La adicción que está ocasionando más trabajo a la Asociación Ciudadana de Lucha contra la Droga Alborada es, desde hace algunos años, la cocaína. Esta sustancia copa ya el 38% de las atenciones de su programa de drogodependencias. Son alrededor de 650 personas las que trata en la actualidad, según las cifras que ofrece su director, Jesús Cancelo, que advierte de que la modalidad de crack –cocaína fumada– “está haciendo estragos”.
“Engancha más”, alerta Cancelo y explica que esto se añade a que la cocaína es una droga “huérfana”, ya que carece de una sustancia antagonista que se pueda administrar para aliviar el deseo de consumirla y otros síntomas físicos. “Intentan dejarlo, pero su fuerza de voluntad no llega –detalla–, el recuerdo en su cerebro hace que tenga deseos”. De ahí que abogue por abordar esta adicción desde la prevención en adolescentes para evitar que se inicien.
Los adictos a la cocaína suelen ser policonsumidores. Los mayores suelen mezclarla con heroína. Los jóvenes, con alcohol o cannabis. Una abrumadora mayoría de estos últimos –el 82%– son chicos. Es entre los 18 y los 24 años cuando más acuden por su consumo como sustancia principal.
En cuanto a la heroína, está en retroceso en la ciudad. De los usuarios que atienden en Alborada, los adictos a esta sustancia representan el 22%.
Hay un 35% de la gente que se recupera para siempre. Otro tanto que recae por épocas. Y hay un porcentaje de entre un 25 y un 30% de los adictos a estas sustancias que atiende Alborada con los que se trabaja en la reducción del daño y en que ocasionen los menores problemas posibles para ellos y para la sociedad.
Testimonio de un familiar
En esta situación está el hermano de Manuela –nombre ficticio–. Con 58 años, este vigués lleva décadas enganchado a la cocaína. Acaba de salir del hospital, donde lograron salvarle la vida tras un infarto. “Si quieres morirte, vuelve a consumir”, recuerda su hermana que le advirtió después de que los médicos les dijeran que su organismo, probablemente, no aguantará más dosis. “Las drogas te ponen el corazón a cien”, subraya ella.
Recuerda cómo su hermano, “trabajador nato” y “una gran persona”, empezó con “una adicción controlada”. Relata cómo “pasó un par de veces” por la cárcel por menudeo, una actividad que ahora considera “su trabajo”. Cuenta apesadumbrada que ya no le queda nada: “Está sin carné, sin tarjeta de crédito, sin móvil... No tenía ni calzoncillos cuando llegó al hospital”. Ella que lo acoge siempre que se lo pide y está en contacto con Alborada, donde lo atienden. No sabe qué más hacer.
“El primer ‘pico’ fue mi destrucción total y el mayor placer de mi vida”
De niño, los mayores del barrio le metían por el ventanuco de la botica y le compensaban con un cuarto de pastilla de Rohypnol, un fármaco para dormir de acción rápida que se conoce también como la “droga de la violación”. A los 12 años fumaba porros y a los 15 se pinchó por primera vez. Este año se cumplen cuatro décadas desde ese día. En Nochebuena se inyectó cocaína. En Navidad, heroína. Y en Reyes su madre le descubrió con la jeringuilla que iban a compartir entre cinco. De aquella pandilla, compuesta por una veintena de chicos, solo quedan tres vivos.
Sabe que ese primer chute de heroína fue su condena, su “destrucción total”. Y, aún así, lo recuerda “como el primer polvo”. “Es indescriptible el gusto, te olvidas de todo”, cuenta y entiende que con cada nuevo pico trata de revivir ese momento.
“Condenas pagué solo una”, indica. La cumplió en el penal de la avenida de Madrid. Fue de los 16 a los 20 años. Allí tenían “poco acceso y muy caro” a las drogas. Pero lo había. “Llegué a tener jeringuillas que afilaba con las cajas de cerillas”, apunta. Así es que buscaban otras vías para lograr colocones: “Nos daban una cerveza en la comida, pero nos turnábamos para que cada día se las tomara juntas uno de los seis de la mesa. Acababas fatal, castigado”.
En los primeros años, relata cómo su adicción no le impedía ganarse la vida como deportista profesional. También tuvo dos bares. Considera que lo que le “salvó” fue que le dieran trabajo en el mar: “Pesaba 54 kilos al zarpar y volvía con 74”. Cuenta que lo llevaban a faenar en Gran Sol saltándose las revisiones médicas. “Sois [los adictos] unos desgraciados, pero trabajáis como cabrones”, recuerda que le decían los que deseaban incorporarlo a sus tripulaciones. Se escondía para pincharse, pero sabían que consumía: “El cocinero me pillaba robando el papel de aluminio”. Embarcaba heroína como para seis meses, pero se la acababa en uno. El mono lo mitigaba con alcohol y fármacos varios.
Llegaba con mucho dinero y lo gastaba casi todo en “taxis, chicas y drogas”. Lo primero que hacía al desembarcar, con el pescado en el maletero del taxi, es acudir a un punto de venta. Allí mismo se pinchaba mientras fuera esperaba el conductor con el taxímetro en marcha.
En la familia tampoco encontró demasiado apoyo. Su madre, “una luchadora que se volvió alcohólica”, falleció cuando él tenía 20 años. Cuenta que su padre se fue con otra mujer; que a un hermano lo mataron; otra hermana también padece alcoholismo; y la otra les robó la herencia para poder pagar su adicción a la morfina, a la que se enganchó por un accidente en el que se rompió varias costillas. Este hombre, que prefiere ocultar su nombre y su rostro, está convencido de que habría conseguido salir del mundo de las drogas si se hubiera casado con su primera novia. “Ella me habría hecho cambiar”, cree. “Búscate otro que te merezca”, le dijo cuando el padre de ella se enteró de que había estado en prisión.
No quiso tener hijos. Se opuso cuando se lo pidió una novia con la que estuvo once años y que también era adicta. “Creo que es lo único bueno que he hecho en la vida” Con una discapacidad certificada del 70% y una pequeña pensión por ello, en la actualidad, confiesa que menudea para poder pagarse su consumo. Tiene un límite: asegura que no vende a jóvenes. “Tengo un sobrino que está empezando con la cocaína y casi le doy un bofetón”, subraya.
Se muestra resignado con su situación. Acude a Alborada pero no por “comprensión” ni para dejarlo. “No voy a cambiar”. “La vida ya no me importa, he perdido tanto...”, concluye.