Ucrania son dos mundos. El que convive con el conflicto bélico –en ocasiones intentando abstraerse de unos ataques que no cesan, de una violencia que es imposible ignorar– y el que inevitablemente ha sucumbido al desastre –donde la hierba no crecerá en años–. Ambos los ha pisado Loreto Mata, la viguesa que en diciembre viajó a Kiev para entregar material médico y dos ambulancias a los soldados del Batallón 112. Ayer volvió a la ciudad olívica tras una nueva odisea en el país de Volodímir Zelenski, al volante de un Jeep que en esta ocasión entregó a la asociación Black Tulips (Tulipanes Negros, en inglés). En pleno Dombás, ese lugar artificialmente estéril en el que solo el sonido de las bombas recuerda que sigue habiendo vida, recogió el caos que siembra la guerra. Ayudó a rescatar cadáveres.
El trabajo fue cuanto menos complicado. La táctica de los rusos se basa en colocar minas bajo tierra, cerca de las personas que matan, por lo que cuando los Black Tulips avistan un cuerpo, en su modus operandi premia la cautela.
Siempre hacen lo mismo, cuenta Loreto: “Con un detector de metales rastrean la superficie en busca de posibles artefactos explosivos, y solamente cuando están seguros de que no hay nada, que están a salvo, recuperan los restos inertes”.
No fueron pocos, y ella misma colaboró a la hora de transportarlos hasta los vehículos. Todo para posteriormente tratar de identificarlos, contactar con sus familias y cerrar un círculo plagado de angustia. Lo hizo junto a su amiga Paula y Pablo, a quien conoció en uno de sus viajes a este infierno. Siempre recordará el olor nauseabundo y los militares apilados. También la sonrisa de los pocos niños que quedaban, pequeños que crecerán entre miseria.
“Hay dos Ucranias. La Ucrania destrozada, en la que los muertos son el pan de cada día, en la que fallecen al día una barbaridad de personas; y la Ucrania que parece Madrid, que parece no sentir la guerra, como si necesitase olvidar lo que está pasando”, indica Loreto.
De Ciudad Rodrigo al infierno
Su viaje comenzó en Ciudad Rodrigo (Salamanca), donde consiguió el Jeep que finalmente entregaría a los Black Tulips. Pero antes de ello esta viguesa se trasladó a Madrid, recogió a su amiga Paula y partieron hacia Francia, cargadas de generadores eléctricos que allí –como hicieron la última vez con diferentes orfanatos– donaron a los más necesitados.
Primero en Leópolis, donde esperaron a que llegase Pablo para entregar material sanitario al hospital de Kramatorsk, y finalmente en Bajmut, donde contemplaron horrores inimaginables, los tres compañeros sortearon como pudieron las ofensivas rusas gracias a la aplicación móvil Deep State, que muestra minuto a minuto el avance del Kremlin.
No era certera, como no faltó el ruido de las bombas, pero esos estruendos tampoco les impidieron prestar su apoyo. En medio del desastre conocieron a una babusya (abuela, en ucraniano) que acompañada de su marido es de las pocas personas todavía resisten en el Dombás. Gente que no ha podido escapar, atada por los años que les une a su tierra. Bien por su vejez, quizá por el orgullo de no abandonarla. ¿A dónde irías tú con 80 años?
“Les entregamos comida, se emocionaron mucho. Se pusieron a llorar”, comenta Loreto, resaltando que en esos pueblos devastados y a los que nadie quiere volver únicamente quedan personas dependientes: “Se te cae el alma a los pies”.

Los últimos valientes en pie
En la región más masacrada por Vladímir Putin, los ancianos comparten el mismo suelo que los soldados, vivos o muertos. Y junto a ellos los Black Tulips, que trabajan como pueden, bajo las peores condiciones, para que ni una sola alma caiga en el olvido.
“Lo que están viviendo los militares es una carnicería, hay cuerpos que están completamente destrozados. Está todo destrozado. Es un horror”, agrega Loreto, sorprendida: “Aquellos que se han quedado saben que los siguientes pueden ser ellos”.
La única foto que tomó esta viguesa de los peores instantes fue cuando se encontraron los cadáveres de dos rusos, y solamente a las placas de identificación. “Pensaba en sus pobres padres. Me moría de pena. Uno de ellos tenía una cruz en el cuello”, afirma.
Entre puentes rotos que les obligaron a cambiar su ruta, y visitas a un cementerio donde pudieron ver la tumba de Denis, uno de los Black Tulips que semanas atrás había fallecido al explotar el vehículo en el que iba tras pisar una mina, tanto Loreto como Paula y Pablo volvieron a experimentar sin filtro alguno –en su primer aniversario– el lado más frío de la guerra, el único escenario que al mismo tiempo puede hacer converger lo peor y lo mejor de la humanidad.