La UVigo evidencia que la situación laboral de las “kellys” empeoró tras la pandemia

Las camareras de piso denuncian que no han recuperado la carga de trabajo ni los salarios previos al COVID a pesar de que los hoteles sí han vuelto a las ventas anteriores

Dos trabajadoras, haciendo la cama de una habitación.

Dos trabajadoras, haciendo la cama de una habitación. / Marta G. Brea

Sandra Penelas

Sandra Penelas

La pandemia contribuyó a agravar las ya duras condiciones laborales de las camareras de piso. Mientras el sector hotelero ha ido recuperando sus cifras de negocio, las kellys denuncian que no han vuelto a tener la carga de trabajo ni los salarios previos a la irrupción del COVID. Un estudio desarrollado en la UVigo constata el empeoramiento de la situación de este colectivo y cómo el incremento del estrés que sufren afecta a su salud y su vida social y familiar.

“Aceptaron limpiar más habitaciones y bajadas de sueldo entendiendo que cuando todo mejorase volverían a las condiciones anteriores. Las llamaban la noche antes para trabajar al día siguiente y a algunas las sacaban del ERTE esas horas, pero a otras no. Ha habido situaciones de abuso y ahora que el sector se ha recuperado se siguen produciendo. Su estrés ha aumentado al tener más carga de trabajo y por el trato de sus superiores”, critica Almudena Otegui, investigadora predoctoral en la UVigo y profesora asociada de la Complutense.

Con más de veinte años de experiencia en el sector, la experta desarrolla una tesis por compendio de artículos científicos sobre turismo e igualdad de género. Y acaba de publicar los resultados de un trabajo sobre las kellys en la revista Journal of Human Resources in Hospitality & Tourism junto con José Antonio Fraiz y Noelia Araújo.

El estudio se basa en las entrevistas en profundidad realizadas en el verano de 2021 a nueve trabajadoras de hoteles ubicados en ocho comunidades diferentes, con edades comprendidas entre los 31 y los 58 años y una experiencia desde los 8 a los 40 años.

Una de ellas es una mujer de A Guarda de 57 años, que dejó su casa desde muy joven para trabajar en Canarias: “Las primeras camareras de piso allí eran gallegas. La mayoría de las entrevistadas son españolas pero algunas son emigrantes. Y no todas tienen un entorno que les permita enfrentarse a los abusos o situaciones que sufren”.

Sus respuestas, bajo el total anonimato, permiten acercarse al día a día de un trabajo esencial pero invisible y que impacta considerablemente en su salud. Todas las entrevistadas relatan tomar al menos un antiinflamatorio para poder arrancar jornadas en las que caminan entre 11 y 17 kilómetros. Y durante las que necesitan tomar más medicación para soportar el dolor o la ansiedad. También cuando llegan a casa para poder dormir.

“No voy al baño hasta que vuelvo a casa”, relata una de las entrevistadas

“No voy al baño hasta que vuelvo a casa” o “No tengo tiempo ni para cambiarme la compresa cuando tengo la regla” son algunos de los testimonios de estas trabajadoras afectadas por dolores articulares, hernias, tendinitis o fatiga crónica. Incluso una de ellas relata que trabajó llevando un catéter por la infección que padecía y que retrasó su operación por temor a perder su trabajo.

Por eso, entre sus principales reivindicaciones, junto con la reducción de la carga de trabajo y el fin de las subcontrataciones, figura el reconocimiento de todas las enfermedades laborales que sufren y la jubilación anticipada. “Muchas se pasan años luchando contra el sistema porque estas dolencias no están reconocidas. Una de las entrevistadas tenía osteoporosis a los 56 años. No debería ser un trabajo tan dañino física y psicológico si se cumpliesen las normas que ya existen y si hubiese un poco más de empatía y cuidado con ellas”, reclama Otegui.

Las asociaciones de kellys luchan para que todas sepan que tienen un contrato por horas, no por número de habitaciones, y que no pueden amenazarlas con despedirlas si no cumplen. Es ilegal. Lo que les pesa no son los horarios, que son de 6 y 8 horas y se suelen cumplir, sino la carga de trabajo. En ese número de habitaciones no se tiene en cuenta si están ocupadas por una familia y tienen varias camas o si los huéspedes dejan el hotel. Y además también tienen que hacer la limpieza de pasillos, la recepción y otros espacios”, añade.

“Se utilizan las reseñas de internet en su contra”

Almudena Otegui - Autora del trabajo sobre las kellys

decoration

Los portales de internet como TripAdvisor y Booking han contribuido a incrementar la presión que ya sufren las kellys. “Todas comentan que miran las reseñas de clientes, no diariamente pero sí con cierta periodicidad y que eso les genera más estrés porque se utilizan en su contra. Hay gobernantas que las imprimen y se las enseñan para pedirles cuentas”, revela Otegui. “Y como otras profesiones que no se consideran importantes, aunque lo son, sufren maltrato y clasismo”, añade.

El trabajo de Otegui incluye otras propuestas de mejora como el cumplimiento de los convenios colectivos y una mayor implicación de sindicatos y empresarios a la hora de facilitar sus tareas, por ejemplo, con camas elevables como las que va a financiar el Gobierno de Baleares.

También propone cursos de prevención de riesgos y un mayor reconocimiento social: “Ellas están superorgullosas de su trabajo. Una de las entrevistadas decía que se sentía una maga, porque se encontraba habitaciones hechas un desastre y cuando salía de ellas no se lo podía creer. También recuerdan que realizan una de las pocas labores que no se puede sustituir por máquinas en un hotel”.

Camareras de piso, en un hotel vigués.

Camareras de piso, en un hotel vigués. / MARTA G. BREA

“Son duras y combativas, pero cuando hablan de su vida privada se vienen abajo y muchas lloran. Su situación les afecta a su autoestima como mujeres y a su vida social. Dejan de salir o de arreglarse y también de hacer cosas con los hijos porque no son capaces. Llegan corriendo a casa, hacen lo que tengan que hacer y una vez que se sientan en el sofá ya no pueden moverse. Una de ellas me contaba que volvía en bici porque iba sentada y en el autobús casi siempre le tocaba ir de pie. Y a las nuevas ya les advierten desde el primer día que no se sienten para cambiarse al acabar la jornada”, revela.

Otegui aplaude cómo este colectivo, a pesar de su inestabilidad laboral y su nivel de formación, fue capaz de organizarse a través de las redes en 2005. Y asegura que, tras la pandemia, están recuperando su actividad: “Dieron un paso atrás porque entendieron que no era el momento de protestar a pesar de los abusos que estaban sufriendo. Pero ahora se han vuelto a hacer fuertes y recuperar el poder. Muchos trabajadores han abandonado sus puestos para cambiarse de sector o formarse y faltan camareras de piso. Entonces lo que están haciendo es informar de las vacantes en los hoteles que ellas consideran que cumplen unas mínimas condiciones”.

Otegui también ha escrito un capítulo para un libro promovido por la Universidad de Surrey y que va a publicar la editorial Routledge sobre género, emprendimiento y política social en turismo. Ella aborda la plataforma on line de reservas éticas que está poniendo en marcha la asociación catalana de kellys a través de una campaña de crowfunding.

Suscríbete para seguir leyendo