Cuando el problema con la comida está en la cabeza

Yaisa, con anorexia, y Ana María Vázquez, con diagnóstico de obesidad severa, buscaban “calma” en el ayuno o la ingesta

Cuando el problema con la comida está en la cabeza

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Pablo Hernández Gamarra / Ana Blasco / Olaya López

Ana María Vázquez, de 47 años, cree que ha tenido problemas con la comida durante casi toda su vida. Desde adolescente era “rellenita” y la vez que la báscula marcó menos eran 65 kilos. Duró un verano. Normalmente, oscila entre los 80 y 90, pero ella siempre se veía bien. El shock llegó cuando, tras ganar en pocos meses y alcanzar los 111 kilos, la endocrina apuntó en su historial “obesidad mórbida” y le indicó una cirugía. Yaisa Pérez Piñeiro, en cambio, nunca ha superado los 50 kilos. La anorexia de esta viguesa de 24 años comenzó con 13 y ese inicio fue su peor momento: bajó hasta los 36 kilos.

No se conocían de nada hasta ayer que, sentadas a una mesa, desayunando, completaban sus frases. Se comprenden. Y es que, aunque sus casos parezcan muy distantes e incluso opuestos, en ambos su relación con la comida es solo una manifestación de otros problemas emocionales que van surgiendo en sus vidas. Es una herramienta para enfrentarse a ellos. Ana comiendo y Yaisa ayunando. A ambas les proporciona “tranquilidad”, “paz”, “calma”. Ahora están en un momento bueno, pero saben que les acompañará toda su vida. “Curada, nunca. Lo controlamos”, destaca una. “Que no tenga control la enfermedad sobre ti, sino tú sobre ella”, subraya la otra. “Ser consciente de lo que está pasando es la clave”, añade la primera. “Es el punto de inicio para mejorar”, completa la segunda.

“No te curas, pero que no tenga la enfermedad el control sobre ti”

Yaisa Pérez

— 24 años persona con anorexia

“Yaisa era “la nueva” en un colegio de Pamplona, a donde se acababa de mudar. La chica a la que le ponían difícil la integración. La que escuchaba comentarios desagradables sobre su cuerpo “normativo”. Era cuando empezaban las redes y los foros estaban en auge. Empezó a buscar los “pro Ana”, como en estas páginas se refieren a la anorexia nerviosa, promoviéndola. “Yo no la veía como una enfermedad mala, buscaba alguien que me entendiese”, recuerda. “Iba al colegio sin desayunar, me mataba a hacer ejercicio, me desmayaba en clase...” Todo comenzó en verano y en diciembre llegaron las notas, con cinco suspensos.

“El cuerpo inicia el modo ahorro, como el móvil al que le queda poca batería”, ejemplifica la nutricionista Marta Losada. “Para buscar tu supervivencia”, empieza quitando lo que menos necesita, como la capacidad reproductiva –amenorrea–, luego “disminuye la frecuenta cardíaca, la cabeza tiene lagunas...”.

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Ana María y Yaisa desayunando en una cafetería en Navia / Pablo Hernández

Pasar la mayor parte de su tiempo sola, ayudó a Yaisa a ocultarlo. Fue ese fracaso escolar lo que llevó a la madre a preguntarle qué estaba pasando y ella fue capaz de reconocerlo: “Tengo un problema, necesito ayuda”.

Empezó un largo periplo por diferentes consultas y profesionales. “Mi recuperación no fue lineal. Hubo momentos en los que pensé que estaba recuperada y ahora sé que nunca lo he estado”, señala Yaisa, que describe la anorexia como “un duende que de vez en cuando aparece y quiere llevarte a su refugio con cosas pequeñas: “no comas tanto”; “esta comida no te hace bien”...”

También aparecieron las autolesiones y las ideas suicidas. “Están mejor sin ti”, pensaba. Con la pandemia sufrió un bajón tal que se encerró todo 2021 e incluso salir al balcón le provocaba ansiedad. Su peor recaída fue en octubre de ese año. Sin que nadie se diera cuenta –se convirtió en “una especialista” en ocultar–, “vomitaba todos los días, a todas horas”. Así, se causó un cólico biliar. Volvieron las autolesiones graves y los malos pensamientos. “Quiero descansar”. El episodio acabó en urgencias, con un parte en el que su médica de familia planteaba un ingreso en Psiquiatría. En el hospital no lo vieron así. “¿Cómo me mandan a casa en esta situación?”. Su madre, “desesperada”, dio con la Asociación de Bulimia y Anorexia de Pontevedra. “Fue mi salvación”. Y es que ninguna de las dos encontró en el sistema público demasiada ayuda para sus problemas. “Sigo teniendo pensamientos intrusivos, no consigo acallar esa voz 100%, pero no le hago caso”. No se pesa, no le aporta nada bueno. “Ahora me veo en el espejo y me siento yo”. Por eso sabe que está en una buena etapa.

“Muchos de los conflictos que tengo no tienen que ver con la comida”

Ana M. Vázquez

— 47 años, sufre obesidad mórbida

También lo está Ana, pero a ella, ver la evolución de su peso, en verde desde hace nueve meses, sí le ayuda. Ahora está en los 90 kilos. Con una madre que no le dejaba levantarse de la mesa si no se terminaba la comida, cree que empezó a vincular la comida como “premio” cuando su abuela se fue a vivir con ellas y le cumplía sus caprichos. Desde los 13 años ya estaba “rellenita”, pero ella siempre se vio bien. Una “trampa” de su cabeza para no encerrarse en casa. Eran los comentarios de los demás los que le hacían recurrir a dietistas de vez en cuando. Fue tras el diagnóstico de obesidad mórbida y al dar con una psicóloga y una nutricionista con las que conectó, cuando se dio cuenta de que el sobrepeso era un problema y que si no trataba la causa de fondo, las dietas solo serían “parches”.

“En la mayoría de los casos de obesidad que veo, siempre hay una parte emocional”, cuenta la nutricionista Marta Losada que, incluso, empezó a estudiar Psicología al ver que le venía bien en sus consultas. “Muchos conflictos que tengo no tienen que ver con la comida”, destaca Ana.

Ana M. Vázquez, en una foto antes de perder peso, con 111 kilos

Ana M. Vázquez, en una foto antes de perder peso, con 111 kilos / Cedida

El que provocó su desequilibrio de peso más grande –una subida de 17 kilos en unos meses– fue el conflicto con una antigua socia. “No me enfrento, callo y como para aguantar la carga”, explica y añade: “Fui al psicólogo, arreglamos ciertos conflictos y ahora tengo herramientas para enfrentarme a los que se me presentan”.

“Una palabra sin importancia para otro te resuena sin parar”

Las opiniones del entorno han tenido mucho que ver en la problemática relación de Yaisa y de Ana con la comida.

La primera llegó al punto de no poder comer delante de la gente, hasta hace poco. “Sentía todos los ojos hacia mí y, en mi cabeza, me están juzgando”, recuerda. La boda de su hermano, con cien personas, fue todo un reto y lo consiguió.

A ella le preocupaba que la gente juzgara la cantidad que comía. A Ana, su peso. Hasta que un día les respondió que estaba tratando sus problemas con un psicólogo.

Subrayan el daño que pueden hacer las opiniones de la gente y piden a la sociedad que se abstenga de juzgar en estos temas. “Una palabra que para otra persona no tiene importancia, a ti te resuena como un altavoz y te hace volver a caer”, advierten.

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