Un hogar de lujo con ADN salvaje
Toralla pasó de ser una isla deshabitada a la que solo se podía llegar en barca a un complejo residencial de acceso restringido con un edificio de 70 metros de altura y más de 30 chalés

Toralla, la isla salvaje y deshabitada que se convirtió en urbanización de lujo /
B.M./P.P./A.L.
Basta con comparar la forma de llegar a Toralla ahora y antaño para entender que le ha cambiado la cara por completo en las últimas décadas. Pasó de ser una isla salvaje y deshabitada que solo se podía alcanzar en barca a un enclave con más de 150 residentes repartidos en chalés y una torre de 70 metros de alto. Un lugar privilegiado bañado por las aguas de la ría de Vigo y a menos de 500 metros de distancia de tierra firme al que, desde hace muchos años, solo pueden acceder los habitantes e invitados y trabajadores de la sede de la Estación de Ciencias Mariñas (Ecimat) —toda la población a la zona de playa—. El motivo: es privada y no cumple la Ley de Costas. Es por ello que el Gobierno trabaja en un proyecto para crear una senda alrededor de 6 metros de ancho.
Hasta 1965, la ínsula había pasado por distintas manos, entre ellas, las de la Iglesia. Hasta 1836, perteneció al Obispado de Tui. Tras la desamortización de Mendizábal, aumentaron las propiedades del Marqués de Valladares y de sus herederos: su sobrina Dolores Elduayen se la vendió en 1895 a Enrique Lameiro Sarachaga. Este, en colaboración con Francisco Mirambell, levantaron en 1884 una fábrica en la isla, Cordelerías Ibéricas, que contaba con la maquinaria más avanzada para la producción de material para pesca, minería y construcción. Se mantuvo activa hasta 1903, cuando cerró por la dificultad de obtener materias primas tras el desastre de Filipinas sufrido en el año 1898.

Vista de los restos del Castro de la isla. en 1977. / FDV
En 1910, Martín Echegaray Olañeta, un vigués que se hizo rico tras emigrar a Argentina, le compró la propiedad a Enrique Lameiro. Fue el impulsor del tranvía. En la zona, existía un yacimiento de gran valor, no visible actualmente. Se dice que quedó sepultado por edificaciones que se realizaron varios años más tarde. En aquel momento, el acceso a la isla ya estaba restringido. Echegaray, que estableció allí su residencia de verano, dio un primer paso para abrirla al público, pero con condiciones: organizó visitas por 2,50 pesetas. Fue una decisión polémica, según las crónicas de la época. Tras la muerte de Echegaray, la propiedad quedó repartida entre casi una treintena de herederos, a los que el matrimonio formado por José Manuel Kowalski Fernández y Mercedes Peyrona Díez de Güemes convencieron para venderla en 1965 por unos 10 millones de pesetas. Ambos constituyeron la sociedad Toralla SA, actual propietaria.

Aspecto del puente en la isla de Toralla / FDV
Se inició a partir de entonces su urbanización, cargada de polémica y multitud de debates. Se encargó el diseño y la construcción del actual edificio. Lo inició el arquitecto Xosé Bar Boo, pero dejó el encargo por no estar de acuerdo con las peticiones: creía que era demasiado grande. Con algún cambio, finalmente, se construyeron las 136 viviendas, a la que, años después, se añadieron 34 chalets. Tras aprobarse este proyecto, los propietarios presentaron una solicitud para levantar un edificio de unos 120 metros, intención que fracasó.
El puente de Toralla se finalizó en 1969. Lo pagó Toralla SA. Era una condición básica para que fuese zona residencial. En 1990, una sentencia del Tribunal Supremo obligó a desplazar la garita de control al otro extremo de la pasarela y permitir el acceso público al arenal, partido en dos.
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