“Don José”, un cura de raza y de mucho rezar

Pepe Domínguez ha muerto hoy en Vigo a los 90 años de edad y 62 de sacerdocio

El sacerdote José Domínguez.

El sacerdote José Domínguez. / Cedida

Alberto Cuevas*

Mientras se iba la noche de ayer, se nos ha ido también el llamado entre los curas Pepe Domínguez y “don José” a secas, para la multitud de sus jóvenes fans, ahora ya abuelos y abuelas, que tanto le quisieron.  Fue en la vida un cura de raza, de roce y de mucho rezar.

Podría haber sido, a la vez, el atractivo personaje de una novela de curas obreros de G. Bernanos o el simpático don Camilo de las Guareschi. Su padre, entregado al partido comunista argentino, se avergonzaba de tener un hijo cura; él, por el contrario, presumía de tener un padre comunista, porque ese era su gran argumento indiscutible para empezar a hablar de la libertad personal y de la vocación consiguiente que cada cual debe asumir en la vida.

Le encantaba en su época de santa Cristina de Lavadores (1960) rodearse de jóvenes, primero en el altillo de la Cafetería Alaska y luego en un piso, un club, que alquiló en la calle Sagunto: les hablaba de amistad; de honradez, a algunos los fue a sacar de la comisaría; de amor limpio y así casó a muchos; de deporte, aunque él no practicaba ninguno más que caminar sin descansar; y les hablaba del Dios en quien él creía.

“Cojonuda la vida de Jesús, ya me la sé”, le dijo un muchachote al devolverle al día siguiente el Evangelio del que le aconsejara leer cada día un trocito. Le acompañé muchas veces por el Calvario y era imposible avanzar en la ruta: le paraban y se paraba con todo el mundo. A mí que era un cura recién estrenado, me fascinó ese estilo y cercanía, que ahora dicen “olor a oveja” y que para don José fue acercarse sin escrúpulos a todo lo que oliera la innumerable jauría humana.   

Fue un cura de raza y de roce, que te encandilaba, pues siempre cordial le encantaba convertir a cualquier hora cualquier sitio en un amigable confesonario. Quienes le trataron en las parroquias de san José Obrero, santa Lucía de A Salgueira o los Colegios de Isabel la Católica o Montecastelo, pueden hablar de su estilo pastoral tan particular y generoso.

Amable, jovial, incansable, servicial y cercano a ricos y pobres en todas partes, era desde hace muchos años sacerdote agregado al Opus Dei y aunque la gente decía “no parece del opus”, sin embargo era innegable que él había mamado el espíritu más limpio de los cofundadores de esa institución. Fue un cura inquieto y en su tiempo avanzado en las dinámicas catequéticas, que entonces patrocinaba, en los veranos del seminario de Vitoria un jovencísimo especialista Estepa Laurens. E imperdonable sería que me olvidara de su tierna y empecinada devoción a la Virgen y al mensaje de los videntes de Fátima. ¡Cuántas veces le encontramos en las cercanías de la capeliña! En broma solía saludarle: “¿Qué tal esta hoy el cuarto vidente?”

Cuando ya llevaba años como encargado de la parroquia de A Salgueira, de la que fue artífice de sus primeros pasos (1970) sufrió un desgraciado accidente de automóvil que le causó incontables limitaciones en su labor sacerdotal; por ello se retiró a la viguesa parroquia de san Pablo en la que fue acogido en generosa convivencia sacerdotal, hasta que en 2016 se fue a la Residencia sacerdotal “Nosa Señora da Guía”.

Recientemente, una caída obligó a ingresarle en el hospital en el que falleció este jueves a los 90 años de edad y 62 de sacerdocio. Su cuerpo será velado en el tanatorio de Emorvisa, y su funeral tendrá lugar a las cuatro de la tarde del viernes día 10 en la parroquia de Fátima. El lunes 13, a las 5 de la tarde, se celebrará una misa por él en la parroquia de san Pablo de la que era sacerdote adscrito.

Hoy levantaré en su honor una copa de buen vino, pidiendo que descanse en paz el amigo, el hermano y en muchas cosas, el deseado espejo.

*Sacerdote y periodista