La multa más injusta: 100 euros por evitar “otra crisis” de su hijo con autismo

Sancionan a los padres de un niño con autismo por no permitir a la Policía acceder al domicilio para comprobar la tarjeta de estacionamiento para personas con discapacidad

Pedro (c.), en la Praza do Rei, con su madre, María, y su padre, Rodrigo.   | // RICARDO GROBAS

Pedro (c.), en la Praza do Rei, con su madre, María, y su padre, Rodrigo. | // RICARDO GROBAS / A. Blasco

“Llamémoslo por su nombre”. No es “el niño autista”. Él es Pedro. Un chaval cariñoso, muy divertido y alegre, al que le encanta la música y cocinar. Un chico de 13 años con un gran poder de atracción, que se gana a los que le rodean. Y sí, su historia clínica dice que, además de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDH), discapacidad intelectual y trastorno de conducta grave, tiene Trastorno del Espectro Autista (TEA). Y es que, tal y como destaca la organización Autismo España en la campaña de este año –cuyo lema encabeza este artículo–, cada caso es diferente. Eso sí, todos ellos son ciudadanos, con las mismas obligaciones y derechos que los demás. Y para que esto no solo se quede en la teoría y haya inclusión real, sus padres piden más recursos, pero también más conocimiento y consideración en diferentes ámbitos institucionales, como la Policía Local.

El autismo es una condición de origen neurobiológico que afecta a la forma de pensar y comportarse, a la comunicación y la interacción con los demás. Calculan que, en distinto grado, la tiene una de cada cien personas. María González percibió algo diferente en su hijo casi desde los primeros días, pero el diagnóstico no llegó hasta los dos años. “No señalaba, no atendía a su nombre, no tenía juego simbólico...”, recuerda. Junto al padre, Rodrigo Feijóo, cuenta que Pedro es “hipersensible”. Los sonidos fuertes, como la bocina de un coche o los ladridos de un perro, o cosas que no espera, como que una paloma eche a volar a su lado, le molestan mucho y le alteran, hasta el punto de desatar una crisis. En ese momento, en el que no es él, en el que “la química cerebral no funciona bien” y la patología toma las riendas, se vuelve agresivo. Por eso suele salir a la calle con cascos de insonorización y siempre acompañado por sus padres, que pueden anticipar y gestionar estas situaciones.

Fue en una de estas crisis, en julio de 2021, cuando vivieron este episodio desagradable con la Policía. Habían aparcado el coche en la plaza para personas con discapacidad que hay ante la casa de los abuelos, con la tarjeta correspondiente bien visible, y habían corrido al domicilio para darle la medicación de rescate, con la que se empezaba a adormilar. La Policía Local llamó entonces al teléfono de María. Los agentes querían comprobar que se estaba haciendo un correcto uso de la tarjeta de estacionamiento. Fue el padre el que bajó a hablar con ellos. Se negó a que, como pretendían, entraran a ver al niño. “No me voy a arriesgar a que le dé otra crisis”, explica. Entonces, le pidieron el envío de una foto de ese momento del menor a un móvil, a lo que también se negó. Se la mostró en el suyo. No les valió y le pidieron que entrara grabando un vídeo hasta el niño mientras esperaban en el rellano y se lo enviara. Se negó. “No sé qué uso van a hacer de esas imágenes”, argumenta.

Los agentes cursaron entonces una multa de 100 euros por no poder constatar el buen uso de la tarjeta. No la pagaron, porque no están de acuerdo. Presentaron tres recursos al Concello, con documentación médica y de la Seguridad Social, pero fueron desestimados. Al final, le embargaron el dinero de la nómina.

También cuentan que sufrió “maltrato institucional” en distintos colegios. Pasó por cinco ordinarios. La educación inclusiva “no fue acertada” en su caso. Y todo ese periplo “solo hacía subir la medicación que tomaba”. Hasta el máximo. Pasaron por episodios duros, como la vacunación en el Ifevi, en la que el personal desatendió las peticiones de María de aplicarle un protocolo especial –vacunarlo en otro sitio o en el coche y con rapidez– y, con el ruido del pabellón y la espera, acabó rompiendo un monitor, una mampara y abofeteando a un niño. María cuenta cómo sufre y se culpa Pedro tras una crisis agresiva, pidiendo perdón en cuanto se calma. “Tiene puntos de lucidez y tiene miedo a hacer daño”, señala y recuerda cómo no quiso continuar con su terapeuta mientras estuviera embarazada. “¿Y si me enfado”, les planteó. Porque Pedro tiene tanta empatía que María no puede ni llorar ni reírse en exceso. “No lo soporta y le da una crisis”, explica.

Llegó a tener cinco crisis al día. Con un brote en el que diez sanitarios no eran capaces de contenerlo en el Cunqueiro y que duró muchas horas, los clínicos se dieron cuenta de que “algo interactuaba mal” en todos los fármacos que tomaba. Había que ingresarlo para quitársela y la única unidad infantil de ingreso en salud mental gallega, hasta que no acaben las obras de la de Vigo, está en Santiago. Eran 21 días sin los padres. “Mi hijo tiene la capacidad para entender las cosas de un niño de tres años. ¿Cómo vamos a dejarlo solo?”, exponen. La psiquiatra del Cunqueiro lo entendió y entre todos buscaron otra opción. La encontraron en la única unidad de hospitalización destinada a TEA de toda España, en el Mútua de Terrassa. Con una espera de cuatro meses –habría sido más larga si no hubiera tenido una vasculitis por la medicación– y la derivación aprobada por el Sergas, madre e hijo pasaron allí tres meses, tras los que “los enfados de Pedro son más reconducibles y menos agresivos”. Consideran que es necesaria una unidad como esta en cada comunidad o, al menos, que en Psiquiatría infantil los padres puedan estar con los menores.

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