Los detectives del COVID

El equipo que rastreó los casos, hasta noviembre de 2022, se reúne para festejar el fin de la emergencia sanitaria | Gran parte de su labor fue acompañamiento emocional

Buena parte de los profesionalesque pasaron por el equipo,en la comida del sábado.  | // RAFA VÁZQUEZ

Buena parte de los profesionalesque pasaron por el equipo,en la comida del sábado. | // RAFA VÁZQUEZ / A. blasco

Cuentan que la provincia casi siempre estaba en los primeros puestos del índice de rastreo de positivos en coronavirus del país. Ese orgullo les daba fuerzas para enfrentarse a la tensión que soportaron durante los algo más de dos años y medio en los que el grupo estuvo activo –hasta noviembre de 2022–, a la inabarcable cantidad de casos que se registraban en los picos de las olas o a los momentos más duros en los que, al otro lado de la línea telefónica, acompañaban a alguien que sufría. El equipo de rastreadores que se creó en el Servicio de Alertas Epidemiológicas de la Jefatura Territorial de Sanidade se reunió el sábado para celebrar el fin de la emergencia sanitaria y recordar aquellos meses en los que fueron una pieza clave para acotar la expansión del COVID en las áreas sanitarias de Vigo y Pontevedra.

Cuando comenzaron a vigilar los contagios no tenían ni idea de lo que se les venía encima. “Nadie lo sabía”, puntualiza el que lideró el equipo hasta enero de 2022, el epidemiólogo Miguel Álvarez Deza. En aquel primer caso registrado en una familia de Moaña, llamaban cada día durante los diez que estuvieron en aislamiento a los compañeros y profesores del menor positivo para preguntarles si notaban algún síntoma. Casi dos años después, en diciembre de 2021, con cerca de 4.000 nuevos casos al día, no pudieron hacer otra cosa que dejar de registrar todos los brotes y centrarse solo en aquellos de entornos de personas más vulnerables frente al virus.

El equipo de rastreo comenzó con la decena de profesionales que, por aquel entonces, conformaban el servicio. En su mayoría, médicos. Pero al poco tuvieron que incorporar más personal. Lo hicieron con gente de Enfermería, Farmacia y Trabajo Social –todos coinciden en tildar de acierto su incorporación por su experiencia y habilidad en las entrevistas sociales–. Dio igual su formación y procedencia. Todos pasaron a ser técnicos y a hacer piña. Con distintos refuerzos, llegaron a ser una veintena.

Su labor era muy detectivesca. Indagaban hasta dar con el caso inicial del brote y dibujar todas las ramas de contactos estrechos a través de las que se pudiera haber propagado. Más de 150 llegaron a conectar en un brote. Y unas veces era más fácil y otras más difícil. Como en algún prostíbulo, donde era muy complicado que confesaran los nombres de los que habían pasado por allí. Su trabajo da para muchas anécdotas. A través de confesiones o hilando testimonios diferentes, llegaron a descubrir amantes que, en ocasiones, eran nexos de unión en casos de una ciudad y otra o, incluso, de una provincia y otra. Y no todos eran jóvenes. A Álvarez Deza le llamó la atención que algunos estaban en la tercera edad.

Pillaron mentiras. Algunas más sencillas, como la de la madre que le dijo al médico de familia que los síntomas de su hija habían empezado un par de días antes para poder acudir a una competición. Y otras más complejas, como el del que usó un certificado falso de PCR negativa para poder viajar a Sudamérica. Tirando del hilo de este caso, la Consellería de Sanidade y la Policía Autonómica destaparon la trama que se dedicaba a ello con sedes en Ames y Vilagarcía de Arousa.

Atestiguan que la mayoría de la población cumplió las normas y colaboró

A pesar de todo esto, Ana Sánchez Vilariño, trabajadora social que fue miembro del equipo, considera que “la gran mayoría” de la población contaba la verdad en las entrevistas de rastreo. “Una vez que les explicas la gravedad del asunto, que está muriendo mucha gente y que hay que proteger a quien lo necesita, colabora todo el mundo porque empatiza”, destaca. También defiende que la gente cumplió las restricciones. “Y se demostraba en que la gente llamaba a la Jefatura para pedir permisos, por ejemplo, para salir a dar de comer a animales fuera del perímetro de su domicilio. La gran mayoría dio ejemplo”, sostiene.

Sí tuvieron que mandar a la Guardia Civil o a la Policía por aquellos que no cogían el teléfono. Algunos, “porque no tenían mucha intención de colaborar” y Álvarez Deza tuvo que firmar algunos informes de propuesta de sanción. Pero, reflexionando, Sánchez cree que los contagiados recibían tantas llamadas que, a veces, simplemente se hartaban de coger. Otros no podían, como el que se encontraba tan mal que las autoridades le pidieron una ambulancia.

Sánchez recuerda cómo las personas sin hogar también pudieron cumplir con el confinamiento porque se habilitó el albergue del Monte del Gozo, a donde los enviaban en ambulancia. A los hogares que se quedaron sin sostén económico, como los que viven de la venta ambulante, les daban soporte en alimentación y suministros básicos, contactando con los servicios básicos comunitarios.

Todo pasaba por ellos. Tuvieron mucho contacto con los equipos de los centros educativos, a los que agradecen todo el trabajo extra que asumieron. Solo cerraron un colegio, el Calasancio de Pontevedra, pero en su memoria quedó marcado el foco del instituto de Mos por su envergadura. O el megabrote que descubrieron el día de San Juan, por los viajes de estudios a Mallorca y con conexiones con muchas comunidades.

Controlaban el puerto, por el que entraron a Galicia diversas variantes. Solicitaban las secuenciaciones para los marineros que los armadores aislaban en hoteles de la ciudad. El personal de estos también tuvo que prepararse ya que servían como centros de contención.

Incluso la organización de eventos, cuando empezaron a relajarse las medidas, tenían contacto con ellos. Como el de Sebastián Yatra en Sanxenxo en julio de 2021. Estuvo a punto de no celebrarse por los positivos de sus músicos hasta justo el día antes.

Lo más complicado para el equipo fue “no llegar a todo”, cuenta Sánchez. “Cuando la tasa de contagio estaba disparada, llamábamos y llamábamos, pero no llegábamos. Te ibas a casa con una sensación de frustración terrible porque un día tenías 100 casos, pero al siguiente eran 600”, subraya.

Y su trabajo fue más allá del rastreo. Realizaron mucho acompañamiento telefónico y apoyo en unos duelos que la pandemia no permitía desarrollar como es costumbre. “Era lo que tocaba; encontrar a alguien al otro lado que escuchara el drama que habías vivido era muy difícil”, explica Ana. Y algunas de esas experiencias les dejaron una huella profunda. Como la de un señor mayor cuya mujer había sido ingresada y al que encontraron “muy mal” cuando lo llamaron para ver cómo estaba. “Llamamos a la ambulancia y esperamos con él al teléfono y nos decía ‘Me muero’”, recuerda.

¿Y cómo lo sobrellevaban ellos? Cuenta que tenían un jefe, Miguel Álvarez, que los motivaba, les insistía en que tomaran sus descansos –que ellos usaban para despejarse paseando– y con el que hacían técnicas de ventilación emocional en momentos complicados. Debatieron muchas estrategias frente al COVID. La que mejor funcionó fue trabajar como un equipo unido y coordinado.

[object Object]

Personal de servici

Pilar Sánchez Castro, Montserrat Domínguez Casal, Antonio Boullosa Cortés, Óscar Paz Montero, Pedro Silva Arochena, Miguel Conde Rodríguez, Silvia Rey Seijo, Teresa Álvarez De Lis, Miguel Ángel Álvarez Román, Carmen Vidal Rey, Mercedes Gómez Ogando.

Contratadas

Cristina Montenegro González, Helena Casas Agudo, Ana Cánive Gómez, Ana Sánchez Vilariño, Inés Sánchez Silva, María Coloret Lamas, Patricia Martínez Lago, Rosa Roma Santos, Soraya Iglesias Capa, Rafael Rodríguez Varela, Estefanía Dapena González, Lorena Lista Robles, Mercedes Rodríguez Damea, Dolores Alonso Núñez, María José Castro Barca, Raimundo López Villar, Rosa María Roma Santos, Bienvenida Rivas Rivas, Mª Fernanda Docet Caamaño, Carmen Santos Novas, Andrea Sánchez Graña.

Suscríbete para seguir leyendo