblaban de miedo ante la idea de que a «papá o a Adolfo» les pasara algo. A ojos de María Elena, su madre fue «la gran heroína de esta historia», puesto que logró sacarlos adelante, llegando incluso a obtener un «salvoconducto» para Evangelino y su hijo mayor, que finalmente lograron evadir la presión y vigilancia por parte del régimen hasta que el pánico se apodera de ellos ante un cambio de gobernador, por lo que intentaron huir a Portugal: «Pasaron bien la frontera, estaban muy acostumbrados a esconderse, pero los cogieron por culpa de un amigo. Estuvieron seis meses en prisión en Salvaterra y después en Vigo. Un amigo de mi padre que era juez le pidió que le hiciera un reloj estando en prisión y nosotros pedíamos permiso para llevarle las maderas. El jefe de la cárcel los veía trabajar. Luego hubo una temporada en la que yo iba en tranvía para llevarle la comida caliente a prisión, pero ahorraba el billete de vuelta para poder comprarle un mazapán por Navidad, todo esto sin decirle nada a mi madre. Lo compré, pero nos aparecieron los dos en casa en diciembre. Les dieran la libertad, era 1940», cuenta María Elena.

La hija del maestro confiesa que no quiere ser protagonista y que lo relevante es destacar la profesión de Evangelino porque «tú llena la casa de cuadros, pero si no tienes un reloj, a ver cómo te conduces, y no se le da valor», apunta, a lo que añade: «Mi padre es el gran olvidado en Vigo y fue importantísimo su oficio, un luchador, que de aquella el metal estaba racionado y pasaban apuros en el trabajo, incluso llegaron a usar una moto para tener corriente en el taller. Verdaderamente, los Taboada eran unos artistas y muchos relojeros de Vigo reconocen que no aprendieron tanto como en su taller».

Buena prueba de la fama del buen hacer de Evangelino fue que incluso el mismísimo astrónomo y matemático Ramón María Aller recurrió a sus servicios para la construcción del reloj sideral del Observatorio de Santiago y, de sus visitas a casa, María Elena no olvida cuando los encontró solos en el taller, «¡fíjate tú! ¡Discutiéndole a don Ramón! Lo vi discutiendo con él por el escape de un reloj y lo convenció para que usara el que había ideado él. Y ahí está, funcionando». Lo dijo Iria Presa y razón no le faltaba, ya tocaba, era hora de recordar a Evangelino Taboada.

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